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Las razones de las políticas natalistas

Francesc de Carreras

Artur Mas y Josep Antoni Duran Lleida han vuelto a la carga con declaraciones de marcado carácter xenófobo. Como el martes informaba EL PAÍS, los dirigentes de CiU han anunciado que triplicarán las ayudas destinadas al fomento de la natalidad para evitar que Cataluña "se desnaturalice" y se convierta en un país "decadente y condenado a la extinción". Estas afirmaciones, producto de una ideología nacionalista identitaria, ponen de manifiesto el concepto esencialista de Cataluña que es propio de los dirigentes de CiU.

Estas posiciones no son nuevas en la tradición del catalanismo, sino que, por el contrario, están en sus mismos orígenes. En efecto, el nacionalismo catalán se basa, entre otras fuentes, en las ideas del romanticismo alemán según las cuales la naturaleza de todo hombre estaba condicionada por el espíritu del pueblo en el cual había nacido. Desde esta perspectiva, toda injerencia de extranjeros es potencialmente peligrosa para la pervivencia de los pueblos si no es debidamente asimilada, es decir, si no se logra que estos extranjeros renuncien a sus costumbres y manera de ser y adopten las del lugar en el que han pasado a residir.

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No se trata, por tanto, de que los inmigrantes respeten las costumbres del lugar, lo cual es razonable, sino que las adopten como propias, y que las adopten con una finalidad: mantener la homogeneidad cultural de una determinada sociedad. Estas posiciones, como es fácilmente visible, son contrarias al espíritu liberal y democrático: los supuestos derechos de la nación, su existencia como pueblo homogéneo, se sitúan por encima de los derechos de las personas, de los individuos.

Un inmigrante, por tanto, según esta tradición ideológica, debe cambiar su mentalidad y de manera de ser; por tanto, debe modificar ciertos aspectos de su ideología para no quebrar la supuesta unidad cultural -entendida la cultura como etnia- de un pueblo. Debe sacrificar, en definitiva, el libre desarrollo de su personalidad individual a una supuesta ideología común -dictada, también supuestamente, por la historia y la tradición- que debe constituir el núcleo básico en torno al cual se organiza dicha sociedad. En definitiva, una parte del individuo debe sacrificarse a favor de una totalidad -llámese pueblo, nación o comunidad- que se le impone obligatoriamente sin haber sido consultado.

El término totalidad tiene un derivado que no quiero nombrar, pero si ustedes lo están pensando, algo de eso hay -aunque sea inconsciente- en las actitudes que comentamos. Toda ideología que no parta del principio según el cual los hombres son, por nacimiento, libres e iguales y el Estado tiene como finalidad única que lo continúen siendo, es una ideología fundada en principios ajenos a la idea moderna de democracia.

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Como decíamos antes, estas ideas sobre la necesidad de la homogeneidad cultural para constituir un pueblo son fundamentales en el nacionalismo catalán, y la xenofobia más o menos explícita es su consecuencia. De ahí las actitudes contrarias a la inmigración de muchos de los personajes más relevantes de la tradición catalanista, desde Prat de la Riba hasta Rovira i Virgili pasando por el doctor Robert, Pompeu Fabra, Daniel Cardona, Batista i Roca, Gabriel Alomar y Josep Antoni Vandellòs. Este último fue, probablemente, quien más páginas dedicó a ello en diversos libros publicados durante la década de 1930. Vandellòs mantiene en Catalunya, poble decadent, su obra más conocida, que la inmigración puede "acabar" con Cataluña ya que las "costumbres" y "manera de ser" de los inmigrantes acabarán transformando nuestra sociedad y la convertirán en "otra cosa", distinta a la Cataluña "de siempre", a menos que logremos asimilarlos. Ahora bien, añade Vandellòs, esta asimilación será imposible si la oleada inmigratoria es tan intensa que llegue a convertir en minoría a los catalanes de siempre. Artur Mas y Duran Lleida parecen sostener las mismas ideas.

Manuela de Madre, nacida fuera de Cataluña pero residente en Santa Coloma de Gramenet desde su infancia, imagino que se ha sentido aludida y les ha respondido diciendo que su visión es "estrecha y sectaria, una visión muy convergente de la Cataluña de hoy". Y ha añadido, con razón, que Cataluña es mucho más de lo que ellos piensan. Comentando estas palabras de la candidata socialista, el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, dijo ayer textualmente en el programa de Catalunya Ràdio que dirige Antoni Bassas, una frase reveladora de la mentalidad convergente: "Yo estoy aquí [en Cataluña] hace 500 años, Manuela de Madre tan sólo 50". Más claro, imposible. Una Cataluña de dueños y criados, catalanes de primera (desde hace 500 años) y de segunda, los nouvinguts.

Las políticas de ayuda a las familias son positivas si contribuyen a la igualdad social de los ciudadanos. En concreto, las políticas de ayuda a la natalidad deben tener como objetivo principal la igualdad entre hombre y mujeres. Se debe ayudar a que las parejas tengan hijos -si éste es, naturalmente, su deseo- sin que la vida de quienes forman estas parejas se vea afectada en un aspecto tan fundamental para el desarrollo de la persona como es el trabajo, la profesión que cada uno ha escogido. En nuestra sociedad, las repercusiones del nacimiento de un hijo recaen todavía más en las mujeres que en los hombres. Por esta razón, las ayudas a la natalidad deben ir encaminadas a que esta desigualdad se elimine totalmente. Para ello hacen falta, sin duda, subvenciones económicas a la familia pero, sobre todo, una red pública de guarderías infantiles y de asistencia al trabajo en el hogar. Esta es la única razón aceptable de las políticas natalistas. En ningún caso, preservar la identidad de un pueblo, hacer que Cataluña siga siendo lo que es.

Las políticas natalistas no deben tratar de evitar, como dicen Mas y Duran, que Cataluña se "desnaturalice", entre en "decadencia" o, mucho menos, se "extinga". Todas ellas son palabras sin sentido aplicadas a este caso. La finalidad de estas políticas es algo mucho más concreto y palpable, mucho menos metafísico e irreal: se trata de que los ciudadanos de Cataluña sean más libres e iguales; en definitiva, que tengan la posibilidad de ser más felices.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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