La revolución gráfica en la II República
El diseñador Enric Satué analiza por qué entre 1931 y 1939 la vanguardia fue un fenómeno popular
De repente, la vanguardia entró en las casas de los pobres. Se pusieron de moda los cactus y los papeles pintados con motivos cubistas. La publicidad incorporaba la fotografía y modernas tipografías e incluso en los envases de detergente se realizaban innovaciones gráficas. La excitación por el cambio y el progreso que vivió la gran mayoría de la sociedad española en 1931, con la llegada de la II República, tuvo en el diseño gráfico uno de sus mejores exponentes. Enric Satué (Barcelona, 1938) analiza esta época dorada en el libro Los años del diseño. La década republicana. 1931-1939 (Turner).
"El diseño utilizó un lenguaje vanguardista para reflejar las ansias modernizadoras"
"Si hay que juzgar el grafismo europeo por el euro, estamos en una Europa anacrónica"
La frase con la que Enric Satué comienza el libro resume todo el volumen: "Quizá sea la española la única vanguardia artística en el mundo que enseguida fue del dominio público". La rusa, recuerda, es la única experiencia comparable, aunque la creatividad e influencia de sus logros artísticos se habían impuesto después de una sangrienta revolución que costó muchas vidas. En España, al principio, no fue así. Casi de inmediato, una vez se proclamó de forma pacífica la República en abril de 1931, se vivieron momentos de excitación y esperanza sin precedentes, que rápidamente se reflejaron en un cambio de imagen de las cosas más cotidianas. Se anunciaban jarabes con dibujos expresionistas, las letras del jabón de lavar ropa más común tenían una tipografía apta para revistas de poesía, las cajetillas de cigarrillos y las hojas de afeitar baratas incorporaban sombreados y combinaciones de colores inusuales, se puso de moda el papel pintado de inspiración cubista, el diseño de libros vivió una época dorada en la que se experimentó con la tipografía y se incorporó la fotografía en las portadas y, ya declarada la guerra, los carteles de propaganda se convertían en auténticos manifiestos vanguardistas.
Satué destaca también la proliferación de los cactus como planta decorativa, que atribuye a la fortuna que tuvieron entre los arquitectos racionalistas y a su utilización como modelo por parte de fotógrafos y artistas de vanguardia.
"La sociedad vivió una euforia increíble porque había una voluntad de modernizar un país que estaba atrasadísimo, con la mitad de la población analfabeta y muchos déficit sociales y políticos", explica Satué. "La ciudadanía entendió que no podían ponerse trabas a la modernización que representaba el diseño y éste utilizó el lenguaje más vanguardista para reflejar esa ansia transformadora. Era un fenómeno paradójico porque en el resto de Europa en aquel momento las vanguardias las experimentaban sólo las élites intelectuales. Aquí aterrizaron sin previo aviso y, además, aplicadas por gente muchas veces anónima y muy joven que no formaba parte de ninguna tendencia o grupo".
Cuando se proclamó la República, por ejemplo, José Renau, conocido por sus fotomontajes, tenía 24 años; Pere Català Pic, autor de uno de los más famosos carteles antifascistas durante la Guerra Civil y padre del fotógrafo Català-Roca, tenía 32 años; Antoni Clavé, que entonces pintaba innovadores carteles anunciadores de cine y después ha gozado de gran fama como pintor, tenía 18 años; Carles Fontseré, que después fue reputado cartelista durante la guerra, tenía 14 años; Ricard Giralt Miracle, Salvador Ortiga y Luis Seoane tenían 21 años... Enric Satué destaca también a Josep Sala, un barcelonés que entonces tenía 29 años y que, explica, "apareció de repente, como la República, dando unos años de gloria sin par al diseño de anuncios, folletos y revistas", si bien su brillante carrera duró lo que la década y acabó al tiempo que la República.
Los años del diseño está dividido en dos grandes partes. La primera incluye 10 capítulos en los que Enric Satué analiza y revisa diversos aspectos de esta década dorada para el grafismo aportando valiosa información historiográfica tanto en lo que se refiere a los protagonistas como al contexto social y político de la época. La segunda parte, mucho más amplia, es una inmersión en la historia de la década ya que combina la recopilación de textos oficiales o gacetillas informativas con la reproducción de todo tipo de imágenes gráficas aplicadas a la publicidad, los envases, el cartelismo y la edición, entre otros soportes.
"La principal revolución es tipográfica, y más concretamente la moderna tipografía de palo seco, que significaba una alternativa a la estética que venía arrastrándose desde el Renacimiento", explica Satué. "Y también la introducción de la fotografía, porque hasta entonces ilustrar cubiertas de libros o anuncios con fotografías y no con dibujos era una auténtica proeza". El espejo de la revolución rusa, un anhelo de las clases trabajadoras de muchos países, provocó una avalancha de libros sobre marxismo y feminismo al tiempo que influyó en el cambio de imagen. Fue un fenómeno rápido y único, provocado, indica Satué, por lo inmediato del cambio, el lastre del atraso secular, la experiencia de otros experimentos vanguardistas anteriores, como la generación del 27, y la sensación de que no había tiempo que perder porque la situación podía volver a dar un vuelco. "A lo largo del siglo XX ha habido hitos del grafismo con personalidades importantes, pero en aquel momento coincidieron la cantidad y la calidad. Se sumaron muchos factores al mismo tiempo y esto explica la explosión creativa del momento, que se vio reforzada por la ilusión colectiva".
"De hecho", explica, "el diseño es un servicio a la comunicación en el que cuenta tanto el diseñador como el cliente. Y cuando este cliente, sea individual o colectivo, es valiente, el resultado puede ser óptimo. Por ejemplo, en Estados Unidos, durante la época de Kennedy, el grafismo tuvo una fuerza increíble. Ahora, en cambio, desde hace muchos años el grafismo estadounidense no tiene demasiado interés. Basta ver el diseño de las marcas de Windows o de Enron, por ejemplo, comparadas con las de aquella época, como la de CBS o Westinghouse. Y en España pasa lo mismo. No en vano, la gran eclosión del diseño gráfico fueron los años ochenta, que recogieron la euforia de la transición y la ilusión por el cambio de izquierdas y después, en Cataluña, por los Juegos Olímpicos y en Sevilla por la Expo. Ahora el momento no es particularmente interesante".
Con Los años del diseño, Enric Satué lleva ya escritos 14 libros sobre diseño en los que ha abordado la historia de la publicidad y el grafismo en España. Su trabajo como teórico e historiador se combina con su labor docente en dos universidades catalanas y su faceta de diseñador, que le valió en 1988 el Premio Nacional de Diseño. Satué no se ha sentido especialmente motivado por el programa del Año del Diseño -"aunque siempre está bien que se hable de estos temas"-, en el que echa en falta mayor interés por el grafismo, y considera que las nuevas tecnologías contribuyen a mejorar el nivel técnico del diseño, pero "la materia gris que hace avanzar la historia cada vez está más escondida".
"Si hay que juzgar el diseño gráfico europeo en función de los billetes de euro, estamos en una Europa anacrónica. Es un modelo de cultura muy alejado del rigor, la ilusión y la exigencia que hicieron vibrar a aquella gente de la República".
Babelia
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