El destronamiento de la teología
Controlar. Prohibir. Castigar. En cuestiones de pensamiento e investigación, Juan Pablo II no se ha andado por la ramas. La idea de que la Teología es una ciencia ("la emperatriz de las Ciencias", presumió la Iglesia), y la consecuente apertura del pensamiento teológico en el Vaticano II (conocido como el concilio de los teólogos), fue rectificándose poco a poco en este pontificado, hasta llegar a un control absoluto por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Para que no hubiera dudas, Juan Pablo II publicó Ad tuendam fidem (Para defender la fe). Proclamó allí: "Nos ha parecido absolutamente necesario a Nos que en los textos vigentes del Código sean añadidas normas con las que expresamente se imponga el deber de conservar las verdades propuestas de modo definitivo por el Magisterio de la Iglesia, haciendo mención de las sanciones canónicas".
Era la vuelta al amenazante adagio Roma locuta, causa finita (Cuando Roma habla, acaba la causa). Pero los teólogos libres replicaron masivamente a Roma que, salvo los dogmas, el resto debe ser objeto de investigación y debate. Los cambios producidos en el Vaticano II eran prueba de la bondad de ese principio y, además, este Papa ha tenido que pedir perdón en 99 ocasiones por los viejos (a veces criminales) errores de la Iglesia, desde el ajusticiamiento de Juan Huss (quemado vivo en Praga en 1415), a la inmisericorde represión de Galileo Galilei.
"Os lo ruego, evitemos un nuevo asunto Galileo. Uno es suficiente para la Iglesia", clamó el cardenal Leo-Jozef Suenens, de Bruselas, ante el resurgimiento del Santo Oficio de la Inquisición. Suprimido con ganas por el Vaticano II, el viejo organismo regresó pronto con nombre dulcificado: Congregación para la Doctrina de la Fe. Otro cardenal ilustre, el austriaco Franz König, escribió en 2001 al cardenal Ratzinger, máximo policía de la fe católica, para protestar por uno de sus procesos famosos: "La Congregación tiene perfecto derecho a salvaguardar la fe, aunque lo hace mejor cuando la promueve. El presente caso, sin embargo, es seguramente un signo de que se están extendiendo prematuramente la desconfianza, la sospecha y la desaprobación respecto a un autor que ha adquirido grandes méritos en su servicio a la Iglesia".
El cardenal König salía en defensa del jesuita Jacques Dupuis, teórico del pluralismo religioso, pero el número de condenados es ya inacabable: los grandes peritos del concilio Hans Küng, Yves Congar, Edward Schillebeeckx y Karl Ranher; el dominico Chenu, el moralista Bernhard Haring y, en España, los teólogos Marciano Vidal, José María Castillo, Díez Alegría, Benjamín Forcano y tantos otros condenados a veces de modo inmisericorde, rozando el irrespeto a elementales derechos, como en la reciente condena a Juan José Tamayo, execrado sin ser escuchado.
Peor suerte corrieron los teólogos de la liberación y sus prelados. Aquel famoso "Quien toca a Pedro, toca a Pablo",
con que Pablo VI defendió al amenazado Pere Calsaldáliga, obispo de Sâo Felix do Araguáia (Brasil), pronto se convirtió en abandono de Roma, incluso con condenas públicas. A algunos eso les costó la vida a manos de una extrema derecha que se decía católica: el obispo Romero y el jesuita Ellacuría, mártires por ser figuras cimeras del cristianismo salvadoreño.
El caso más espectacular lo protagonizó el propio Juan Pablo II en su accidentada visita a Nicaragua en 1983, donde reprendió severamente a los hermanos Fernando y Ernesto Cardenal, ministros del Gobierno revolucionario sandinista. La imagen del Papa señalando con el dedo al mayor de los Cardenal dio la vuelta al mundo. Ambos fueron suspendidos, aunque Fernando reingresó más tarde en la Compañía de Jesús. "Es posible que esté equivocado, pero déjenme equivocarme en favor de los pobres ya que la Iglesia se ha equivocado durante años en favor de los ricos", había replicado este sacerdote a los apremios de su Pontífice.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.