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El plancton de Palomares muestra vestigios de las bombas atómicas

Las radiación supera la media del Mediterráneo, aunque no supone riesgo para la salud

El plancton de la costa de Palomares (Almería) reflejará durante miles de años la radiactividad emitida por las bombas que se rompieron al caer de un avión estadounidense en 1966. Científicos de la Universidad Autónoma de Barcelona han medido las emisiones, y han encontrado que son entre cinco y 20 veces superiores a la media de la costa mediterránea. Pero la contaminación se reduce en su paso por la cadena alimentaria, por lo que "prácticamente no llegará a los peces de consumo humano" tranquiliza Joan Albert Sánchez Cabeza, director del estudio.

En el accidente del 17 de enero de 1966, dos aviones estadounidenses (un bombardero y un nodriza) chocaron sobre la costa de Palomares. Cuatro bombas se desprendieron. Dos reventaron en el aire y esparcieron parte de su contenido radiactivo. las otras dos cayeron intactas, una en el mar y la otra en tierra. Los restos del accidente se esparcieron por 2,3 kilómetros cuadrados de tierra de labor, urbana y desocupada. Los técnicos estadounidenses se llevaron más de mil metros cúbicos de tierra contaminada para su almacenamiento en un lugar seguro. Pero la parte que cayó al agua no se pudo separar, y ahí permanece.

Los científicos del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambiental de la Universidad Autónoma de Barcelona han medido la radiación en los microorganismos de la zona, y en otros lugares de la costa, como Vera y Garrucha en Almería, Mallorca, el golfo de Sant Jordi (Tarragona), la costa de Barcelona y el Golfo de León (ribera mediterránea francesa).

Algas y animales

El resultado es que frente a una media de 452 unidades de radiactividad, en Palomares el fitoplancton (la parte del plancton compuesta por algas y otras plantas microscópicas) emite 20 veces más (unas 9.000 unidades) y el zooplancton (la porción animal del plancton), 2.046. La medida empleada son los milibéquerels (una unidad de radiación) por kilogramo de plancton seco.

"Estas cifras son inferiores a las 10.000 unidades permitidas por la Organización Mundial de la Salud y la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) de la ONU", explica Sánchez Cabeza. También son "muy inferiores a las medidas en el mar de Irlanda, que sufre la contaminación de la planta inglesa de tratamiento de combustible nuclear de Sellafield", indica.

El proceso de la cadena alimentaria (del fitoplancton al zooplancton y de ahí a peces y crustáceos minúsculos hasta llegar a los que consume el hombre) "es biodiscriminatorio", por lo que la contaminación será menor en animales mayores, añade el científico. Pese a esta tranquilidad, Sánchez Cabeza sugiere que debe mantenerse un control de la contaminación para evitar que llegue a los hombres. Hasta la fecha, los controles que se efectúan periódicamente no han detectado secuelas en la población.

El estudio, que ha publicado la revista The science of the total environment se ha basado en la medición de la presencia de dos isótopos radiactivos del plutonio (el 239) y el americio (241). Para los científicos no hay duda de que el origen de la contaminación está en las bombas estadounidenses que cayeron. "La relación entre los isótopos es la misma, y no se da en la naturaleza", afirma Sánchez Cabeza.

Las mediciones se efectuaron en 1992, pero ello no quita valor a sus conclusiones, ya que el tiempo de vida medio (el que tarda en descomponerse la mitad del material radiactivo) de las sustancias estudiadas es de 24.000 años. "Ha sido un proceso muy complejo con mucho tiempo de análisis. Por sus implicaciones ha habido que realizar muchas comprobaciones", indica Sánchez Cabeza.

Para tomar los datos, los científicos tomaron muestras de las corrientes de agua a 50 metros de profundidad. El ciclo vital de los microorganismos que forman el plancton es de horas o días, por lo que debe haber una fuente de radiactividad externa. Los investigadores apuntan a que este origen debe estar en los sedimentos de un cañón submarino cerca de Garrucha.

Un agricultor posa junto a un detector de contaminación radiactiva en Palomares en 1994.
Un agricultor posa junto a un detector de contaminación radiactiva en Palomares en 1994.CRISTÓBAL MANUEL

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