Los misterios de Elf
El último juicio de la saga Elf-Aquitaine se ha cerrado con las mayores condenas en Francia por corrupción, pero dejando a oscuras muchos de los secretos políticos que rodean la actividad de la petrolera en los últimos años de la presidencia de François Mitterrand, a principios de los noventa. El Tribunal Correccional de París, en una sentencia contra la que cabe recurso, ha mandado a 13 personas a la cárcel, y condenado a otras 17 a multas por malversación de 305 millones de euros, que el fiscal calificó de "pillaje", a través de cuentas ocultas en el extranjero y otras prácticas de una empresa entonces pública y hoy ya privatizada.
Es todo un sistema el que ha quedado salpicado. El entonces presidente del Constitucional, Roland Dumas, tuvo que dimitir tras conocerse un escandaloso intercambio de regalos cuando era titular de Exteriores con su amante, Christine Deviers-Décours, que trabajaba para Elf y que contribuyó al escándalo con su libro de memorias La puta de la República. Aunque primero fue condenado, luego salió absuelto.
Pero el último veredicto no habla de política, sino que se limita a condenar a la cúpula de la empresa, empezando por sus tres principales dirigentes: su presidente de entonces, Loick Le Floch-Prigent; André Tarallo, ex monsieur África de Elf por su conocida relación y actuación con diversos dirigentes africanos, y el ex número dos de la empresa, Alfred Sirven, que prometió revelaciones que "harían caer diez veces a la República", pero que se han quedado en nada.
Todos ellos, y otros dirigentes e intermediarios, incluido de refilón el español Daniel de Busturia, han protagonizado un caso de una amplitud sin precedentes que pone de relieve no sólo una preocupante corrupción interna en Francia, sino también una política africana dictada por el más crudo interés. Los principales responsables han sido condenados gracias al tesón de tres jueces que se han sucedido en la instrucción de un caso digno de las mejores y más rocambolescas novelas.
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