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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Democrático, por supuesto

Ayer dije a uno de mis alumnos, que estaba brincando por las mesas, que no hiciera más el mono. Se detuvo en seco y, desde lo alto de un pupitre, con modales de tribuno, clamó: "¡Me ha insultado; me ha llamado mono!". Le contesté que, si creyera que es un mono, no le dejaría permanecer en clase ni aunque se comportase como persona educada. No le dije toda la verdad. A menudo preferiría enseñar a chimpancés, pero se me quitan las ganas al pensar que algunos primates como él tampoco les dejarían en paz.

De cualquier manera, se sentó. Y, ya más tranquila, me acordé de haber leído que en el matrimonio, los reproches del tipo "tú eres..." son buenos predictores de divorcio. Pero no sé si estos chavales entienden de sutilezas. Algunos políticos tampoco, porque se pasan el día acusándose de "ser" esto y lo otro, siempre de algo despreciable. Algunos concluyen con toda hipocresía: "Nosotros nunca insultamos; al contrario de esos que no son más que unos sinvergüenzas".

Aquellos a quienes yo considero fascistas se ven a sí mismos como demócratas

Cada vez me llama más la atención la identidad simétrica de las descalificaciones políticas que nos lanzamos mutuamente en este comienzo de siglo. Hace ahora cien años, el 11 de octubre de 1903, coincidieron en las Siete Calles de Bilbao los participantes en un mitin socialista y una procesión católica que se dirigía a la Basílica de Begoña. Lo cuenta Blasco Ibáñez en El intruso. Unos gritaron: "¡Viva la Virgen!, ¡Mueran los liberales!", y los otros: "¡Al agua los santos!, ¡Viva la libertad y la República!". En aquellos días nadie confundía los valores clericales y republicanos invocados por los contendientes. Pero ahora llamas a alguien fascista y te replica que tú eres el "faxista". Eso desconcierta.

Yo preferiría que al insultarme me llamasen demócrata, o "cívica", que era como insultaban los de Zumalacárregui a los liberales de La Ribera navarra. Pero eso no podría suceder hoy, porque quienes yo considero fascistas se ven a sí mismos como demócratas, faltaría más. Y así no hay quien se entienda ni riña a gusto. Porque si ahora todos nos condecoramos como demócratas-por-supuesto y todos tachamos a nuestros enemigos de fascistas (faxistas), ¿dónde está la diferencia? Parece lógico que entre tanta confusión salgan terceras vías (equidistancias) que digan que la culpa es del conflicto (konflikto), verdadero causante del sufrimiento (sufrimendu) que nos hermana (enemista) a todos (todas).

A menudo me he preguntado qué valores distintos de los míos tienen mis jóvenes alumnos. Pero últimamente me va pasando lo mismo con alguna gente de mi edad. Ellos, aparentemente, dan importancia a los mismos valores sociales que yo y, a la vez, me tienen por una vecina indeseable; claro que a mí tampoco me sobra la tolerancia con ellos. Y es que cuando se pierden las referencias que dieron lugar a los valores del sistema democrático y se relativiza su significado de garantía de la convivencia, la crítica se confunde con la desautorización personal.

"¿Es democrático el Plan Ibarretxe?", era la pregunta de un folleto que encontré hace días encartado en un periódico. En el cuartucho del café, dos de mis compañeras estaban indignadas: "¿Cómo se atreven esos a hablar de democracia, libertad y pluralismo, cuando lo que son es unos sinvergüenzas?". Se referían a los autores del folleto, pero quién podría deducirlo de tales palabras? Yo pude. No sólo porque las conozco, sino por la manera en que pronunciaban la palabra "sinverrrgüenzas", arrastrando la erre patrióticamente. Ya lo había escuchado antes, en una manifestación convocada por el lehendakari contra ETA en Bilbao. Había acudido también Fernando Savater, que sostenía una pancarta con el lema "Libertad". Entonces escuché a la gente que pasaba por delante decirse unos a otros: "Esos son unos sinverrrgüenzas".

¿Es verdad que en el País Vasco los ciudadanos entendemos lo mismo cuando nos llamamos demócratas y cuando reclamamos la libertad frente a la imposición violenta? Probablemente. Pero debemos reconocer que no es obvio que pensemos en todos los ciudadanos cuando invocamos los valores de la democracia. ¿Cree Ibarretxe que el valor de la democracia reclama la igualdad de derechos de todos los ciudadanos que hoy residimos en la comunidad autónoma? Pues su proyecto de Estatuto no busca la democracia para todos; realmente, los iguales en derechos sólo van a ser aquellos que, además, adquieran la condición de "nacionales vascos". Es decir, el Plan Ibarretxe reclama los valores democráticos para la mitad de nuestros conciudadanos. A los restantes, que no deseamos entrar en el camarote de los Hermanos Marx, nos deja la opción de quedarnos como vecinos residentes, pagando impuestos para que los administren los vascos de verdad. O la de irnos para España.

Aunque puede que esa otra mitad de la ciudadanía no aceptemos esta terrible relativización del significado de la democracia. La historia de otros desgraciados países parece condenada a repetirse entre nosotros.

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