Metamorfosis
En un punto privilegiado de Barcelona abre sus puertas un nuevo restaurante. Esquina amplia, luminosa; edificio noble o, si a tanto no llega, representativo de la burguesía, con ínfulas. Desde tiempo inmemorial el local estuvo dedicado a la restauración. En sus orígenes, allá por los años treinta del siglo pasado, fue un restaurante de cocina vasca, de nombre Euzkadi, con esta ortografía y sin más connotación, según su dueño, que la afinidad y simpatía gastronómica. La excusa no valió y después de la guerra las autoridades, en su sabiduría, le obligaron a cambiar el nombre por el de Navarra, supuestamente más patriótico. Así se llamó tantos años que se borró de la memoria colectiva su anterior identidad.
Por su ubicación inconfundible, a escasos metros de la plaza de Cataluña, en el arranque del paseo de Gracia, el Navarra se convirtió en punto de encuentro de forasteros. Según dicen, infiel al espíritu que había motivado su cambio de nombre, allí se daban cita agentes subversivos de allende las fronteras, con nombre falso, barba de dos días, chupa de cuero y un cigarrillo francés en la comisura de los labios.
Pero como nada perdura, y menos lo esencial, cerró el Navarra y en su lugar se instaló una hamburguesería norteamericana, para alegría de adolescentes y desespero del tontaina de José Bové. Plástico de colores chillones en sustitución del maderamen ibérico, recio y grasoso. Y siguieron pasando los años hasta que también cerró la hamburguesería.
Hubo un intervalo de obras, y el local ha vuelto a abrir, tras experimentar otra metamorfosis. Ahora es un restaurante japonés con todos sus atributos: cocina a vista, barra giratoria y estética manga, si se permite este oxímoron. Una somera inspección ocular me indica que por tradición y por cordura, lo anterior no excluye un sabio eclecticismo: por la mañana se puede desayunar café con leche y bollería, quizá más cosas. Pero al fondo, detrás de una mampara de cristal, absortos en su labor, unos cocineros con aspecto de genuinos japoneses, trajinan limpiamente los alimentos. Y sin duda ignoran que, como personajes de un relato de Borges, han venido hasta aquí, a magrear el sushi, para que la historia pueda dejar en esta esquina la huella de sus zapatones.
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