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Tribuna:CIRCUITO CIENTÍFICO
Tribuna
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Lo que el siglo XXII puede heredar del XXI

Existirá la especie Homo sapiens en 2103? Esto es algo que la genética, ciencia que estudia la herencia biológica, no nos puede contestar, pero tal como vamos la respuesta positiva no está garantizada. Siendo moderadamente optimistas podemos pensar que los avances en sanidad que permitirán las nuevas tecnologías serán contrarrestados por un aumento de mortalidad a causa de las enfermedades infecciosas ya conocidas y de las emergentes, por lo que no es previsible un variación espectacular en la longevidad media de la población del siglo XXII.

Es más, las enfermedades infecciosas pueden de nuevo convertirse en un azote de la humanidad que consiga frenar el desbocado crecimiento de la población que ocurrió en el siglo XX. Las razones para ello hay que buscarlas en el paulatino abandono de la investigación microbiológica tanto por parte de los organismos públicos como de las empresas. Un mayor control previo de los nuevos medicamentos, junto a unas leyes sobre patentes que estaban diseñadas para unos escenarios ya obsoletos, pueden conducir a que no abunden nuevos antibióticos eficaces contra las bacterias resistentes y la muerte llegue estando "en perfecto estado de salud" a causa de una vulgar pulmonía.

Podemos pensar sin embargo que un conocimiento mayor sobre las enfermedades hereditarias y sobre el funcionamiento de las células de nuestro cuerpo permita detectar predisposiciones a padecer alguna enfermedad mucho antes de que se presenten síntomas clínicos. Es de esperar que avances paralelos en el estudio de la fisiología celular proporcionen remedios paliativos para muchas afecciones que no comprometen la vida pero que le restan calidad.

Es previsible que, por ejemplo, la hipertensión esencial, la fibromialgia, los trastornos del sistema inmune y los trastornos mentales entre otras enfermedades, dispondrán de medicamentos que contrarresten perfectamente su sintomatología sin llegar a curarlas. Esto hará a la mayoría de la población dependiente de la administración de dosis periódicas de fármacos. En otras enfermedades, como es el caso del cáncer, se habrá impuesto la terapia personalizada, con los que poco afortunadamente se han llamado medicamentos a la carta. Se intentará que se adapten al máximo a las ligeras variaciones individuales de cada enfermo para conseguir así un efecto curativo óptimo y se basarán en el conocimiento exhaustivo del genoma individual de cada persona.

También puede ser que las tecnologías de reproducción asistida permitan embarcarse progresivamente en procedimientos que dependan menos de la contribución parental, tanto en la concepción como en la gestación de los hijos. Pero al igual que no se han materializado las predicciones que a mediados del siglo XX nos veían a todos comiendo píldoras en el siglo XXI, es muy posible que los aspectos gratificantes que para hombres y mujeres tiene la maternidad prevalezcan sobre otras consideraciones de carácter utilitario. Por eso muy probablemente la mayoría de las personas se seguirán reproduciendo a la manera clásica, lo que será siempre más barato y placentero. Muy posiblemente las técnicas más avanzadas y arriesgadas, como pudiera ser la clonación, se queden en un ámbito que, si se sale de lo estrictamente terapéutico, roce con lo estrambótico.

La investigación genética, junto con la informática y la fisiológica permitirá sin duda empezar a entender lo que dice el genoma, algo que ahora nos parece un logro muy lejano. Hoy en día, si comparásemos la célula con un aeropuerto podríamos decir que tenemos fotos del edificio, de los aviones y de las pistas, pero no tenemos ni idea de cómo es el tráfico aéreo, ni las direcciones de los accesos, ni de cómo se desplazan los viajeros de un punto a otro. Conocida ya gran parte de la arquitectura de la célula, posiblemente se empiecen a desentrañar en un próximo futuro alguna de los varias redes reguladoras y las conexiones entre ellas que la hacen funcionar.

El conocimiento de cómo funcionan las células será sin duda imprescindible para esbozar un mapa que relacione las funciones básicas del cerebro con su soporte biológico a nivel celular y molecular. ¿Hará ésto más inteligentes a las personas? Puede que sí, pero ¿las hará más felices?. De nuevo la respuesta se escapa a lo que la genética puede responder.

Miguel Vicente es profesor de investigación en el Centro Nacional de Biotecnología.

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