Lars von Trier inicia con 'Dogville' su trilogía sobre EE UU
El cineasta danés asegura que la película es fruto del amor a su madre y a Brecht
Dogville es la primera película de lo que Lars von Trier ha llamado su trilogía americana. Su heroína se llama Grace y la trilogía se titula USA. Dogville es la U y, de momento, Mandalay será el nombre de la segunda película, la que corresponde a la S. Si Dogville se sitúa en Alabama y recrea el ambiente de los gánsteres de los años treinta, Mandalay se situará en el sur y se centrará en la segregación racial. Trier decidió hacer esta trilogía como respuesta a las críticas que recibió en Estados Unidos por situar Bailando en la oscuridad (el musical que logró en 2000 la Palma de Oro del Festival de Cannes) en un país que, según dijeron, le es ajeno. "Si en algo se ha caracterizado Hollywood es en recrear lugares que ni ha pisado ni pasará", dijo Trier para zanjar la polémica.
"No pretendo medir mis traumas infantiles con los de Bergman"
Pero Dogville va más allá de una pataleta anecdótica. Lars von Trier pensó en Jenny y los piratas, una canción de La ópera de cuatro cuatros de Bertolt Brecht cuando empezó a escribir este terrible drama. "Esa canción de la ópera es una historia de venganza, una de esas historias que mi madre me enseñó a condenar", aseguró el cineasta en una entrevista a Le Monde poco antes del estreno, en el último Festival de Cannes, de Dogville. "Mi madre adoraba a Brecht", añadió entonces el director de Rompiendo las olas. "Cuando hice Dogville pensé sobre todo en ella y en Brecht, a ellos dos les debo la geografía abstracta de mi mapa mental".
Según cuenta su hijo, Inger Trier era una mujer muy vinculada con la extrema izquierda y muy obsesionada con que su hijo fuera un hombre diferente, "libre y creativo". Inger le confesó a su hijo en el lecho de muerte que su padre biológico no era Ulf Trier sino un hombre que, según ella, le garantizaba esos genes artísticos que tanto perseguía. En una larguísima entrevista publicada por Cahiers du
cinéma, el cineasta cuenta: "Ella tuvo una relación con un hombre cuyos genes podrían serle útiles, al parecer su amante tenía un gran talento musical. Por eso mi madre, sin yo saber por qué y ante mis evidentes limitaciones, me animaba a interesarme por la música durante la adolescencia. Mi madre me empujó a ser artista. Era su proyecto. No he sentido jamás esto como una presión. Ahora veo con cuánta lucidez ella siguió los pasos para crear a un individuo libre y creativo". Lars von Trier intentó conocer a su padre biológico, al parecer un prohombre muy conocido en Copenhage, pero éste jamás quiso recibirle. "No pretendo medir mis traumas infantiles con los de Bergman, aunque según su hermana los suyos sólo son mentiras".
Lars von Trier nació el 30 de abril de 1956 en Copenhage. El von no surgió hasta los años setenta. "En aquella época yo sólo leía a Strinberg y a Nietzsche. Durante la crisis mental que sufrió Strinberg en París, lo que él llamó la crisis del infierno, firmaba todas su cartas Rex, la firma de un rey. Me pareció divertido, me gustaba. Estaba a medio camino entre un gesto de burla y de orgullo. Es algo que también había visto en los músicos de jazz americanos, que ponen títulos nobiliarios como duke o count antes de su nombre. Evidentemente mi von tiene que ver con dos cineastas: Sternberg y Stroheim, sus
von eran totalmente ficticios. Se los pusieron para epatar en Hollywood".
Lars von Trier asegura que es testarudo, y que ésa es su mayor virtud. "La experiencia me ha enseñado a no ser demasiado hábil. Detesto la ideología de la eficacia. Otra vez un truco estadounidense". Trier debutó en 1981 con Nocturne, realizó una hipnótica Medea para la televisión danesa en 1988, su polémico espacio publicitario Sauna anunciaba un periódico local colgado de un pene erecto y fue su famoso Dogma 95 la inyección de aire fresco mejor que ha tenido el cine europeo desde la nouvelle vague. Cámara en mano ("detesto la idea de imágenes construidas, quiero estar lo más cerca posible del actor"), sin ensayos, con largos meses dedicados al montaje y con un sistema de trabajo en el que no hay sitio para estrellas caprichosas, para Trier el cine es una obsesión y un juego. "Nunca he filmado de manera realista, me parece más divertido, emocionante e interesante inventar reglas personales. Eso sí, una vez inventadas hay que respetar ese juego y esas reglas". Definió Rompiendo la olas (la película gracias a la cual en 1996 dejó de ser un cineasta sólo de culto) como un melodrama erótico. En ella dotaba al amor físico de propiedades místicas y milagrosas. "Normalmente se elige un estilo para una película con el fin de resaltar el relato. Yo hago lo contrario. Elijo estilos que van contra el relato, son un filtro delante suyo. El estilo documental y brutal de Rompiendo las olas contradice el relato, implica que aceptamos la historia tal y como es".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.