Borrachera de granito
Este peñasco de la Pedriza posterior, escalado en 1932 y ahora olvidado, rebosa soledad y viejas historias
Lo más llamativo de esta peña no es su forma de pernil o -cual fue la vieja idea pastoril- de bota de vino. Ni su altura, a pesar de que excede de los 40 metros sobre el terreno y los 1.900 sobre el mar. Lo más llamativo es la soledad de su emplazamiento, sin otra roca a la vista en varios hectómetros a la redonda, en mitad de la ladera que repecha desde las tollas de Prado Poyos hasta las torres que cierran la Pedriza posterior, augusto circo serrano donde la Bota finge un exótico obelisco plantado por el capricho de algún emperador.
La soledad de la Bota es la soledad del montañero Santiago Fernández Ruau, que tocar solía la ocarina a su sombra a principios del pasado siglo, cuando sólo un pastor, al que decían El Capitán, sendereaba su hato por estos andurriales de Prado Poyos. Guarnicionero de profesión, Ruau fabricaba hondas con las que retaba a los cabreros a concursos de puntería -curiosamente, sobre botas de vino- en las vecindades del risco, y también bolsas de cuero para premiar a aquellos a los que todas las veces, menos una, venció. Se despeñó en 1956, mientras vagabundeaba solo por la sierra, como siempre gustó.
La Bota es como un obelisco plantado por el capricho de algún emperador
Y es también la soledad vertiginosa de Teógenes Díaz y Ángel Tresaco, miembros de la Sociedad Peñalara que en 1932 efectuaron la primera ascensión a la Bota y, lo que es más memorable, el primer descenso en rápel de la Pedriza, técnica que abrió la veda para atacar los canchos más pingorotudos del macizo. Aún hoy, con sus 95 años a cuestas, Tresaco está escalando en una residencia de Neguri ese risco sin cima aparente, sin bajada posible y más solitario todavía que la Bota, al que, para abreviar, llamamos vida.
Relegada por los escaladores, que ya no la juzgan reto suficiente, y por los caminantes, que sólo vamos donde va Vicente, la Bota es un destino olvidado que exige armarse de nostalgia, casi tanto como de un plano y un altímetro. Provistos de todo ello, saldremos del aparcamiento de Canto Cochino (altitud, 1.025 metros), cruzando el puente sobre el Manzanares para remontar el vecino arroyo de la Majadilla por sendero marcado con trazos de pintura blanca y roja. A los tres cuartos de hora llegaremos a otro puente (1.160 metros), que no pasaremos, sino que seguiremos hacia el norte por el vallejo del arroyo de los Poyos, rastreando ahora una senda con señales blancas y amarillas que sube vuelta a vuelta hasta la meseta de los Llanillos.
La densidad del pinar en esta zona es tal que apenas veremos algo digno de mención, como no sean los cuatro grandes hitos del cruce conocido como Cuatro Caminos (1.425 metros; una hora y media). De frente, sin dejar la senda señalizada, treparemos por el roquedo y el espeso bosque hasta alcanzar un punto (1.720 metros; dos horas y media) en que vislumbraremos la punta de la Bota a través de la fronda -arriba, a la derecha-, así como una borrosa vereda que, saltando un regato, se asoma al cercano raso de Prado Poyos.
No será ésta, empero, la desviación que habremos de tomar, sino otra que aparecerá un cuarto de hora después, a 1.800 metros de altura, marcada con dos señales consecutivas de dirección errónea -un aspa blanca y amarilla-, y que nos pondrá en cinco minutos, atrochando por el selvático pinar, en el canchal que sirve de peana a la Bota. Allí veremos, a nuestros pies, el recóndito Prado Poyos, rezumando las linfas del arroyo que brinca y cabrillea peñas abajo. Y también veremos a esas otras amigas de la soledad, las cabras monteses -introducidas en la Pedriza en 1990-, que hacen con sus vientos de zaga la única música que aquí ha sonado desde que Ruau tocara la ocarina.
De vuelta en la senda principal, y antes de emprender el regreso, ascenderemos otro poco hasta el final del pinar, cerca ya del collado del Miradero (1.875 metros), donde se goza una excelente perspectiva aérea de la Bota, esa borracha de granito que ya nos hubiera gustado ordeñar con Ruau, Teógenes y Tresaco si la Pedriza solitaria que ellos descubrieron no nos hubiera pillado tan a destiempo. Salud.
Seis horas de marcha con niebla
- Dónde. Manzanares el Real, puerta de la Pedriza, dista 53 kilómetros de Madrid y está bien comunicada por la autovía de Colmenar (M-607), tomando la M-609 pasado el kilómetro 35 y luego la M-608 a mano izquierda. Para llegar al aparcamiento de Canto Cochino hay que salir de Manzanares hacia Cerceda (M-608) y coger el primer desvío a mano derecha. Hay autobuses hasta Manzanares (teléfono 91 359 81 09) que parten de la plaza de Castilla.
- Cuándo. Esta marcha de seis horas de duración -15 kilómetros, ida y vuelta por el mismo camino-, con un desnivel de 850 metros y una dificultad alta, es factible en cualquier época, siempre que las nubes bajas o la niebla no impidan localizar visualmente el risco.
- Quién. El personal del Centro de Educación Ambiental del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares (tel. 91 853 99 78), que está junto al control de acceso de la Pedriza, nos ayudará a resolver cualquier duda sobre ésta y otras rutas a pie por el macizo.
- Y qué más. Salvo que se conozca el terreno, es imprescindible llevar un altímetro y un mapa como La Pedriza del Manzanares, a escala 1:15.000, de La Tienda Verde (calle de Maudes, 23 y 38; teléfono: 91 534 32 57).
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