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Columna
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Pilar

José Luis Ferris

Nunca he ocultado que mi vocación por las letras quedó determinada allá por el 78, cuando cursaba COU en el instituto Figueras Pacheco de Alicante. Fueron dos mujeres las que provocaron aquella inflexión que me condujo derecho a la Filología y a los avatares por los que ahora me muevo para ganarme el pan. De la primera, Mª Ángeles Claramunt, he dado amplia cuenta a lo largo de los años, entre otras cosas porque sus clases de literatura fueron el preludio de esa fascinación que aún me despierta la lectura de un buen libro, incluso la razón de buena parte de mi vida. Sin embargo, de la segunda, aunque no haya expresado públicamente mi deuda, existe un magisterio secreto, soterrado y seguro que me ha marcado más allá de lo que yo mismo he llegado a suponer. Pilar Maestro irrumpió en mi tiempo de aprendiz con una contundencia demoledora. Hasta aquel curso 78/79 mi estudio de la asignatura de Historia se había reducido a una paciente labor mnemotécnica en la que todo era lícito con tal de memorizar el nombre de las batallas, de sus héroes, sus monarcas y los más suculentos episodios de ese pasado embutido en un libro de texto profilácticamente homologado para el uso escolar. Pero ella hizo añicos la norma y nos arrancó aquella mansedumbre con que fuimos adiestrados. Le importaba bien poco nuestra aptitud para la repetición y la mimesis, para el empolle metódico. La cuestión era tan otra como empezar a emplear interrogantes, no responder al cómo sino al porqué, utilizar desinhibidamente el pensamiento, indagar en la Historia, sí, pero sobre todo en la mano que la escribe y que la sirve en raciones sazonadas al gusto. Lo recordó hace unos días Pedro Ruiz, ex rector de la Universidad de Valencia y ex alumno asimismo de Pilar. Estuvo como yo en el homenaje que le brindamos en la Sede Universitaria de Alicante y la vimos emocionarse como entonces, sin que la voz le temblara en ningún momento del discurso. No me cabe ninguna duda de que sin ella y sin todos los que han hecho de la democracia y la pedagogía una labor sin precio, una arriesgada forma de existir, el presente sería un valle de corderos educados para el silencio.

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