Una exhortación en favor del poder del Pontífice
Juan Pablo II firmó ayer, ante cardenales y presidentes de conferencias episcopales, una "exhortación apostólica" que podría ser considerada, en cierta forma, una declaración testamentaria sobre la organización interna de la Iglesia católica. En el texto, encuadernado en un pequeño tomo de casi doscientas páginas, el Papa reconocía que en el reciente sínodo se habían escuchado voces a favor de la descentralización y la colegialidad; es decir, a favor de una reducción, por leve que fuera, del poder del romano Pontífice y de la curia vaticana. La respuesta papal fue clara: la estructura jerárquica vertical, con el "sucesor de Pedro" y la curia en la cúspide, debía mantenerse sin cambios.
"La unidad de la Iglesia radica en la unidad del episcopado, el cual, para ser uno, necesita una cabeza del colegio. Análogamente", escribe Juan Pablo II, "la Iglesia, para ser una, exige tener una Iglesia como cabeza de las iglesias, que es la de Roma, cuyo obispo, sucesor de Pedro, es la cabeza del colegio".
El Pontífice consignaba algunas peticiones realizadas por un número indeterminado de obispos, en el sentido de dotar de mayor autonomía a las conferencias episcopales y de intensificar el contacto entre los representantes de las iglesias locales y la curia. Y respondía que los concilios particulares, dirigidos por el Vaticano, eran más representativos que las conferencias episcopales, por el hecho de que en ellos participaban también presbíteros, diáconos y laicos, aunque su voto sólo fuera consultivo.
Por otra parte, Juan Pablo II instaba a los obispos a mantener una vida austera y casta, y daba instrucciones genéricas para afrontar crisis como la provocada por los casos de pederastia entre el clero de Estados Unidos: "En los casos de delitos que perjudican el testimonio mismo del Evangelio, especialmente por parte de los ministros de la Iglesia, el obispo ha de ser firme y decidido, justo y sereno. Debe intervenir enseguida (...) para la reparación del escándalo y el restablecimiento de la justicia, así como por lo que concierne a la protección y ayuda de las víctimas".
Con la firma de su exhortación, Juan Pablo II daba comienzo a la reunión eclesiástica más voluminosa desde el Concilio Vaticano II. Concluía el sínodo, se preparaba el nombramiento de nuevos cardenales y la reunión del consistorio y se celebraban los 25 años de un pontificado extraordinario. Entre los obispos, delegados del catolicismo en el mundo, no se percibía una especial inquietud por la actual organización jerárquica, pero sí la sensación de que en un futuro no muy lejano debería haber cambios.
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