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Columna
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'Voyeurs' y pirómanos

Cuenta una leyenda de mi juventud que el alguacil que controlaba el tráfico en el cruce del centro de Amorebieta, cuando chocaban dos vehículos, se acercaba con gesto serio y preguntaba a sus conductores: "¿Quién ha chocado primero?". Era una pregunta imposible de responder, y si cada uno de los conductores contestaba precipitadamente, la respuesta era "ese". Pero el alguacil, listo como todos los aldeanos, se libraba, metiendo la duda en el cuerpo a los conductores, de su propia responsabilidad de velar para que no se produjeran esos accidentes.

En la situación de enfrentamiento provocada por el Gobierno vasco con el Estado (no sólo con el Gobierno español) ha hecho fortuna la imagen descriptiva de dos trenes marchando en sentido contrario por la misma vía a gran velocidad y que van a chocar de una manera brutal. No es muy cierta esa imagen, pero sirve para que quien la creó o utiliza, además de ejercer de voyeur, como si todos no estuviéramos embarcados en ambos trenes, se inmunice de cualquier responsabilidad ante tan previsible tremendo choque. Pero, sobre todo, tiende a responsabilizar no sólo al PNV del accidente al que nos conduce, sino también, al PP. Esta imagen busca la neutralidad política del voyeur, cuando para muchos la imagen cierta es la de un solo tren, en el que nos han obligado a ir de pasajeros, que va a toda velocidad sobre un trazado que no lo permite y que irremisiblemente va descarrilar sobre el abismo. El problema es que con ella no se le puede echar culpa alguna al otro tren, que no existe ni va en sentido contrario. O se cambia de maquinista o ustedes verán adónde vamos.

Lo del pirómano es otra cosa. Afortunadamente, desde la Constitución, hay libertad de expresión y podemos utilizar las palabras a nuestro antojo. Podemos usar palabras malsonantes, todas, pero si en una sesión de cine, con las luces apagadas, una persona dice en tono alto la palabra "fuego" o, incluso en tono más relajado, empieza a decir que "aquí huele a quemado", puede provocar una estampida que cause algún muerto. Lo lógico es que, por prudencia, a nadie se le ocurra hacer esta gamberrada por mucha libertad que exista.

Debatan, dialoguemos, dicen los promotores del viaje al abismo, para meter más miedo en el personal, para hacer más creíble la posibilidad de la estampida. Dialoguemos sobre la posibilidad de que algunos nos quedemos sin nacionalidad vasca, o sin ciudadanía, que es una distinción humillante, peligrosa, principio del fin, el grito de "fuego" en la sesión de cine. Entre falsas apariencias, falsas imágenes y sofismas de charlatán, se ofrece a la ciudadanía el cambio más traumático para sus vidas como si no tuviera importancia, como si fuera posible, como si no fuera a levantar odios sobre los rescoldos de tantos asesinados. Lo de "¿qué mal hay en ello?" resulta la expresión más frívola y temeraria que he escuchado. Es digno de encomio la campaña que Gesto Por la Paz va a iniciar con la voluntad de que tendamos puentes, los personales también. Pero hay un problema, que Michael Ignatieff describe en el fuego cruzado entre personas que fueron amigos en su día, en un frente bélico en la antigua Yugoslavia. Cuando una sociedad se rompe por el tremendo tajo etnicista, el caos, el enfrentamiento civil, sólo lo resuelve el Estado, por muy malo que éste sea, según aconseja el filósofo. Aquí no es que las personas seamos peores que hace diez años, es que el proyecto político que se ha introducido desde el poder local nos hace cada vez peores y hasta enemigos. Tiempo al tiempo.

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