Banderas y mentiras
DURANTE LA PARADA MILITAR del pasado domingo -Día de la Fiesta Nacional- celebrada en Madrid, José Luis Rodríguez Zapatero permaneció pegado a su asiento mientras el secretario general del PP se ponía en pie y aplaudía al paso de la bandera de Estados Unidos, acompañada por las enseñas de otros países ocupantes de Irak. Las contrapuestas interpretaciones dadas al episodio por el Gobierno y la oposición participan de una cierta sobreactuación valorativa. Zapatero afirma que su gesto se propuso denunciar la patrimonialización por el PP de los símbolos e instituciones del Estado -la bandera y las Fuerzas Armadas- de todos los ciudadanos; según el secretario general del PSOE, la presencia de los marines en el desfile fue una provocación dirigida a legitimar la subordinada dependencia de los intereses nacionales españoles respecto a la estrategia aventurera de la Administración de Bush.
La decisión del secretario general del PSOE de permanecer sentado en la tribuna oficial mientras desfilaban tropas de Estados Unidos bajo su propia enseña suscita una desmesurada polémica
No es seguro, sin embargo, que el lugar, el momento y la forma elegidos por Zapatero para subrayar la coherencia de la actitud de los socialistas frente a la guerra de Irak y denunciar las sectarias manipulaciones por el PP del patrimonio común de los españoles hayan sido un acierto. La aceptación de la invitación oficial a presenciar un desfile militar desde la tribuna implica el respeto hacia los usos del protocolo salvo circunstancias -no parece que fuese el caso- inesperadas e insoportables. Un aforismo de Antonio Machado en Juan de Mairena sentencia que siempre existe un "término medio no exento de virtud" entre hacer las cosas bien y hacerlas mal: simplemente no hacerlas. Si Zapatero hubiese recordado esa máxima, tal vez se habría levantado al paso de la bandera de Estados Unidos, símbolo no sólo de la Administración de Bush, sino también de un país admirable en muchos aspectos, sin que a nadie se le ocurriera interpretar su gesto como un apoyo a la ocupación de Irak.
Pero la maliciosa versión del incidente dada por el portavoz del Gobierno fue incomparablemente más grave que la superflua salida de pie de banco del líder socialista. Según el ministro Zaplana, lo que ocurrió realmente fue que el secretario general del PSOE se negó a "homenajear y rendir tributo" a la bandera española, que acompañaba al pabellón estadounidense y a las enseñas de Polonia, Honduras, El Salvador, Nicaragua y República Dominicana como países también ocupantes de Irak. El burdo descaro de esa inverosímil tergiversación confirma la tendencia del PP a faltar a la verdad sin ningún escrúpulo moral en los debates políticos; las crudas mentiras, retorcidas insidias e inferencias torticeras lanzadas contra sus adversarios durante los últimos meses por Aznar y sus diferentes portavoces levantan un monumento a la mala fe. Sirvan de ejemplo la descalificación de Zapatero como "compañero de viaje" de Sadam Husein; el siniestro regocijo atribuido de antemano a la oposición caso de producirse muertes españolas en Irak; la equiparación de las críticas a la ley de extranjería con la consigna de papeles para todos; las supuestas connivencias de los socialistas -sobre todo catalanes- con el plan Ibarretxe como paso hacia la ruptura de la unidad de España; los móviles antipatrióticos de la exigencia de una comisión de investigación sobre el Prestige; la aniquilación de la Guardia Civil como meta final de la propuesta de un mando policial unificado.
No se debería confundir las marrullerías normales -estadísticamente hablando- de las pugnas democráticas con la utilización sistemática de la mentira, la negación descarada de los hechos y el falseamiento consciente de la realidad para destruir al adversario y convertirlo en enemigo. Si Bush y Blair están pagando ya un alto precio por sus embustes sobre las armas de destrucción masiva en Irak, cabe suponer que la desvergonzada propensión de los dirigentes del PP -no es fácil distinguir entre Aznar y sus herederos- a ocultar la verdad y a manipular el relato de los acontecimientos encontrará antes o después su castigo en las urnas.
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