El diseño de las luces de Navidad
El reputado arquitecto Xavier Monteys se quejaba hace poco en este diario (EL PAÍS, 12 de noviembre de 2003) de que se intente renovar la decoración navideña, y en general se lamentaba de que a menudo el diseño se quede en "peluquería". Me alegro de que surja un debate, pues de ahí siempre sale luz. Respecto a la decoración navideña, hay que aclarar un poco el asunto; desde el Ayuntamiento de Barcelona y el FAD tan sólo hemos planteado un proyecto de renovación de 26 calles de las 400 que se engalanarán. Siempre partiendo de un gran respeto a la tradición, y precisamente con la voluntad de mantenerla porque, como el fuego, si no se aviva, se apaga. Esto estaba pasando en Barcelona, ya no gozábamos de las bellas iluminaciones de antaño, sino de burdas simplificaciones con motivos ñoños, inventados hace dos días en talleres gallegos y portugueses. O lo que es peor, burdas tiras de luz con escritos incitando a la compra compulsiva: "zapatos, libros, ropa, La Caixa...". Quien paseó por la calle de Pelai el año pasado pudo comprobarlo. Y nuestras luces tenían más cosas malas: eran carísimas, pesadas, a veces peligrosas, consumían una barbaridad, sólo eran visibles de noche...
Ante esta degradación, afortunadamente ha surgido un iniciativa, modesta pero cualificada, que no pretende cargarse este rito, sino precisamente salvarlo y dignificarlo. En todo caso, si mucho me apura Monteys, lo que cabría objetar es si iluminar las calles tiene sentido, pues es principalmente un incentivo del comercio. Ahora bien, quejarse de que mejoren me parece pura nostalgia, y ligarlo al eslogan Barcelona, la millor botiga del món es demagogia, pues ni comparto este eslogan, ni tiene nada que ver con nuestro proyecto.
De acuerdo con él en que el deber del creativo es siempre dejar las cosas mejor de como estaban, y es cierto que no siempre ha sido así. Hemos vivido ejemplos desoladores que han ido mermando la rica tradición de Barcelona, pero entonces, ¿cuál es la solución?, ¿no tocar nada? Si así fuera, aún estaríamos en las cavernas. Por el contrario, los que deseamos progresar pensamos que hay que correr un riesgo, respetando la historia, pues no hay por qué contraponer pasado y futuro. Creo que en este caso se ha procedido de forma impecable, involucrando a vecinos, comerciantes, diseñadores, empresas productoras y administración, y eligiendo a diseñadores de gran solvencia y tanta sensibilidad ciudadana, como mínimo, como tienen Monteys o un peluquero.
Espero que su visión no sea la de aquellos que viven en los barrios bien, y que se horrorizan de la transformación de Ciutat Vella, de los que se quejan de la pérdida de glamour de los estrechos callejones insalubres y añoran las ruinas, pero para contemplarlas, pues no son ellos quienes habitan dentro de pisos diminutos sin servicios y degradados. Si su crítica va por ahí, de nostalgia estética, no me sirve; si por el contrario pretende buscar un argumento social y vivencial en la responsabilidad de la arquitectura y el diseño, me apunto a su tesis y entono el mea culpa. Hasta la fecha hemos cometido muchos errores desde la profesión -y edificios horribles en el Raval-, y además no hemos sabido explicarnos. Mucha gente sigue viendo a la arquitectura como un agente depedrador y especulativo, y al diseño como una disciplina altanera. Por eso pretendemos, con la celebración del Año del Diseño con motivo del centenario del FAD, agitar el debate no sólo con el clip, sino con cerca de 400 actividades, de las que Monteys sólo cita las luces de Navidad; por cierto, para decir que prefiere dejarlas tal como estaban. Aunque seguramente en algo la habremos pifiado, nuestra actitud es más propositiva: le invitamos a equivocarnos juntos. Durante este año hemos intentado precisamente esto, acercarnos a la gente. Saber qué opina la sociedad del diseño y la arquitectura, aceptar quejas, proyectar una visión más humilde de nuestra profesión, deshacer el equívoco del diseño como algo superficial -¡qué culpa tendrán los peluqueros!-, caro o de firma. Nos encanta el diseño anónimo, como se pudo ver en la estupenda exposición y catálogo Alehop, pero no nos da vergüenza celebrar a los buenos autores, ¿por qué habría que esconderlos? Hemos involucrado a más de 350 entidades y todo el sector fue invitado a opinar. En el proyecto Barraca Barcelona destapamos los problemas de la vivienda de emergencia que se vive en nuestras propias narices; en Racons cualquier persona -arquitecto o no- ha podido sugerir mejoras para 10 recovecos negros olvidados del Raval; en Carta blanca hemos dado cancha a jóvenes para mejorar nuestro entorno y devolver la función social que tiene necesariamente nuestro trabajo; acabamos de clausurar el congreso Innovadisseny. Y tenemos programado el debate Farts de disseny, en el que escucharemos -también a Monteys- si ya está bien de tanto diseño. Es decir, de tanto diseño malo. Con todos sus defectos, el entorno material que nos rodea ha sido posible gracias a creadores capaces y empresas innovadoras. Algunos seguimos apasionados con esta profesión y estamos convencidos de que conocerla es amarla, y que, ejercida con dignidad, puede ayudar, aunque sea infinitesimalmente, a hacer más feliz la vida de la gente. La nostalgia, el conformismo y la queja al cambio son la negación de la creación. Que continúe el debate, es necesario confrontar puntos de vista, nuestra labor tiene una trascendencia inmensa y todo el mundo tiene derecho a opinar. Queremos afinar más y sintonizar con el espíritu de nuestro tiempo. Y con los anteriores también. Por un diseño innovador al servicio de las personas.
Juli Capella es arquitecto, presidente del FAD.
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