Reinventar el terror
En pocos años, y ante la alarmante atonía (o, lo que es peor, el infantilismo desaforado) del cine de terror estadounidense, sólo interesado en el impacto y la hemoglobina, el gore desastrado y la parodia, se ha ido abriendo paso una nueva vuelta de tuerca, casi una concepción autónoma del viejo terror clásico, hecha mucho más de suspense, tensos tiempos muertos y perturbadores sentimientos ocultos que del deseo de llamar la atención a cualquier coste. Que estas películas lleguen de Japón, un país azotado desde hace diez años por una dura crisis económica que está poniendo contra las cuerdas los restos de la cultura tradicional, tal vez no sea casualidad, y sirva para recordar, como hiciera hace casi sesenta años Sigfried Kracauer, en su análisis de los filmes alemanes de entreguerras, que el terror florece mucho mejor en tiempos turbulentos, en épocas y países cuyas sociedades padecen carencias de rumbo y certezas.
LA MALDICIÓN
Dirección: Takashi Shimizu. Intérpretes: Megumi Okina, Misaki Ito, Misa Uehara, Yui Ichikawa. Género: terror, Japón, 2003. Duración: 92 minutos.
La última criatura
La maldición gira en torno a una extraña casa en la que todos los visitantes terminan cayendo en una especie de paranoia terrible y autodestructiva. Tanto en este filme como en las dos películas de Nakata, importan menos las razones por las cuales se cumple la amenaza del lado oscuro, el por qué se desata la locura homicida, o suicida, que persigue a los personajes. De lo que va la cosa es de trazar un diagnóstico, triste y desesperanzado, de una generación -los protagonistas de estas películas suelen ser adolescentes, incluso niños- que no destaca por su capacidad de movilizarse por nada, ni siquiera de comunicarse. Hecha de rutilantes momentos de terrorífica eficacia, poblada de personajes desorientados y eficazmente compuesta en lo que a su tempo dramático se refiere, La maldición confirma que en el Japón actual algo huele a podrido, a estancado: a ausencia de futuro.
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