Más allá de la historia
Prolífica y sensible historiadora de la literatura latinoamericana, la obra de la académica norteamericana Jean Franco ha sido durante décadas material de consulta imprescindible para todos aquellos interesados en la producción literaria de las Américas no angloparlantes. Como demuestra este ambicioso e interesantísimo ensayo, Jean Franco no agota su perfil en la historia de la literatura, sino que, a partir de un campo y una documentación amplísimos, apunta a un movimiento interpretativo de los nuevos rumbos en algunas de las líneas actuales de la cultura latinoamericana. No por azar el título toma del gran crítico uruguayo Ángel Rama un concepto fundamental, el de ciudad letrada, que estableció un modelo de funcionamiento doble y hasta cierto punto antagónico de circulación de los bienes culturales en Latinoamérica: por un lado, la ciudad colonial de la letra impresa castellana y, por otro, el campo de las masas rurales, indígenas o mestizas de tradición oral, que sólo serían objeto del movimiento de castellanización masivo tras los diversos procesos de independencia, a principios del siglo XIX.
DECADENCIA Y CAÍDA DE LA CIUDAD LETRADA
Jean Franco
Traducción de Héctor Silva Minguez
Debate. Barcelona, 2003
427 páginas. 24 euros
¿Por qué "decadencia y caída" de esa ciudad letrada característicamente moderna? Porque Jean Franco se ocupa de registrar sus crisis -y las de sus espacios y actores- en el juego ideológico y político desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta los profundos terremotos de la mundialización o globalización. En primer lugar, la guerra fría y los papeles enfrentados de Emir Rodríguez Monegal o del mismo Ángel Rama; también el movimiento de penetración norteamericana o de vinculación de la izquierda latinoamericana con el lejano polo soviético. Después, la revolución cubana y su progresivo enrarecimiento totalitario, con las sucesivas colocaciones y recolocaciones de los intelectuales americanos y europeos y el caso Padilla.
Al mismo tiempo, Jean Franco va analizando las distintas soluciones literarias a la "heterogeneidad" latinoamericana: por ejemplo, el origen y los límites de las alegorías onettianas o la eclosión y agotamiento del realismo mágico. Al respecto, será útil aquí la frecuentación de este volumen: en los departamentos universitarios de hispánicas todavía se suele confundir el tema (español) de la recepción del boom en la literatura peninsular con la propia historia de la literatura latinoamericana (incluido Brasil), lo cual no es sorprendente si se atiende a la deliberada indigencia bibliográfica y a la resistencia de ciertos miembros de estos estamentos a aceptar -por más anacrónico que parezca- la independencia y especificidad literarias de las culturas "ultramarinas". No sólo anacrónico, sino sintomático; en este momento muchos cursos superiores de la universidad española se nutren de estudiantes transoceánicos, en ocasiones tratados con una reticencia misteriosa: es imposible imaginar alguna razón histórica o intelectual para esta tácita soberbia.
Los antecedentes de la declinación incluyen episodios centrales de la izquierda mexicana, de Jorge Amado, del significado político del Canto general de Neruda, del debate en torno al Calibán de Roberto Fernández Retamar, del entramado ideológico de algunos segmentos de García Márquez, del magno proyecto de Roa Bastos en Yo el Supremo, de la topografía simbólica de Juan Rulfo o de la enigmática e insuperable Clarice Lispector en La pasión según G. H.
Por fin, Jean Franco se enfrenta con la pregunta crucial: ¿qué queda de la literatura en la ciudad letrada americana de las posdictaduras de los años ochenta, la ciudad del capitalismo salvaje, con sus secuelas de pauperización, marginación de grandes masas y homogeneidad mercantil? ¿Qué de los impulsos reformadores? Y, sobre todo: ¿qué obras han registrado o registran esas sensibilidades e identidades en mutación? Siguiendo los textos narrativos de Ricardo Piglia, Pedro Lemebel, Tununa Mercado, Fernando Vallejo o Diamela Eltit, expone las posiciones enfrentadas de los más importantes intelectuales americanos. Por un lado, Beatriz Sarlo, que, tras analizar los cambios urbanos de la Buenos Aires posmoderna, defiende una precaria pero efectiva exigencia estética presente en los lenguajes artísticos como "reserva de intensidad semántica y formal" (página 341). Por otro, el neopopulismo de Silviano Santiago que proclama que "en Brasil no hay que enseñar a leer y escribir sino a ver televisión" (página 342). Junto con este itinerario, se describe la eclosión y cambio de función de algunos géneros, como el del testimonio -desde el ubicuo y discutido texto de Rigoberta Menchú hasta los relatos de supervivientes de los regímenes del Cono Sur-, uniendo la pregunta por su legitimidad y fronteras con otra cuestión: el surgimiento de formas híbridas entre teoría y documento verbal y visual en la obra de la crítica chilena Nelly Richard, a quien Franco atribuye un papel decisivo en la formulación de los nuevos problemas de la agónica ciudad letrada americana.
Libro sugerente, lleno de lecturas comparadas de disímiles corrientes nacionales y de cruces de autores y obras del pensamiento crítico actual, Decadencia y caída de la ciudad letrada es, además, un mapa extraordinariamente revelador de los ajustes conceptuales que Franco, como historiadora de la literatura, lleva a cabo frente a dos campos problemáticos -el de los estudios culturales y, en parte, el de los poscoloniales-. Muestra, así, los cambios que ambos experimentan al cruzarse con una tradición tan plástica como poco estudiada desde estas perspectivas.
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