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Reportaje:

El limbo político de Kosovo

La ex provincia serbia busca la independencia en medio del caos jurídico

Miguel Ángel Villena

La frontera entre el sur de Serbia y Kosovo, que no es propiamente una frontera, se ha de cruzar a pie y en medio de una espesísima niebla. Como en las películas sobre la guerra fría. Una comisaría de policía serbia, en un contenedor a las afueras del pueblecito de Merdare, se ocupa de pedir el pasaporte al viajero y de registrar su equipaje. Un vehículo de la policía de la ONU espera a unos doscientos metros para recoger al periodista. La situación define el limbo jurídico y político en el que se encuentra Kosovo desde que la ONU y más de 20.000 soldados de fuerzas de la OTAN asumieran un protectorado en la antigua provincia serbia de mayoría albanesa, tras los bombardeos de la primavera de 1999. La primera intervención de la historia de la OTAN precipitó la posterior caída del régimen de Slobodan Milosevic en el otoño de 2000 y abrió paso a la resolución 1.244 de la ONU, que no ha proporcionado una solución duradera. La resolución sostiene que Kosovo forma parte de Yugoslavia (ahora se llama Estado de la Unión de Serbia y Montenegro), y concede a la administración internacional las competencias de la organización civil y de seguridad.

Se multiplican los símbolos nacionalistas, mientras se define el estatus final kosovar
Un empleado local de la ONU gana un sueldo diez veces mayor que el de un médico del país

A diferencia de Irak y pese a que los bombardeos de la OTAN sobre Serbia y Kosovo no contaron con el aval de la ONU, los albaneses recibieron como una bendición la intervención internacional. Para los albaneses, el 90% de la población kosovar, se trataba de una liberación del yugo, del estado policial, que los serbios impusieron desde la llegada de Milosevic al poder en 1989. El agradecimiento llega a tal extremo que la principal avenida de este monumento al caos urbanístico y a la fealdad del realismo socialista que es la capital, Pristina, fue rebautizada con el nombre de Bill Clinton, el presidente de EE UU que dio luz verde a los ataques aéreos de la OTAN.

En los últimos cuatro años, una lluvia de millones de euros ha caído sobre Kosovo a través de la ONU, de la UE y de un sinfín de instituciones y ONG para comprar a precio de oro una paz subvencionada. Ni siquiera los portavoces de Naciones Unidas en Pristina son capaces de ofrecer una cifra global sobre las inversiones. La antaño región más pobre de la Yugoslavia federal y socialista vive una fiebre de edificación, subida de los alquileres, reparaciones de carreteras y apertura de comercios, acompañada de un floreciente contrabando en un pequeño país de apenas 11.000 kilómetros cuadrados, una superficie similar a la de Asturias. Las estadísticas oficiales reflejan un 70% de paro en Kosovo, pero todo se enmascara con la presencia internacional. Un sueldo de un empleado local de la ONU puede multiplicar por 10 el salario de un médico o de un profesor kosovar, que no rebasa los 250 euros mensuales.

"No queremos de ninguna manera que la comunidad internacional se marche de Kosovo", señala Muhamet Hamiti, asesor del presidente kosovar y líder histórico albanés, Ibrahim Rugova, "pero el mundo tiene que entender que la única solución para nuestro conflicto pasa por la independencia. Es falso que nuestra independencia pueda significar una alteración de fronteras y pueda desestabilizar de nuevo los Balcanes". En la independencia como meta es en lo único que parecen estar de acuerdo las fuerzas políticas, que abarcan desde los nacionalistas moderados de Rugova hasta los antiguos guerrilleros del desmilitarizado ELK (Ejército de Liberación de Kosovo). Aunque Hamiti insiste en que su objetivo apunta a que Kosovo sea miembro de la UE y de la OTAN, los funcionarios internacionales en Pristina prevén un largo camino hasta definir el estatus final del país. Isabella Karlowicz, portavoz de la Unmik (Misión de la ONU para Kosovo), anuncia la publicación de los estándares democráticos que partidos políticos, Gobierno y Parlamento habrán de cumplir antes de cualquier solución final.

Los Balcanes no resultan hoy una prioridad internacional, hasta el punto de que fuentes diplomáticas europeas admiten que la UE carece de un diseño de futuro para Kosovo. El regreso a la situación anterior, con la provincia integrada en Serbia, es una quimera, mientras la perspectiva de la independencia hace temblar a las cancillerías, que recuerdan que el sueño de una Gran Albania sigue presente entre muchos albaneses repartidos por Montenegro, Macedonia y el norte de Grecia. El conflicto estaría servido de nuevo. Si bien el Gobierno kosovar rechaza de plano este proyecto, los símbolos nacionalistas se multiplican, desde la colosal estatua de Skanderberg, el héroe medieval albanés, en el centro de Pristina hasta los innumerables monolitos junto a las carreteras dedicados a guerrilleros del ELK muertos en combates contra los serbios.

Kosovares caminan por una calle de Pristina, la capital de la ex provincia serbia.
Kosovares caminan por una calle de Pristina, la capital de la ex provincia serbia.JOSÉ COMAS

Guetos para serbios

Son las 11.30 del pasado jueves y un convoy militar de 10 vehículos de la KFOR (nombre que reciben las tropas de la OTAN en Kosovo) acaba de formarse junto a la estación de tren de Mitrovica, una ciudad dividida entre albaneses y serbios. El convoy espera la llegada de un microbús que traslada desde Belgrado, en un viaje de cuatro horas, a una docena de jubilados serbios que vuelven por primera vez a Kosovo desde la guerra para reconocer sus casas y sus propiedades. No parece, a primera vista, que estos inofensivos pensionistas serbios vayan a despertar las iras de los albaneses, pero los continuos incidentes contra los antiguos dominadores serbios obligan a una escolta militar. "El despliegue puede resultar espectacular, pero hace unos días los soldados italianos se vieron obligados a disparar al aire para dispersar una manifestación de albaneses que lanzaban piedras contra los refugiados serbios", comenta el comandante Emilio Peregrina, de la agrupación española de la KFOR, integrada por unos 800 militares.

La comitiva se desplaza lentamente hacia el cercano pueblo de Durakovac, donde los refugiados asistirán desolados al triste espectáculo de que sus casas han sido saqueadas. Drago Iovanovic tiene 67 años y es un ingeniero agrónomo jubilado que ahora vive en unos barracones para refugiados en Belgrado. "Claro que volvería a mi casa si tuviera garantías de seguridad y pudiera reconstruirla. He nacido y vivido aquí", dice mientras contempla las ruinas de un hogar de dos plantas rodeado de un jardín abandonado. "Pero de momento eso es un sueño imposible", sentencia. Tras la brutal represión ejercida por el régimen de Milosevic durante los años noventa contra los albaneses, que concluyó con un éxodo masivo durante la guerra de 1999, apenas 5.000 de los 230.000 serbios que huyeron de Kosovo han regresado. No más del 8% de la población actual kosovar es serbia, gentes que viven en guetos protegidos por las fuerzas de la OTAN. Los serbios de Kosovo pagan hoy la factura de las atrocidades del régimen de Milosevic.

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