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LA COLUMNA
Columna
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De Cataluña a España

Josep Ramoneda

¿QUÉ IMPACTO tendrán las elecciones catalanas en la política española y, concretamente, en las elecciones generales de marzo? El PP se las promete muy felices. Si el PSC pierde, el PSOE, después de las últimas desdichas, recibiría un golpe moral quizá insuperable. Si el PSC gana, la alianza con Esquerra daría alimento al PP para los próximos meses. El plan Ibarretxe en el País Vasco y la coalición social-separatista en Cataluña permitirían construir una amalgama contra la que, piensan en el PP, se podría arrastrar mucho voto. El juego de las mentiras, sin embargo, es arriesgado en política. La situación ya es suficientemente delicada como consecuencia del desafío lanzado por Ibarretxe. Tensar la cuerda -al modo de Mayor Oreja- contra el Gobierno de Cataluña como si sus apuestas tuvieran algo que ver con las del lehendakari sería una grave irresponsabilidad. Perfectamente coherente, eso sí, con la estrategia aznarista de la tensión.

Felipe González, buscando argumentos que puedan motivar a aquellos electores felipistas de Cataluña que acostumbran a abstenerse en las elecciones autonómicas, ha acuñado un eslogan: "Votad a Maragall para impedir que Aznar disgregue España". ¿Este mensaje puede tener eco fuera de Cataluña? Tengo la sensación que ni en el propio PSOE hay una respuesta clara a esta pregunta. Hay quienes piensan que la asociación Aznar-disgregación de España es imposible que se entienda porque la imagen de Aznar va asociada precisamente a la idea contraria: el hombre de convicciones que no permitirá que España se rompa. Y hay, sin embargo, otros que piensan que la idea de la España plural ha calado, que 25 años de Estado autonómico no han sido en vano, y que mucha gente comprende que Aznar, al cerrar la puerta a las reformas estatutarias y constitucionales, propaga el incendio en vez de apagarlo.

El nuevo Gobierno catalán entrará en una escena marcada por el conflicto vasco. Aznar intenta ganar tiempo con la impugnación inmediata del plan Ibarretxe quizá para evitar lo que cree que, tarde o temprano, el Gobierno tendrá que hacer: suspender la autonomía vasca. Por su parte, Ibarretxe utilizará las elecciones vascas como instrumento para consolidar posiciones y ganar tiempo en el momento que sus cálculos electorales señalen como óptimo. ¿Qué incidencia puede tener Cataluña en ello?

Una coalición de izquierdas, aparte de la utilización electoral que el PP haría de ella, podría servir para hacer una demostración práctica de que Cataluña puede crecer en autogobierno por caminos mucho más razonables que el País Vasco. Un nuevo Estatuto, apoyado por una amplia mayoría, que llegara al Parlamento español en el curso de 2005, podría hacer la función de vía a seguir. Cataluña goza en este momento -por contraste con Euskadi- de un buen reconocimiento en España: hacen las cosas de otra manera, dicen. (Aunque quizá por eso algunos vean a los catalanes como más peligrosos). El lenguaje de Maragall -no sólo no queremos irnos, sino que aspiramos a mandar en España- se entiende perfectamente en Madrid. Querer mandar es la mejor garantía de que Cataluña quiere quedarse. Otra cosa será si no la dejan mandar. Pero entonces tendrá razón Maragall de llamar separadores a quienes lo impidan.

Una coalición CiU-Esquerra Republicana tendría el efecto icónico negativo de poner el factor nacionalista en un apabullante primer plano. Se conoce que Esquerra es un partido que nunca tomará la iniciativa de romper las reglas del juego, pero que siempre tenderá a ponerse en la aspiración del que dé el paso más atrevido (el PNV, en esta circunstancia). Lo cual significaría alta presión para CiU, en una peligrosa emulación entre nacionalistas interna al Gabinete.

Quizá por eso, Mas sigue sin descartar -en algún caso ha dicho que sigue siendo su primera opción- la coalición con el PSC, que Maragall, en las últimas semanas, ha rechazado de plano. Pero esta coalición sólo podría darse en caso de victoria corta de Mas sobre Maragall, y se haría, obviamente, sin el líder socialista. La asociación CiU-PSC juntos sería letal para la democracia en Cataluña porque el prometido cambio se convertiría en sociedad de asistencia mutua. Pero tiene cada vez más adeptos en Madrid -y en las élites empresariales catalanas- porque se ve como un signo de orden, en tiempos que se temen convulsos.

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