Euskadi sin causa
En la reunión internacional sobre terrorismo, organizada por Noruega en Nueva York, el Sr. Aznar dijo algo que debió dejar boquiabiertos a los asistentes atentos. El lema de la conferencia era "las raíces del mal"; pero Aznar no cree que ese mal tenga raíces. Según él hay que preocuparse del mal y punto. En la transcripción que conozco, su opinión es que el mundo no debe concentrarse en las causas que provocan el terrorismo, sino precisamente en sus efectos. Parece de sentido común que la única manera de que no se reproduzcan los efectos del terrorismo consiste en hacer desaparecer sus causas, a no ser que se quiera liquidar solo temporalmente sus efectos. Si se quiere acabar definitivamente con unos efectos determinados, no quedará más remedio que suprimir sus causas. La cosa parece lógica en cualquier situación. Podrá ser difícil, complicado o imposible actuar sobre los motivos, pero está bastante claro que si las causas permanecen, los efectos siempre se podrán reproducir. No es extraño que la incongruencia que encierra la afirmación del presidente, formalmente poco acorde con la lógica, haya suscitado comentarios críticos diversos. Con todo, lo más grave que revela la intervención de Aznar es posiblemente la naturaleza de su ideario político, su convicción de que la única táctica ante cualquier fenómeno terrorista es la represión. O la guerra, si llega a considerar, con o sin pruebas y selectivamente, que un país tiene relación con terroristas. Sin pensar, en tal caso, en los inhumanos efectos de su particular causa. También resulta inquietante su rechazo a cualquier negociación, su permanente negación al diálogo, a la utilización de mediaciones, de treguas o acuerdos. Es decir, de aquellas actuaciones que en no pocas circunstancias históricas han acabado con situaciones de violencia. Incluso en un caso tan falto de perspectivas como el de ETA, se consiguieron resultados satisfactorios respecto a la disolución de ETA político-militar, por medio de pactos, mecanismos negociados y compromisos. O sea, aplicando la manera clásica de acabar hasta con las más peligrosas asociaciones de delincuentes, Al Capone incluido. En el terreno de la política ha habido multitud de ejemplos, de los cuales Irlanda sería, en la actualidad, uno de ellos. Por más que se subrayen las diferencias con Euskadi, que podrían comportar mayores dificultades, nada hace imposible abrir un proceso de pacificación. Al menos quizá fuera más útil intentarlo que eternizar una política sin posibilidades. Aznar dijo con ocasión del atentado a la ONU en Iraq que "no hay diferencia entre volar la sede de la ONU o una casa de la Guardia Civil". Resulta una identificación curiosa en quien ve a tanta distancia el fenómeno de la violencia entre el Ulster i Euskadi.
Más de cuarenta años luchando contra los mortíferos efectos de ETA han conseguido encarcelar centenares de activistas, cosa que podrá satisfacer los objetivos de Aznar, aparentemente poco relacionados con una paz estable, pero que corre el riesgo de prolongar sus efectos y está muy lejos de suprimirlos, precisamente por no afectar a sus causas. En cambio, no sabemos si tratando de incidir en aquellas causas, intentando abrir un espacio de confrontación política, sin miedo a un diálogo difícil, sin importar el tiempo que haga falta y no necesariamente opuesto a la acción policial, se hubiera logrado iniciar una perspectiva menos sangrienta, un tiempo sin víctimas. Quizá una discusión sobre concesiones imposibles hoy, pero con la mirada puesta en conseguir una salida a la eterna e inútil acción/represión. Ciertamente no sabemos si ese criterio evitaría víctimas (de hecho cuando ha habido tregua, verdadera o falsa, no ha habido víctimas), ni es imaginable una solución inmediata y satisfactoria al problema de Euskadi, que no es solo un problema de terrorismo. Pero que no se intente nada en esa dirección; que no exista ninguna iniciativa, por parte de la política de los partidos mayoritarios; tampoco por parte de las asociaciones de víctimas (que debieran ser las más interesadas en que nadie más sufriera su tragedia); ni por la mayoría de comentaristas, resulta, no ya bastante insólito, también suscita la sospecha que el principal enemigo a batir no es el terrorismo, sino el nacionalismo. Sin embargo, muy probablemente, ningún acercamiento racional a los problemas de Euskadi y al objetivo de una eventual pacificación, puede prescindir del nacionalismo. Tan escasamente verosímil es pensar hoy en Euskadi independiente como en Euskadi sin nacionalistas. No observar una realidad tan elemental, comporta el enfrentamiento permanente, la imposible extinción del adversario, por más atentados que realicen los unos y por más que los otros extiendan la represión al, cada vez más amplio, entorno del terrorismo. Más observaciones plausibles indicarían que si hace cuarenta años se consideraba a ETA como un reducido grupo de activistas que gozaban de cierto apoyo en sectores de la sociedad, ahora el rechazo al terrorismo se ha generalizado. El crecimiento electoral del PP en Euskadi lo confirma. No obstante, ETA se ha multiplicado; los nuevos etarras deben ser miles, a juzgar por los centenares encarcelados, los encausados, los perseguidos y los sospechosos de colaboración o pertenencia, todos aquellos considerados terroristas. Por más que los atentados se produzcan de manera irregular, con etapas de mayor o menor intensidad, el numero creciente de potenciales activistas no augura una disminución de víctimas en un período largo de tiempo. La diferencia entre el sueño del Sr. Aznar sobre la derrota del terrorismo, manifestado en Nueva York, y el sueño del Sr. Ibarretxe de izar la ikurriña en una Euskadi independiente, es que éste quiere hablar y aquel no. En cualquier caso, no parece que con sueños se pueda arreglar nada, ni los efectos ni las causas.
Doro Balaguer es escritor.
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