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Columna
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El silencio es de oro

En la base de todo éxito político está en bastantes ocasiones el engaño, con frecuencia el ocultamiento y siempre la opacidad. Sobre todo cuando se trata de la gran política, como es el caso en la política de la guerra. Bush y los suyos conocen muy bien estos usos y los aplican con un furor implacable. Más de 25 meses después de los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono seguimos dándole vueltas a los mismos interrogantes inicialmente suscitados de los que me ocupé en este diario hace casi dos años. Ahora la revista Der Spiegel de esta semana -número 44 del 27-10-03- dedica, con el título de La confesión, 15 páginas (de la 120 a la 135) a presentar el relato de la preparación y ejecución de los acontecimientos del 11 de septiembre apoyándose sustancialmente en la entrevista concedida a la revista Al Jazeera por Chalid Scheich Mohamed y por Ramzi Binalshibh y en sus declaraciones posteriores, a las que su condición de muy próximos colaboradores de Bin Laden y su fuerte implicación en la organización del ataque confiere gran importancia. Ese extenso texto pone de relieve que los preparativos comenzaron en 1996, y subraya que muchas de las conversaciones que los terroristas mantenían entre sí eran escuchadas por los servicios norteamericanos de control. Lo que refuerza la pregunta central que atraviesa todo este proceso: ¿qué sabían la CIA, el FBI, el Departamento de Defensa y, en general, los servicios de información de EE UU de la preparación del ataque, cuándo lo supieron y por qué no intervinieron entonces de alguna manera? ¿Puede servir de explicación el tan repetido argumento de las disfunciones entre los distintos departamentos concernidos? ¿Cuándo vamos a conocer al menos la identidad de los terroristas que efectivamente participaron y murieron en la agresión, dado que se ha comprobado que 7 de los 19 nombres que figuraban en la lista oficial, facilitada en su momento, han vuelto a reaparecer? ¿Por qué Pakistán no ha desmentido nunca que Atta, uno de los principales coordinadores de la operación terrorista, era miembro de su servicio de espionaje y recibió en su cuenta bancaria americana 100.000 dólares transferidos por el general Ahmed Mamud, director del ISI, la CIA paquistaní? ¿Por qué la Comisión Internacional de Valores ha renunciado a llevar hasta el fin la investigación sobre la utilización, por parte de la sociedad Alex Brown, dirigida entonces por el banquero Krongard y hoy tercero de la CIA, de la información privilegiada relativa a valores de United y American Airlines que el 11-S produjo un beneficio de varios centenares de millones de dólares? ¿Qué impide al diario Haaretz confirmar o desmentir la noticia que facilitó en su día sobre diversas llamadas anónimas a la sociedad israelí ODIGO, domiciliada en las Torres Gemelas, informándola del ataque que iba a tener lugar?

Obviamente, esta insoportable ignorancia ha sacudido también a la opinión pública norteamericana y obligó al presidente Bush a crear una comisión federal para investigar los posibles fallos de su Gobierno y de su Administración en los sucesos que precedieron a la agresión. Kissinger fue designado presidente, pero dimitió porque sus intereses profesionales eran incompatibles con la función que se le encomendaba. Bush nombró al ex gobernador del Estado de Nueva Jersey Thomas Kean para sustituirle. Pero éste, 10 meses después, no ha conseguido que se pueda acceder a la documentación solicitada y ha amenazado a la Casa Blanca con reclamar judicialmente la información que se le niega. Bush, en este tema como en tantos otros, apuesta por el olvido mediático a que la masa de noticias y el incesante flujo informativo empuja a las cuestiones molestas por relevantes que sean. Sobre todo porque a la provechosa opacidad inicial en esta cuestión han venido a agregarse tantas otras. ¿Qué parte del pastel armamentístico, cocinado con ocasión de la guerra de Irak, ha ido a parar a la despensa de Federal Data Corporation y de la United Defence Industries, así como de los otros componentes del Grupo Carlyle, vinculado al clan Bush? ¿A cuánto ascienden los contratos de reconstrucción y de explotación energética en Irak que se han concedido a las empresas Haliburton y Bechtel y cuánto representarán para la financiación de la próxima campaña electoral de Bush? No la transparencia, sino la más espesa niebla es la divisa que guía los pasos de Bush y sus seguidores. En España, el Prestige y Tamayo son su mejor ilustración.

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