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Columna
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Regreso a Kakania

Antonio Elorza

En su artículo de anteayer, José María Ridao formula una serie de inteligentes observaciones acerca de la evolución del problema nacional en España y de la mirada errónea que a su juicio se dirige hacia el mismo. Comparto algunas, estoy en desacuerdo con otras, pero esta cuestión ahora es secundaria. Prefiero subrayar el interés de la referencia desde el título a Kakania, denominación peyorativa del Imperio Austrohúngaro que Robert Musil recogiera en El hombre sin atributos. La etiqueta "Kakania" procede de las dos kas utilizadas en los documentos oficiales hasta 1918 para designar la composición dual del Estado: kaiserlich (imperial por Austria) y königlich (real por Hungría), k y k solemne, de fácil conversión en la cómica kaka. Punto de llegada, Kakania, algo así como el rótulo Maketania que adjudica Sabino Arana a la nación española.

De ahí que en la coyuntura actual tenga sentido preguntarse si España tiene los mismos rasgos que favorecieron la desaparición de Kakania, más allá de la bondad o perversidad de los gobiernos que la rigen, o si es otra cosa. Por supuesto, evitando toda aproximación esencialista, y tomando en consideración exclusivamente los datos históricos, sociológico-políticos y económicos. Y de nuevo es útil poner el tema sobre el tapete, ya que de esa consideración dependen los contenidos básicos de la reforma constitucional que a tantos nos parece pertinente. Si pensamos, como ahora piensan todos los nacionalistas catalanes, que España es un remake de Kakania, al consistir en una mera superestructura estatal bajo la cual anidan las verdaderas naciones, Catalunya, Euskadi, Galiza y Los Restos, la reforma de la Constitución se convierte en la redacción de una nueva ley fundamental con la Confederación a modo de única fórmula de encaje para las únicas naciones a considerar, las forjadas por los nacionalismos periféricos. Si siempre desde una visión plurinacional de España, muy próxima a lo que enuncia de forma en exceso tajante el texto de 1978, opinamos (opino, aquí con Maragall) que hay una imbricación de procesos de construcción nacional, siendo España una "nación de naciones", basta con una reforma de orientación federal con elementos de asimetría. Y si nación no hay más que una, según cree Aznar, de reforma, nada, aun cuando con un PP de veras fiel a la Carta Magna, el acercamiento a la segunda opción sería del todo posible.

Conforme recomienda Joseba Arregi para Euskadi en un excelente artículo publicado en la prensa vasca, abrir a tiempo el diálogo constituye la única perspectiva a partir de la cual puede ir forjándose el consenso democrático para una reforma. Los dos grandes partidos, PP y PSOE, no parecen demasiado dispuestos a ello, en plena precampaña electoral, y el precio político a pagar por el conjunto del país puede ser muy alto. Entre tanto, desde Cataluña va a plantearse la redacción de un nuevo Estatuto, con un amplio respaldo partidario y ni siquiera desde el partido-eje de esa reivindicación, el PSC, sea o no gobierno, existen ideas claras acerca de la forma de Estado que al otro lado del espejo ha de encajar con un Estatuto en que el sujeto sea la nación catalana. Por eso despierta un explicable recelo la política de brazos abiertos hacia una Esquerra cuyo independentismo, hermano pacífico del vasco, implica fractura a corto o medio plazo. Hay que respetar a un 16% de catalanes que votan ERC, pero tampoco es esa una cifra mágica en democracia. Además, el problema de fondo se va a plantear muy pronto a partir de la protesta contra una financiación que la mayoría de los catalanes estima, y en gran parte con razón, desfavorable, por la diferencia entre lo que pagan y lo que reciben del Estado. Sólo que la raíz de la injusticia no reside aquí ni en el excesivo tamaño del aparato estatal ni en una solidaridad desproporcionada. El verdadero agravio, que Carod no reconoce porque su aspiración es compartir el privilegio, consiste en el saldo excepcionalmente favorable de otras dos comunidades opulentas, Euskadi y Navarra. De nuevo el problema remite a una racionalización del Estado.

Volvamos, en fin, a la evocación que hace Musil de Kakania, "aquella nación incomprensible y ya desaparecida, que en tantas cosas fue modelo no suficientemente reconocido...".

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