El 'ayatolá' del euro fuerte
No hay indicios de que el hombre denunciado como "el ayatolá del franco fuerte", a mediados de los noventa, piense cambiar de ortodoxia a los 62 años sólo por el hecho de haberse convertido en presidente del Banco Central Europeo (BCE). Su nuevo reinado no será tan omnipotente como el llevado a cabo en el Banco de Francia, pero es difícil que caiga en las ingenuidades o en la franqueza excesiva de su antecesor, Wim Duisenberg.
Diplomado de la Escuela de Minas, inspector de Finanzas, Trichet es el arquetipo del alto funcionario. Efímero simpatizante del Partido Socialista Unificado en su juventud, pasó por los Gabinetes de Valéry Giscard d'Estaing y de Edouard Balladur antes de ser nombrado director del Tesoro, en 1987, y del Banco de Francia, en 1993.
Una vez instalado en el edificio que abriga la espléndida Galería Dorada, Trichet infligió a la economía francesa una purga sin precedentes. A partir de 1993, la inflación bajó al nivel del 1,5% anual, lejos del 4% de los años anteriores, y logró hacer del franco una divisa fuerte al precio de mantener constreñido el crecimiento económico, con la secuela de un paro relativamente elevado. Todo ello en aras de cumplir los criterios para adherirse al euro.
Las controversias sobre su política no han podido con el orgullo nacional francés. Jacques Chirac estaba empeñado en que un compatriota fuera el primer presidente del BCE y no pudo soportar la designación de otro para ese cargo. El jefe del Estado francés negoció en 1998 el compromiso de que Duisenberg no agotaría el mandato y de que Alemania apoyaría después a un francés. Y pese a que Chirac había criticado al ayatolá que se negaba a bajar los tipos de interés, le reconoció como el único candidato cuya competencia profesional y estatura internacional estaban fuera de duda. Todo ello sin perjuicio del temor que inspira el situar al frente del BCE a un defensor de la moneda fuerte y del Pacto de Estabilidad.
En los últimos meses, Trichet ha criticado al Ejecutivo de su país por permitir una desviación del 4% en el déficit público, un punto más del tope previsto: "Sería un error creer que, en periodo de dificultades, aumentar el déficit supone necesariamente una ventaja para el crecimiento". A su juicio, un nivel elevado de gastos y de déficit provoca la desconfianza de consumidores e inversores, anulando los efectos keynesianos esperados.
Trichet derrochó paciencia y sangre fría durante el proceso por el falseamiento de las cuentas del Crédit Lyonnais, en el que se le reprochaba haber tolerado los manejos del banco para maquillar sus pérdidas. Fue absuelto de tal imputación justo a tiempo para ser nominado a la presidencia del BCE, pero hubo de defender su candidatura en pleno enfrentamiento de Francia con la Comisión Europea, simbolizado en la frase "I'm not here as a french man [No estoy aquí como francés]", con la que contestó a eurodiputados reticentes hacia él por proceder de un país tan poco respetuoso con el Pacto de Estabilidad.
Prudente en sus declaraciones públicas, nada de cuanto ha dicho o dado a entender en los últimos meses permite pensar en cambios a lo Greenspan en la línea del BCE. Pero, a fuerza de ortodoxo, Trichet escribió recientemente en un artículo de prensa: "La política monetaria es un arte y no una ciencia; las decisiones reposan sobre un juicio, no sobre la aplicación mecánica de los resultados de un cálculo". El contexto recesivo en que se mueven las principales economías europeas, el hundimiento del dólar o las condiciones de adhesión al euro por parte de nuevos socios del este de Europa darán motivos de inspiración al artista.
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