La hora del creador
Tiempo atrás, el empresario era el adulto y el artista el niño. Mientras el empresario se ocupaba de fabricar cosas de provecho para la supervivencia, el artista escogía adornarla con asuntos de los que fácilmente se podía prescindir. Incluso ahora, muchos siguen creyendo en esta ecuación. Aceptan que la sociedad se ha materializado tanto que el artista ha quedado como un vestigio y el poeta como una especie simbólica de la extinción.
La reciente crisis, sin embargo, de los empresarios implicados en altas tecnologías y el no lejano derrumbamiento de las compañías punto.com ha impulsado a repensar los factores. Richard Florida, un analista de desarrollo regional y profesor de la Carnegie Mellon University, ha dedicado atención al auge y declive de diversas zonas para llegar a la siguiente conclusión: las áreas de mayor prosperidad norteamericana son hoy aquéllas donde se concentra una superior cantidad de creativos. Estos creativos modernos que comprenden desde diseñadores a pintores, desde programadores a educadores, son de la misma clase que David Brooks llamó "bo-bos", burgueses-bohemios, y cuyos estilos de vida y consumo orientaron una tendencia vistosa en la última prosperidad del siglo XX.
Richard Florida, en suma, toma a estos "bo-bos" como los más listos. En lugar de ser ellos quienes recorren cientos de kilómetros para buscar trabajo, son hoy las empleadoras quienes buscan instalarse más cerca de sus domicilios. Con esta constatación, Florida ha rastreado su suelo nacional para deducir, finalmente, que no es la tecnología punta la que empuja el progreso sino que son los estilos de vida más innovadores y creativos quienes inspiran a las tecnologías. Concretamente, cuanto mayor es la liberalidad de las costumbres, y más alta la tolerancia, mayor es la inclinación a experimentar intelectual y empresarialmente. La primera pista de este hallazgo se la procuró, según confiesa, la estrecha correlación que advirtió entre gays y crecimiento del PIB. A mayor consentimiento social del arcoiris sexual mayor índice en el nivel de vida. Y, por extensión, a mayor biodiversidad mental mayor facultad productiva. ¿Verdadero? ¿Falso?
Cerca de 38 millones de norteamericanos, el 30% de la población laboral, forman este supersector creativo y de su actuación derivaría la próxima recuperación económica de Occidente. Los periodos de beneficios rápidos, los tiempos de las burbujas especulativas al modo de los años 20 o los 90 del siglo pasado (o nuestros 2000) no son, según Florida, tiempos de creación, sino que más bien corresponde a las lánguidas etapas siguientes, los años depresivos, la concepción de renovaciones significativas. En este momento tan crucial se hallaría actualmente la locomotora norteamericana: rebuscando en los cerebros de la clase creativa para reponerse de los chascos financieros, los fracasos en la red, las corrupciones en Wall Street, las patrañas de las auditorías y los gestores de fondos.
La próxima confianza en el sistema requiere un cambio de imagen, otro emblema que no evoque a la vieja "nueva economía" y rehaga la fe en lo mejor. ¿En una organización más libre? ¿Más equitativa y solidaria? Claro que no. Los creativos del universo Florida no actúan para aumentar el bien real. Esto sería poco pedir a la imaginación creadora. El empeño de la clase creativa aspira a la ficción de creer y hacer creer que progresivamente todos vamos llegando a ser artistas -igual que lo fueron los niños- y de esta manera ¿cómo inculpar al sistema de imperfección?
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