_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Top manta'

Están acorralando al top manta. El otro día, una redada policial levantó una red de topmanteros en las cercanías de la estación central de Valencia deteniendo a varias personas e incautándose de mucho material: bien. Poco después, el alcalde de Madrid, pese a que ahora es mudo, anunció que se va a acabar con la venta masiva de los topmanteros de Atocha, Callao y demás referencias de culto del vicio musical: bien. Ayer, como quien dice, el decomiso de compactos piratas se produjo en Barcelona, en la Plaza de Catalunya y en Gràcia: bien. Bien, de verdad, no lo digo con ironía. Con independencia de que en estas redadas suelan caer los vendedores de a pie y rara vez los mayoristas o los fabricantes, la competencia desleal representada por las grabaciones piratas no se puede consentir en un país serio como el nuestro. Aquí no se trata de ser simpáticos y de vender encima de una manta que se enrolla apresuradamente en cuanto aparece algún madero, se trata de ser serios.

Sin embargo, el estado de derecho exige que sus disposiciones se apliquen a todos los delincuentes sin distinción de clase social o de filiación ideológica. Ya saben, todos somos iguales ante la ley. Pero, ¿acaso se persigue a todos los topmanteros? He aquí la cuestión. ¿Qué es un top manta? El fenómeno consiste en que alguien -normalmente un músico o un cantante, aunque los escritores también tendrían mucho que decir- crea un producto original y éste es reproducido una y otra vez sin pagar ningún derecho y se vende de forma irregular en las aceras. Pues si esto es un top manta, me temo que estamos infiltrados y que la invasión de los marcianos se está consumando casi sin que nos demos cuenta. En la vida moderna hay ejemplos a centenares. Cuando Bill Gates copió descaradamente la genial invención de los diseñadores de la manzana y se dedicó a exponer sus copias en mantas desplegadas en todos los rincones del planeta, la tan cacareada libertad del cibermundo sufrió un rudo golpe: todos sabemos que sus programas son peores que los originales, aunque también más baratos, por lo que el monopolio no tardaría en instalarse. Cuando los grandes escritores fueron convertidos en refritos cercanos al cómic o a la pornografía, la literatura española se trivializó y un inmenso top manta se instaló en los expositores de los grandes almacenes, a veces con el reclamo de la Academia para más inri. Cuando una genuina tradición culinaria mediterránea fue calcada por los especialistas en comida basura, una ola de figones top manta de medio pelo empezó a extenderse por nuestras esquinas al tiempo que el porcentaje de obesos (y de anoréxicos, la otra cara de la moneda) crecía de año en año. La irresistible ascensión del top manta, casi una epidemia, es un signo de los tiempos postmodernos, el distintivo de un periodo histórico en el que las sociedades de Occidente no saben lo que les conviene y, por ello, son más vulnerables que nunca. Antaño los poderosos oprimían o engañaban al pueblo: ahora, curiosamente, nos autoengañamos.

Todo este top manta es perjudicial, respectivamente para el bolsillo, para el gusto y para la salud, aunque resulta un poco exagerado pretender que su nocividad lo convierte en un riesgo social. Sin duda. Pero aquí quiero comentar un ejemplo mucho más peligroso, de triste actualidad, que viene a ser top manta químicamente puro. Supongamos que una determinada sociedad políticamente constituida invierte siglos de tensiones y de guerras en sentar las bases de su convivencia civilizada. El resultado de esta labor creativa es un conjunto de ideas -a veces contradictorias-, de símbolos, de complicidades transversales, incluso de costumbres más o menos frívolas. De repente, alguien se apodera de todo ello y lo reproduce no sólo sin permiso, sino a su conveniencia. Donde había ideas, ahora tenemos muecas, donde se respiraba solidaridad, ahora prima la indiferencia. Para apuntalar la cosa se crea una fundación que engloba a otras asociaciones anteriores en las que sí se discutían ideas (que no fueran las nuestras es lo de menos). Al poco tiempo, la otrora espléndida construcción mental se habrá convertido en copias piratas y algunos desgraciados serán encargados de difundirlas en sucesivas aceras electorales. La gente, claro, las comprará porque son mucho más baratas y no obligan a pensar. Pues bien (o, mejor dicho, mal): sorprendentemente nadie detiene a estos topmanteros. Todo lo contrario, envalentonados por su impunidad, aún tienen el descaro de llamar a la policía cuando un topmantero recién llegado pretende instalar su muestrario en la acera de enfrente y hacerles la competencia.

El problema está en los adelantos tecnológicos. Antiguamente también había top manta, pero los creadores tan apenas se veían perjudicados por el fusile de sus motivos musicales. En la época de los discos de vinilo, los mercadillos estaban llenos de cintas magnetofónicas baratas que reproducían los éxitos del momento. El fenómeno no dejaba de ser, sin embargo, marginal. No era lo mismo oír a los Beatles en un tocadiscos que en la cinta que podía uno comprarse en el Rastro. Tampoco era lo mismo el pensamiento tradicionalista del ensayo político que el fascismo voceado en los mítines. Sólo los compradores estregados por un consumo abusivo de simplezas caían en la trampa. Pero ahora ya no es así. Entre un CD de la tienda y un CD de la manta no siempre es fácil advertir las diferencias. Como tampoco lo es distinguir entre el genuino pensamiento patriótico del artículo de fondo del periódico y la degeneración topmantera de los eslóganes repetitivos y vacíos con los que nos machacan los oídos en las tertulias radiofónicas. El resultado salta a la vista: los topmanteros de esta esquina y sus competidores de la otra están arruinando el mercado y llegará un momento en el que sólo tendremos música basura porque a ningún creador le interesará componer. ¿Es que nadie va a hacer algo para detener esta oleada de delincuentes del top manta que nos asedia? Es verdad que los ajustes de cuentas entre ellos son cada vez más frecuentes y que cierta justicia distributiva implícita termina por dar a cada uno lo que se merece. Lo malo es que a este paso no habrá público para la música, sólo un desierto de hormigas que obedecen ciegamente la pachanga que emiten los altavoces y los receptores de televisión. Luego que no se quejen si la marabunta se lleva por delante todo lo que pilla a su paso: discos, mantas, clientes, aceras y hasta topmanteros.

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. (lopez@uv.es)

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_