El oro que no reluce
Desde la última parte del siglo XX, el mundo vive atropellado, sumido en una auténtica revolución económica y social cuyo rostro más visible se identifica demasiado con la riqueza. Pero, ¿son de verdad, éstos, tiempos de prosperidad?, ¿se benefician de igual modo todas las áreas del planeta de la globalización?, ¿tienen las mismas facilidades para vender sus productos a terceros los países ricos que los pobres?... La respuesta, a estas y otras muchas preguntas, está más allá de la luz que emana de la llamada nueva economía que no permite ver las desigualdades que realmente existen. Ésa es la realidad que descubre Joaquín Estefanía en su último libro, La cara oculta de la prosperidad. Economía para todos, en el que continúa la tarea divulgativa iniciada en Contra el pensamiento único y seguida en Aquí no puede ocurrir e Hij@ ¿qué es la globalización?
LA CARA OCULTA DE LA PROSPERIDAD
Joaquín Estefanía
Taurus. Madrid, 2003
304 páginas. 19 euros
La estructura narrativa de La cara oculta de la prosperidad, como lo resaltaba Juan José Millás en la presentación del libro, corresponde a los cánones de una novela y por eso se lee con ganas. Desarrolla un trabajo de explicación de la economía desde Adam Smith hasta la globalización y la llamada nueva economía de estos tiempos, pasando, por supuesto, por Marx, Keynes, Stiglitz y otros. No son personajes de ficción, pero seguramente el atractivo de esta obra radica en que parte de un punto de vista de ficción sin serlo. Hace, al final, una parada en la situación española (con el sugestivo título de "la larga marcha"), remontándose al Plan de Estabilización de 1949 para llegar a la etapa actual. Un repaso muy completo. Y el lector concluye que no es necesario ser un especialista en economía para entender lo que aquí se dice y, desde luego, lo que está pasando por el mundo.
Lo que está pasando es que aumentan las desigualdades ("la desigualdad se alimenta de la riqueza del sistema, a medida que se avanza en los niveles técnico y económico, en muchos sitios -no en todos- se retrocede en el aspecto social. La desigualdad crea una especie de apartheid que aumenta a medida que crece la economía. Es la cara oculta de la prosperidad, la que no se enseña en las escuelas de negocios") y las voces que claman contra ellas. Añade después que esas desigualdades son el caldo de cultivo para la violencia, que, afortunadamente, provocan la inmediata reacción de muchos colectivos. En ese sentido, el autor descarga una fuerte crítica contra los que entienden el movimiento antiglobalización como sinónimo de violencia. "Las ideas, las razones, las propuestas quedan escondidas. Cualquiera que piense que rompiendo escaparates y atacando a la policía amenaza al capitalismo no tiene pensamiento político, es un necio".
El libro, en ese sentido, ayuda a pensar. A levantar la voz contra esas desigualdades, a quitarse el vendaje que coloca a la riqueza individual como objetivo básico y casi único. Ayuda a pensar en la solidaridad y a subrayar que hay que democratizar la economía. Hay, por ello, un poso de desencanto que tira por tierra cualquier atisbo de prosperidad. En el análisis que hace sobre la globalización, Estefanía destaca "la revolución conservadora" que encabezaron Margaret Thatcher y Ronald Reagan y luego siguieron otros líderes menos carismáticos. Dice Estefanía que, entonces, la globalización realmente existente se componía de los siguientes módulos: a) libertad absoluta de movimientos de capitales; b) libertad relativa de los movimientos de mercancía y servicios con las limitaciones que establecen los países ricos para que no entren en ellos, sin aranceles y barreras, los productos competitivos de las zonas pobres del planeta, y c) limitaciones crecientes al libre movimiento de personas, que se multiplican con las migraciones masivas del tercer y segundo mundo al primero.
"Es pues una globalización", sostiene, "con un brazo más largo que otro, por una parte, y sin una pierna -es decir, mutilada- por la otra". Eso significa que "hay una parte del planeta que no participa de las ventajas de la globalización porque a nadie le interesa aclararlas". Por ejemplo, el África subsahariana, adonde no llegan capitales de ningún tipo y que hace que sus ciudadanos huyan de la pobreza, de las enfermedades y la exclusión. Y un dato: en 1998 los inversores institucionales controlaban una suma de 21 billones de dólares, cifra superior al PIB de los países industrializados. Sólo con reorientar el 1% de sus carteras, moverían una suma de dinero equivalente a más del 25% de la capitalización de todas las bolsas de los países emergentes de Asia o el 75% de la capitalización de todas las bolsas de América Latina. Y concluye: "Se trata de domesticar la globalización sin destruirla".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.