¿Qué fue de la biblioteca?
Hace aproximadamente un año, el gobierno municipal de Barcelona y el autónomo de Cataluña cedieron a la insistente presión de un heteróclito grupo de opinión y acordaron cambiar el destino del antiguo Mercat del Born. La venerable cubierta de Fontserè ya no acogería, como estaba previsto y consensuado desde tiempo atrás, la nueva biblioteca central de Barcelona, sino un centro de carácter museístico destinado a preservar y sacralizar las ruinas halladas en su subsuelo y, con ellas, la memoria histórica -o, como probablemente sería más correcto decir, la mitificación- de los hechos de 1714.
La decisión no fue tomada a la ligera. Al contrario, una buena parte de los responsables institucionales con vela en ese entierro defendieron hasta el penúltimo momento la idoneidad del Born como sede de la biblioteca y, en última instancia, la posibilidad de coexistencia de la misma con las ruinas recién afloradas, como se proponía en un razonado, respetuoso y atractivo proyecto elaborado por los arquitectos Enric Soria y Rafael Cáceres, ganadores del concurso para la construcción del nuevo equipamiento. Sin embargo, los promotores de la musealización del espacio -unos pocos políticos y gestores culturales que, sorprendentemente, consiguieron el apoyo de un nutrido grupo de intelectuales, en su mayoría historiadores, algunos de ellos de indudable prestigio- no se conformaron con una solución transaccional, sino que lanzaron un órdago, y lo ganaron.
En fin, no pretendo reabrir el debate sobre el tema, aunque habría motivos sobrados para ello, sino simplemente mostrar mi asombro por el espeso silencio en que ha quedado sumido todo lo concerniente a la biblioteca. Porque si el interés de construir un museo en torno a las huellas de 1714 era y es altamente dudoso, la necesidad de la gran biblioteca pública es algo que nadie discute.
Según aseguraron hace un año las autoridades municipales y autonómicas, el cambio de ubicación no iba a suponer una paralización del proyecto, ni siquiera un retraso significativo. Para ello, el Ayuntamiento pondría inmediatamente a disposición un nuevo solar que reuniera las condiciones adecuadas. Esas mismas autoridades afirmaron públicamente su voluntad de confiar el nuevo proyecto a los mismos arquitectos, cuyo trabajo había sido en todo momento muy valorado.
Ésas eran las declaraciones de intenciones hace un año. ¿En qué se han traducido hasta ahora?
En primer lugar, en que a fecha de hoy Soria y Cáceres no sólo no han recibido un nuevo encargo, sino que, por más increíble e irrespetuoso que parezca, ni siquiera han sido oficialmente informados de la anulación de su proyecto para el Born.
En segundo lugar, en que el Ayuntamiento ha buscado efectivamente una ubicación alternativa, un espacio situado en los terrenos de la estación de Francia y actualmente utilizado en parte como aparcamiento y en parte como dependencias de la Universidad Pompeu Fabra. Que ése sea un espacio idóneo para la biblioteca no está nada claro. Por un lado, con sus 6.000 metros cuadrados de superficie, el solar dista mucho de los 15.000 metros cuadrados que ofrecía el Born. Por otra, el Ministerio de Educación y Cultura, que financia el proyecto, tras ver volatilizados los 1.200 millones de pesetas que llevaba invertidos en el acondicionamiento del antiguo mercado como biblioteca, no está dispuesto a volver a pasar por el mismo aro y exige un solar que haya sido previamente excavado.
En tercer lugar, en que las catas arqueológicas realizadas -y hasta el momento no hechas públicas- han confirmado lo que era perfectamente previsible, es decir, que también en el subsuelo de la nueva ubicación se hallan restos tan o tan poco interesantes como los del Born, como ocurre en toda la Ciutat Vella de Barcelona.
Y en medio de este lío, lo del nuevo centro museístico, ¿cómo lo tenemos? Bien, gracias. En contraste con el silencio sobre la biblioteca, el nuevo Born ha venido siendo objeto de sesudas elucubraciones y de una notable cober-tura mediática. En especial, hace unas semanas TV-3 emitió a bombo y platillo, en horario de máxima audiencia, un programa documental que tenía por objeto explícito demostrar y divulgar la importancia extraordinaria de las ruinas, así como apuntar qué tipo de proyecto se desarrollará sobre ellas. Al final del programa, sin embargo, lo único que quedaba claro era que la sacralización de las pobres ruinas del Born no es más que el penúltimo malabarismo ideológico de un puñado de gestores culturales que desde hace años vienen dando palos de ciego, según sopla el viento.
No olvidemos que en 1990 la construcción de un gran aparcamiento en la calle del Comerç hizo aflorar exactamente el mismo yacimiento que ahora ha sido canonizado como el no va más de la arqueología urbana y de las esencias patrias. Entonces, los arqueólogos hicieron su trabajo, es decir, documentaron concienzudamente el hallazgo, preservaron los escasos elementos físicos de valor patrimonial y permitieron que la vida siguiera su curso sin que nadie -incluidos todos aquellos que el pasado año encabezaron la campaña para la preservación de las ruinas y que hace 12 años ya ocupaban cargos similares a los que actualmente ejercen- denunciase los hechos como un crimen de lesa historiografía... o de lesa patria. El horno no estaba para esos bollos. La ciudad tenía otros proyectos y otros horizontes.
Ahora, la víctima del desaguisado vuelve a ser la abortada biblioteca -y con ella, la cultura como servicio público-, una vieja aspiración que una vez más dormita en el limbo, sin solar, ni arquitectos, ni financiación, ni responsables institucionales visibles.
Si antes nos perdía la estética, ahora nos pierde también la historia. Y la memoria. La mala memoria, claro.
Pep Subirós es escritor y filósofo.
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