Las que quisieron cambiar su historia
Son muchas las feministas, de ésas de pura cepa, a las que no les hace mucha gracia que un hombre se meta en el problema de desigualdad que sufren las españolas. Y menos todavía si ese varón se permite intervenir desde la pasión, como si realmente se viera afectado en lo más hondo de su ser. Pero son muchas también las que reconocen el valor de una pluma que se lanza a recorrer la historia de mujeres que no cejan en su empeño por conseguir la equidad de derechos. Agrupémonos todas. La lucha de las españolas por la igualdad (Aguilar, 2003) es un libro que parece escrito por una mano de mujer, pero lo único de hembra que tiene su autor, Isaías Lafuente, periodista de la Cadena SER y autor de dos ensayos sobre la posguerra española, es esa parte de los genes que transmiten las madres. En este caso, una mujer con 12 hijos que le dio a luz en Palencia en 1963.
"Habría cambios muy visibles e importantes en la sociedad si realmente la mujer tuviera una representación en todos los campos igual a la del hombre"
"La cuota de acción positiva, como cualquier discriminación, siempre es discutible, pero, aplicada para lo que se pretendía, que era dar el salto, es eficaz"
Lafuente no se autodefine ni como feminista ni como machista, "aunque, por supuesto", dice, "tendré ramalazos machistas fruto de mi educación y de vivir donde vivo, pero sí me siento muy comprometido con la lucha de las mujeres por conseguir algo tan básico como es la igualdad".
La obra se inicia con aquellas pioneras que lucharon, y se enfrentaron a un sinfín de obstáculos, por imponer su presencia en la Universidad: María Elena Maseras, en Barcelona (en 1872), considerada una extravagante porque quiso estudiar medicina -"No quiero doctoras con faldas", le dijo un miembro de un tribunal-; Dolores Aleu, que inició la defensa de su tesis doctoral (en 1882) en la Universidad Central con una loa al derecho de la mujer a los estudios superiores... El relato apunta que, cuando en 1910 se abrieron definitivamente las puertas universitarias a las mujeres, ellas ascendían a 21, en medio de 15.000 hombres. En 1932 alcanzan la cifra de 2.000, frente a 30.000 varones.
Agrupémonos todas, un libro sobre personas que no querían cambiar el mundo, sino su propia historia, presenta una larga lista de comprometidas con su papel en la sociedad que llega hasta nuestros días. "He querido situar a las mujeres con nombres y apellidos. Mujeres que decidieron dar un paso adelante en lo político, en lo social, en lo empresarial...", explica Isaías Lafuente, que se convierte en voz de mujer cuando se pregunta: "¿Por qué no voy a poder matricularme en la universidad? ¿Por qué no voy a poder conducir un autobús de línea? ¿Por qué no va a poder votar la mujer?", a lo que responde por el mismo orden: "El paso que dio María Elena Maseras fue fundamental, tanto como el que dieron Catalina García en 1925, y Clara Campoamor, a favor del sufragio femenino, en 1931. "Clara Campoamor", denuncia, "no figura en muchas de las enciclopedias españolas, incluso editadas en este año. Es algo alucinante".
Metidos en los tiempos que corren, el autor considera eficaz que se hayan establecido cuotas de acción positiva. "Nada se movía, y fue bueno que el PSOE se lo planteara. Lo cierto es que ahí donde se ha aplicado ha sido eficaz. Y es más válido en tanto en cuanto que, en aquellos sectores en los que no se ha practicado, la diferencia entre hombres y mujeres es brutal: en el mundo de la empresa, en el de los consejos de administración, en la judicatura...".
El autor recuerda que en la judicatura el 60% de los jueces son mujeres y solamente "una en el Tribunal Supremo". En la Administración, ellas representan más del 50% de los funcionarios, "y, sin embargo, cuando hay que nombrar secretarias de Estado, directoras generales o subsecretarias, las funcionarias se vuelven invisibles". "La cuota, como cualquier discriminación", dice, "siempre es discutible; pero aplicada para lo que se pretendía, que era dar el salto, es eficaz".
A la cuestión relacionada con la forma de ejercer de las mujeres en los trabajos, Lafuente indica que la sociedad está diseñada por hombres, por seres para los cuales el trabajo es lo fundamental, "y, sin embargo", apunta, "hay otras cosas en la vida, como atender a la familia, a los hijos y a los amigos. Ese diseño produce una organización del trabajo con unos horarios desmesurados, supeditando todo a la actividad profesional. En ese sentido, creo que las mujeres (y muchos hombres) tienen otra concepción de la vida. Pero los hombres que mandan y los que deciden políticamente han dibujado ese mundo así, en el que difícilmente puede encajar otra forma de vida".
Para Isaías Lafuente, las mujeres que obtienen puestos directivos "se terminan contagiando de todo esto, o bien porque han asumido ese estilo". No ve una forma de dirigir o de ejercer el poder diferente entre hombres y mujeres, pero lo que sí aprecia es una distinta percepción de la vida por parte de ambos. "Por desgracia", dice, "la organización social está diseñada a la medida del otro y no a la de las mujeres. ¡Que todavía en el siglo XXI hablemos de planes de guarderías, de la conciliación de la vida laboral y profesional con la familiar! No hay que conciliar nada, lo que hay que hacer es diseñar la vida profesional de tal forma que sea llevadera con la familiar".
Más duras que los hombres
A la opinión de que las mujeres cuando mandan pueden llegar a ser más duras y exigentes que los hombres, el autor responde que las fórmulas de ejercer el mando dependen de la capacidad que tienen las grandes organizaciones de asimilar a todo aquel que entra en esa gran organización. "Y como tenemos una mirada que escudriña mucho más a la mujer, nos fijamos más en su manera de actuar y en sus posibles errores. Todavía hay muchas cosas que no se le perdonan a la mujer, y eso tiene que ver también con los medios de comunicación. Habría cambios muy visibles e importantes en la sociedad si realmente la mujer tuviera una representación en todos los campos igual a la del hombre. La mujer fue la gran derrotada de la Guerra Civil. De repente, todos los avances de la República se dinamitan y se vuelve al siglo XIX, ni siquiera a los años veinte. Fue brutal. Hasta 1975 necesita la licencia marital para todo y debe al esposo obediencia, hasta 1981 no hay igualdad plena en el matrimonio. Y ahora, 30 años después de la muerte de Franco, nos encontramos con campañas oficiales como la reciente que dice: 'Si tú pagas lo mismo por entrar en un cine, ¿cómo consientes que te paguen un 30% menos de salario?'. Como si la culpa fuera de ellas".
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