Turquía moviliza al Ejército para apoyar el despliegue de seguridad en Estambul
Sindicatos y grupos cívicos convocan a los ciudadanos a manifestarse contra el terrorismo
Conmocionados por la peor ola de atentados en más de veinte años, los turcos comienzan a hablar ya de su propio 11-S. Los ciudadanos de Estambul parecen incluso dispuestos a sacrificar algunas de sus recién conquistadas libertades a cambio de seguridad. Tras la sesión de emergencia del Consejo Nacional de Seguridad a la que ayer fueron llamados gobernantes civiles y jefes de las Fuerzas Armadas, Turquía mantiene en estado de máxima alerta a todos sus servicios de seguridad, mientras el Ejército ha sido movilizado para apoyar el despliegue policial.
Los soldados han recibido ya la misión de proteger los centros comerciales del barrio de Levent, en el moderno centro financiero de Estambul, donde un coche bomba estalló ante la sede del banco londinense HSBC. La presencia del Ejército en las calles, una institución tan temida como respetada por los turcos después de tres golpes de Estado en los últimos 43 años, parece haber abortado el peligro de una ola de saqueos.
Las ruinas de lo que fue el Consulado británico en Estambul eran ayer un escenario de guerra en directo. Alineados en una de las avenidas que unen el antiguo distrito diplomático con los palacios y mezquitas de la época de los sultanes, decenas de equipos de televisión internacionales retransmiten al mundo el horror de la nueva zona cero que se ha abierto a los pies del histórico barrio de Galatasaray.
La presencia de la policía turca es patente desde el aeropuerto internacional Atatürk hasta la céntrica plaza de Taksim, donde sindicatos y organizaciones cívicas han convocado hoy una manifestación silenciosa contra el terrorismo. Las primeras detenciones tras las investigaciones en los círculos radicales islamistas han explotado la pista, sugerida por los servicios secretos israelíes, de los explosivos fabricados con fertilizantes de uso agrícola. "El olor a amoniaco tras las explosiones era tan intenso que apenas se podía respirar", decía ayer Nilüfer Tolat, una diplomada en Ciencias Políticas que acaba de regresar a Estambul tras ampliar su formación en Bélgica y España. Casi toda su familia, que vive en una casa situada a menos de un centenar de metros de la sede del banco HSBC, ha dejado la ciudad.
El Gobierno turco ha intentado imponer una velada censura a las informaciones sobre seguridad para evitar que se acreciente la ansiedad de los ciudadanos. Pero los medios de comunicación turcos rechazaban cualquier cortapisa a su libertad. Empresas e instituciones han alargado, de hecho, durante toda la semana que viene el largo puente del llamado Bayran o fin del Ramadán, que concluye oficialmente el martes, para que una mayoría de los más de 12 millones de habitantes de Estambul pueda cumplir con la tradición de visitar a sus familiares en el resto del país.
Pero la ciudad seguía anoche aterrorizada. Las medidas de protección se han extremado también en las sinagogas de Estambul, tras el doble atentado sufrido hace una semana en dos templos judíos. "Los terroristas no están atacando a la comunidad judía, los fanáticos atacan a toda Turquía y a su voluntad de pertenecer a Europa", aseguraba ayer en un arcaico castellano Yilmaz Benadret, de 70 años, fundador de la Federación Sefardí de Turquía.
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