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Columna
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Ni Ibarretxe ni Aguirre votan en Cataluña

Josep Ramoneda

"Pensando en marzo, para nosotros era fundamental ganar Madrid. En Cataluña, pase lo que pase, será malo para el PSOE. Si el PSC pierde es, obviamente, un desastre. Si gana y se alía con Esquerra, vamos a ir a saco. Y esto les hará mucho daño ante el electorado e incluso provocará que salga alguna voz crítica dentro del propio PSOE". Lo dice un ministro del PP. En este curso tan cargado de elecciones los caminos se cruzan. Mientras Cataluña sigue en estado de interminable vigilia electoral, en otros lugares de España han pasado cosas importantes. Ibarretxe ha presentado su plan -propuesta es el nombre técnico correcto para protegerle de recursos precipitados- al Parlamento vasco. Y el PP ha recuperado la Comunidad de Madrid, que había perdido en mayo. ¿Cabe esperar que estos dos acontecimientos influyan en las elecciones catalanas? Muy poco. Son dos noticias que llegan ya muy amortizadas. Del plan Ibarretxe se viene hablando -y peleando- desde hace meses. ¿Qué puede ocurrir en las tres semanas que quedan? ¿Que el PP capitalice su fervor constitucionalista y robe algún voto a CiU por un lado o al PSC por otro? ¿Que Carod obtenga algún beneficio por haber defendido siempre el plan Ibarretxe? En cualquier caso, sería todo bastante marginal, aunque nada es despreciable en unas elecciones cuya decisión final puede venir de una suma de pequeños detalles. Más amortizada está todavía la crisis de la Comunidad de Madrid. La derrota del PSOE se daba por descontada y, en cualquier caso, el momento de vergüenza fue la fuga de los tránsfugas y la mala gestión que de ella se hizo. Pero esto fue antes del verano y, en principio, ya debería estar contabilizado. Se equivocarían el PP y CiU si dieran mucha cuerda a este episodio: dada la sensibilidad antipepera de los catalanes, Maragall aún podría sacar algún pequeño rédito de las desgracias del PSOE.

Si el impacto electoral en Cataluña de estos dos acontecimientos parece ser escaso, no lo van a ser en absoluto las consecuencias de futuro. La iniciativa de Ibarretxe es más grave por el contexto que por el texto. El texto en sí -cuidadosamente maquillado respecto de borradores anteriores- desborda la legalidad vigente, en su pretensión de imponer la decisión de una parte sobre el todo, pero es relativamente moderado en su contenido. La música general está inspirada en algo que produce escalofrío: la distinción entre ciudadanía y nacionalidad, un artefacto legal que confirma la atracción del nacionalismo vasco por el etnicismo y que pretende visualizar la dualidad de la sociedad vasca. Es una idea tenebrosa pero perfectamente coherente con un preámbulo que repasa, muy deprisa, toda la mitología tradicional de los derechos históricos del pueblo vasco, su identidad propia y su condición de depositario de un patrimonio histórico, social y cultural singular como modo de fundamentar lo democrático en lo predemocrático. Con todo, el problema no está tanto en la letra como en el contexto. Ibarretxe rompe el principio aceptado por todas las fuerzas políticas de que cualquier cambio institucional de envergadura se hará por consenso. Como dice Kepa Aulestia, "Ibarretxe juega esta carta sabiendo que lleva a la frustración jurídica pero que le da la victoria política". Es decir, el lehendakari no cifra sus objetivos en la ley, sino en los hechos. Y ésta es una ruptura completa del pacto democrático. A los partidos catalanes corresponderá garantizar que la presión que el proceso vasco pueda hacer sobre sectores nacionalistas no rompa la lógica de consenso compartida desde el inicio de la transición. No hay reforma estatutaria sin amplio consenso.

Sobre las elecciones de Madrid, un dato que debería hacernos reflexionar como catalanes: la participación -a pesar de tratarse de una repetición- ha sido cinco puntos superior a la de las elecciones autonómicas catalanas de 1999. Por lo demás, el PSOE ha vuelto a ver cómo se esfumaban aquellas decenas de miles de votos que marcan la diferencia entre ganar y perder. Y esto significa que no ha conseguido recuperar la confianza necesaria para gobernar. Era difícil confiar con un cabeza de lista que llevó dos tránsfugas en su cartel. Pero el PSOE se empecinó en asumir el papel de víctima y de gastar todas las energías en denunciar una trama que nunca consiguió probar, de modo que se olvidó de asumir las propias responsabilidades. Con la alcaldía y la Comunidad de Madrid en sus manos, el PP tiene mucho poder para conservar el feudo de la capital. Madrid y Valencia han sido los trampolines del PP hacia el poder absoluto y los obstáculos que acabaron mandando al PSOE a la oposición. Y mientras el PSOE no rompa la muralla popular en estos dos territorios, sus expectativas serán limitadas. El resultado, previsto pero algo más apretado de lo que decían las encuestas, servirá para que Simancas se parapete en la FSM y la imprescindible limpieza de este lodazal se siga aplazando. El millón de votos conseguido en Madrid no debería deslumbrar a Zapatero. La cifra sería buena sin el fiasco de mayo. Pero de momento, a lo sumo, le garantiza un digno segundo puesto en marzo. Y no creo que sea éste su objetivo. Por tanto, las consecuencias del resultado de Madrid son importantes para el día siguiente de las elecciones catalanas, en la medida en que acercan al PP a un nuevo éxito en marzo. Lo cual alejaría cualquier posibilidad de reforma estatutaria. Y podría comprometer seriamente alianzas futuras, por ejemplo, entre Esquerra y CiU.

Consecuencias electorales, pocas; consecuencias de futuro, varias. Así puede entenderse el impacto en Cataluña de estos dos hechos sonados: el nuevo paso hacia delante del plan Ibarretxe y la victoria de Esperanza Aguirre. Unas elecciones catalanas tienen suficientes claves internas como para que los cantos que vienen del norte y del centro lleguen bastante atenuados. Las letras de las canciones eran demasiado conocidas como para provocar grandes sobresaltos.

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