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SOMBRAS NADA MÁS
Columna
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Cuatro mil años le sostienen

Juan Cruz

Su amigo Juan Gelman dice que lo que define a Gonzalo Rojas (Chile, 1917) es "la mirada sutil con la que en silencio contempla la barbaridad del mundo". Pero lo que sostiene a esa mirada es una cama cuyo conjunto tiene 4.000 años de antigüedad.

La cama es de China. Rojas la compró allí en 1970, cuando fue diplomático del Chile de Allende. La cama tiene 350 años; el somier, 500 años, y dándole soporte a ese conjunto tan antiguo figura un tronco petrificado que él se cuidó de hacer pasar por el carbono 14 para comprobar que lo que le dijeron no fue un cuento chino: ese tronco es una madera de 3.000 años de antigüedad cuyos valores provocan la vitalidad (también sexual) que asiste a su ilustre usuario.

En su poesía no ha habido nunca desmayo erótico. Ni en su vida. Su amor más aventurado es el que mantuvo contra padres y contra leyes con una jovencísima de origen británico con la que se escapó para refugiarse en una mina de carbón que llamaban El Orito, al sur de Chile. Tenía 24 años, dejó truncada su carrera de Derecho y se hizo, en cambio, profesor de español, de la chica y de los mineros.

La mina le determinó siempre; lo oscuro está en sus poemas (un libro suyo se llama Oscuro, un poema es Carbón) y minero fue su padre. Esa raíz le hizo. Cuando Gonzalo tenía cinco años murió su padre, y la madre tuvo que afrontar la vida de seis chicos. Gonzalo tenía que ser el primero en la escuela si quería conservar la beca que le asistía. Y lo fue siempre, hasta que, enamorado, volvió a la mina.

Gelman recuerda, para explicar por qué es tan especial el modo de mirar de su amigo, una anécdota que sucedió hace unos años en Santiago, cuando el presidente Ricardo Lagos abrió La Moneda a los poetas y concentró allí a Gonzalo, al propio Gelman, a Ernesto Cardenal, a Evtuchenko. Éste tenía sobre la mesa en la que almorzaban su manaza adornada con un anillo enorme en el que se fijó Lagos. El poeta ruso comenzó a explicar la larga historia del anillo, que, para empezar, fue alguna vez de Rasputín..., y cuando ya el cuento mediaba, Rojas levantó la mirada de sus rodillas, dio con ella una vuelta a la mesa y cayó como un hielo sobre el desmesurado discurso, ahora ya petrificado, de Evgueni Evtuchenko.

Es verdad que entre Neruda y él hubo algunos intercambios (Neruda: "Escribes poquito", Rojas: "Escribes demasiado; hay que leerte discriminando"), e incluso se dice que alguna vez Neruda, que era así con todos, se lamentaba de "la mala suerte" de Gonzalo. Neruda era lúdico, Rojas es lírico; a Neruda le gustaba fantasear con su ego torrencial, y Rojas declara que las cosas le vienen "poco a poco". Jorge Edwards, compatriota suyo, dice que en la geografía de los poetas chilenos Rojas sería lo que Vicente Huidrobo hubiera llamado "un poeta de pecho caliente".

Fue de Allende, Pinochet le quitó todo, y cuando volvió a Chile se hizo del mismo partido (socialdemócrata) que el presidente Lagos. Fue "tajantemente claro" contra Pinochet, en todas partes. Su acto más emocionante tuvo lugar aquella vez, hace tres años, que Evtuchenko enseñó el anillo de Rasputín. Rojas recitó entonces desde el balcón de La Moneda y eligió para ello un poema sobre Manuel Enriques, fundador del MIR revolucionario chileno, asesinado por la DINA en 1974... Mientras recitaba, un helicóptero interrumpió su lectura dándole al gesto el sonido que durante años simbolizó el asalto que convirtió aquel palacio presidencial en un símbolo del sufrimiento de Chile.

Va tocado siempre con una gorrita que culmina su cuerpo orondo pero ágil. En su casa tiene cientos de sombreros, y de algunos hay decenas que son idénticos. Cama sólo tiene una, pero qué cama.

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