Otra bofetada
Estados Unidos ha materializado la amenaza que efectuó antes del comienzo de la guerra de Irak, y los países que no le apoyaron en esta aventura no podrán participar en el negocio de la reconstrucción del país árabe. Alemania, Francia, Canadá y Rusia son víctimas directas de estas represalias. También México y Chile, en este caso por no votar a su gusto en el Consejo de Seguridad. Las empresas de esos y otros países no podrán licitar en las obras de reconstrucción de Irak financiadas con los 18.600 millones de dólares aprobados por el Congreso estadounidense. No por menos anunciada la decisión deja de provocar perplejidad. Es una exhibición de rencor que divide de nuevo a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, arroja más nubarrones sobre el futuro iraquí y constituye un pésimo modelo de comportamiento en las relaciones internacionales.
La decisión ha sido anunciada por Paul Wolfowitz, confirmando así que son los peores halcones del Departamento de Defensa los que dirigen la política exterior estadounidense. Y a bombo y platillo, con la clara voluntad de añadir el insulto a la herida. Se mantiene así esa tendencia al uso de la fuerza que caracteriza a la Administración de Bush y que enemista a un gran país con buena parte del planeta que se sintió solidaria tras el 11-S. Resulta asimismo chocante el pretexto argüido por Wolfowitz: la defensa de los "intereses esenciales de seguridad" de EE UU. Y también es lamentable que EE UU, que se proclama adalid de la libre competencia, ponga este tipo de limitaciones a los negocios en un tercer país. De hecho, Francia está estudiando si esta prohibición es acorde con la legalidad comercial internacional.
Dada la caótica situación en Irak, EE UU necesita ampliar sus alianzas, reconstruir sus relaciones con lo que llama la vieja Europa y encontrar una fórmula para internacionalizar ese problema. No es con nuevas bofetadas a Berlín, París y Moscú como van a poder cerrarse las heridas de este conflicto y recomponer un consenso que permita que la ONU asuma la pacificación de Irak, la recuperación de su soberanía y su democratización.
España figura entre los países que podrán optar a los contratos, y cabe imaginar que Aznar utilizará ese argumento para mantener su política sobre Irak. Pero justificar con una participación en el reparto del botín una política a la que se opone la gran mayoría del país y que causa angustia y muerte no revela gran altura: ni ética ni política. En todo caso, la parte principal del pastel de la reconstrucción ya ha sido adjudicada a empresas norteamericanas como Bechtel y KBR, siendo esta última una subsidiaria de la petrolera Halliburton, en la que tiene intereses el vicepresidente Cheney.
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