Las altas proas valientes
¿A qué huele la niebla? ¿A qué sabe la niebla? Su olor es ácido y el sabor dulce. ¿Y el color? Hoy, escribe Aldecoa, la niebla tiene un suave tono limón. Gran Sol podría fundar una literatura. Es una novela barco. Una novela singladura. Un largo poema que avanza arfando, surcando, embistiendo más allá de lo visible, con un coraje vital y un afán estético digno de la boga de una edad mayor. Respirando a la manera del Ars poetica de Archibald MacLeish (Un poema no debería significar / sino ser), la obra de Ignacio Aldecoa, aparecida en 1957, y más allá de su significado, se mantiene siempre a flote por su ser, por su expresividad.
Gran Sol es gran literatura. Gran Sol emerge con una ligereza de clásico ser vivo. Después de haber sobrevivido a tanto temporal, a los designios muchas veces infundados de la veleta de las modas, en el caso de Gran Sol, como de esa extraordinaria pareja que es Parte de una historia (1967), tendríamos que aprender a distinguir y destacar un realismo crítico que se sostiene y que se eleva con el tiempo, frente al denuesto jíbaro y generalizado contra el llamado "realismo social".
¡Y cómo se sostienen, en contraste con la producción estabulada, las "altas proas valientes" del neorrealismo español! Ignacio Aldecoa, y grandes coetáneos narradores como Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Goytisolo, Jesús Fernández Santos, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute o Caballero Bonald, entre otros, redimieron el quehacer literario, custodiaron el sentido herido de las palabras, en un sistema represivo y una atmósfera infecta. En una conferencia que dejó estela, en la Escuela de Arquitectura de Madrid, y en la que denunció de forma explícita la censura franquista, Aldecoa enunció las coordenadas en las que se movían aquellos púgiles de las letras: "Una sociedad tan esquilmada de inquietudes intelectuales, tan perezosa mentalmente, tan anacrónica y prejuiciada como la nuestra tiene que ser por naturaleza hostil al escritor". En el ring de la España de los sesenta, en plena dictadura, estaban tan predeterminadas las posiciones que el bravo Aldecoa no sólo no rehúye la pregunta de si es un escritor "social", a lo que contesta con un "sí, soy" rotundo, sino que añade con un gancho de zurda: "¿Contra que escribo? Contra la injusticia". En una dialéctica simple, a cara o cruz, lo primero es plantarse. Plantar cara. En un homenaje a Albert Camus, en 1960, pone como ejemplo a quienes se rebelan en un clima de prevaricación total. "Las manchas y los jirones se consiguen únicamente en la lucha. Y pienso, con tristeza, que esta lucha en la que cotidianamente se opera la metamorfosis de hacer de una derrota una victoria no tiene fin".
A veces se transmite de la generación de los cincuenta una falsa imagen de alegre cuadrilla que de vez en cuando, entre trago y trago, escribían algo potente al servicio de la causa antifascista. En realidad, y parafraseando al mentado Camus, es la escritura, esa obstinada misión, lo que les lleva a la lucha, y no al contrario. Esa idea de lucha, del ser que se rebela contra la injusticia, no es incompatible con el lúcido pesimismo del ser humano como "pasión inútil". Al contrario. Esa aleación de escepticismo y resistencia en la que se forja Aldecoa tiene mucho que ver con el impulso de escribir.
Aldecoa, en su época de universitario en Salamanca y Madrid, era ya un extraño "navegante" que iba y venía de lo desconocido. Carmen Martín Gaite: "Le echábamos de menos mucho, yo creo que sobre todo las chicas, y sus reapariciones eran algo muy alegre... ¿Dónde se metía?". Y Antonio Tovar, uno de sus profesores: "El señor Aldecoa era (...) una 'f' de falta que yo añadía cada día en la lista. Se sumía, me imagino, en la pobre, a menudo miserable vida de entonces, y aprendía, no en los libros, lo que era de veras la humanidad que nos rodeaba, la epopeya de la gente pobre".
Bien. Aquí tenemos a Aldecoa. Lucha. Como todos sus personajes, Ignacio Aldecoa lucha. Cuando escribe tiene mucho parecido con aquel muchacho boxeador madrileño, Young Sánchez, que en uno de sus memorables relatos cortos pelea contra el mundo. Se afirma en el compás de las piernas. Ahora la frente de Aldecoa es la proa del Aril. De alguna forma, el barco va a escribir esta novela. La línea recta de la escritura es una convención, como la latitud y la longitud en el mar. Ha salido de un puerto vasco. Avante, Aldecoa. Está creando, tecleando, viento. ¿O es el viento el que teclea en la máquina? No. Quien teclea es la lluvia. Teclea sobre el mar. Una mar graneada por el chubasco. Aldecoa, el Aril, va hacia el noroeste atlántico. La luz. La luz es un gran personaje en Gran Sol. El propio título, con la denominación hispana del caladero irlandés, supone ya un irónico juego de luz. Pronto sabremos que la dirección al Gran Sol es una de las rutas que nos lleva al otro lado, a un espacio límite, a un mítico extraterritorio donde la fortuna y la fatalidad juegan su partida decisiva. A un ubicuo corazón de las tinieblas. Y llegaremos a verlo en su versión de expresionismo atlántico: "El cielo y el mar formaban una axila negra y profunda en cuya concavidad parecía que fueran a ser aplastados los barcos".
-¿Qué hay del estilo, señor Aldecoa?
-El estilo es un anhelo de precisión verbal.
Si, es verdad: "Mancha el barco, huele el barco, sabe el barco". Ignacio Aldecoa no admitiría distinción, pero hay que decirlo: es el mejor director de fotografía que ha dado el arte de escribir en España. Maneja como nadie la psicología del color, la cromotipia emocional. El lector parpadea. Es el efecto de la "goma que rezuma". Los ojos retienen hallazgos inolvidables, imágenes tecleadas, palabras que enseñan a ver. Está viendo las órbitas náufragas de las cloacas, las verdisucias rocas del espantado correr de los cangrejos, la musculosa oscuridad del mar, el cardumen de estrellas, el deslizarse de las vanguardias de los campos de niebla, el regreso de los colores radicales. El arrendote, el pájaro muerto sobre la cubierta: "un grotesco fracaso de la hermosura". ¡El grotesco fracaso de la hermosura! ¿Sabe alguien de una mayor precisión para trefilar el destino? Nada en Aldecoa está escrito en vano.
Gran Sol es un documento excepcional, histórico, sobre el trabajo de los pescadores, también como relato marítimo en una narrativa que apenas ha mirado al mar a no ser como fondo decorativo. Pero esa dimensión documental es sólo uno de los círculos de esta poderosa construcción. Al cabo, los tripulantes del Aril son modernos argonautas. Y lo que con ellos emprende Aldecoa no es una denuncia, sino un descubrimiento. Dejad paso al gran hombre secreto.
Babelia
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