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Columna
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100 poetas

José Luis Ferris

Si una ONG pide voluntarios para paliar la soledad del mundo o una empresa solicita repartidores de sueños, vendedores con experiencia en falacias y utopías, seguro que no alcanzan el éxito que esta misma semana han cosechado el IV Congreso Internacional de la Lengua celebrado en Valladolid. A los organizadores de este encuentro anual no se les ha ocurrido nada más brillante que poner un anuncio en la prensa para invitar a los poetas del entorno a leer sus versos en el Palacio de Congresos Conde Ansúrez de la capital castellana. Y la llamada ha surtido su efecto, desde luego, sólo que ha roto todas las previsiones y he aquí que el maratón poético ha llevado al escenario del recinto cultural un número de poetas líricos que duplicaba al del público. Cien poetas, pues, han salido de sus guaridas, de sus madrigueras anónimas, para dar a conocer lo que durante tanto tiempo guardaban en el muy recomendable fondo de un cajón. Ellos, los responsables de este magno recital, hablan de éxito sin precedentes, pero el asunto invita a unas cuantas reflexiones.

En primer lugar, cabría distinguir -hablo de esa muchedumbre de espontáneos versificadores- a los poetas de los que no lo son, esto es, a los que dan sentido a las palabras, dignifican el lenguaje y lo trascienden, de los meros propagadores de tópicos rimados que trampean, sin talento alguno, con un saco pobre de palabras recurrentes y muertas. De aplicar esta primera criba, el número de vates congregados en Valladolid quedaría reducido a un generoso 10%, que ya está bien para saborear en público un arte que requiere reclusión y soledad. Si esta nueva edición del Congreso Internacional de la Lengua lleva el título de Poesía necesaria, me parece que sobran los engaños. El problema de estos falsos poetas que llenan pliegos y pliegos de versos indigestos e inútiles es que no son conscientes de su estafa. Viven a gusto en su mentira y aspiran a verla encuadernada en rústica, con sello editorial a ser posible y bien expuesta en los escaparates de El Corte Inglés. Alguien tendrá que decirles la verdad con un libro de Machado o de Auden en las manos.

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