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Columna
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Yak-42

Las familias de los 62 militares muertos en el accidente del avión ucraniano no están de acuerdo con las explicaciones del Ministerio de Defensa. Cuando alguien no está de acuerdo con las explicaciones del Ministerio de Defensa, o con la conducta del fiscal general del Estado, o con las garambainas del portavoz del Gobierno, por alguna sórdida gotera se derraman, como quien no quiere la cosa y con gesto de grifo, unas salpicaduras de desafecto y rojo, con las que se pretende descalificar el clamor. Es, en todo caso, una estrategia obscena y hasta una perversión chapucera, para ver de silenciar discrepancias y protestas, con el concurso de unos temores que calan en el tejido social. Quienes utilizan estos viscosos métodos olvidan que desafectos y rojos, es decir, gentes de izquierda, pusieron todas sus carnes y muchas aspiraciones en el asador de la Constitución, de una Constitución de la que los franquistas y sus herederos abominaban ayer, y que hoy parecen venerar como un lugar santo. Ya está bien de tanto fundamentalismo patriotero. Por perentoria exigencia de higiene y salud públicas conviene descubrirlo y fumigarlo, para evitar calenturas y convulsiones.

Las familias de los 62 militares víctimas de posibles negligencias y falta de atención para cuantos regresaban de su destino, han encontrado, diseminadas por el monte de Trabzon, la calamidad y la indignación, a las que le han conducido la paradójica irresponsabilidad de los responsables de la catástrofe. Son muchos objetos personales, pistas, pruebas de la dejadez y el abandono, con las que se certifica su improcedente actuación. Y sin embargo, las familias de las víctimas, si exigen la verdad, corren el riesgo de ser, cuando menos, amonestadas. Recientemente, unos policías locales denunciaron y acusaron a un sordomudo de haberlos insultado verbalmente. El sordomudo lo negó, en su lenguaje de señas. Pero eso no cuenta: aquí o se dice lo que el mando quiere escuchar en buen cristiano, o todos sordomudos. No valen las señas, ni las pruebas, ni los restos. La verdad no pasa por el oído del baranda.

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