El gestor resoluto de la distancia corta
Si la tarea política de Nadal pudiera definirse en términos boxísticos, se podría afirmar que no le gusta el baile ni los amagos. Lo suyo es la distancia corta. Busca el KO desde el primer asalto. Joaquim Nadal Farreras (Girona, 1948) se doctoró en Historia en la Universidad de Barcelona y ocupó la alcaldía de Girona entre 1979 y 2002. Su mandato, de casi 23 años, se inició cuando recibió los votos de la ciudad levítica y burguesa -de la que procedía- y los de la progresía con la que sintonizaba.
Destaca en el Nadal gestor su enorme dedicación y el trabajo de campo. No se recluye en el despacho. Le gusta la calle, agarrar los problemas por los cuernos, aun a riesgo de sufrir alguna cornada. Busca a los líderes de las protestas vecinales y les planta cara. Como alcalde, aparecía por sorpresa en cualquier lugar, cosa que incrementaba su aura de omnipotencia. Durante los primeros años practicó lo que él definió como "política de las máquinas en la calle", para que la gente visualizara la actividad. Su concepción urbanística se basa en "la dialéctica entre el socavón en medio de la calle y la visión global".
Los calificativos que han marcado su gestión han sido muchos. El de prepotente es el que más le disgusta. He aquí algunos de los que ha recibido de amigos y detractores: enérgico, disciplinado, testarudo, puntual, fisgón, campechano, tímido, broncas y autoritario.
Los cambios urbanísticos de Girona constituyen el mayor logro de su expediente, aunque los resultados obtenidos cuando, en 1995, fue el presidenciable del PSC se han revalorizado con el tiempo.
Nadal nunca ha ocultado que le hubiera gustado ser consejero de Cultura, pero admite que estaba lejos de sus posibilidades. Refrendando la dinámica periférica del Gobierno, Nadal continuará viviendo en Girona, por la que siente una "pasión mineral".
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