Lo que Murcia esconde

Murcia es La Manga del mar Menor, los apartamentos de los años setenta y el solaz de ingleses que beben sangría frente al mar. Sí, pero no sólo eso. Tiene también una ciudad, Murcia, que sorprende por sus callejuelas, sus plazas, sus terrazas abiertas todo el año, sus tapas, su luz y su clima. En el interior hay pueblos, montañas y rutas inexploradas; hermosos recorridos, como el del valle de Ricote, entre frutales y desérticas colinas.

Ciudad La intimidad de las callejuelas

Una capital sin coches invita al tapeo de la huerta. En la costa se bucea entre barcos hundidos en el cabo de Palos. Y al final del valle de Ricote, las termas romanas ofrecen el merecido descanso.

Murcia se deshoja con pequeños detalles. Una línea de luz que cae en un callejón, por ejemplo. O su variada gastronomía a base de verduras como el paparajote, delicioso buñuelo sobre una hoja de limonero. En la ciudad, fundada en 831 por Abd al Rahman II, el peatón es protagonista. La mayoría del centro está consagrada al viandante, que puede disfrutar de infinidad de tapas en la plaza de las Flores, en la calle de las Mulas, en el paseo de Alfonso X o en la plaza de Belluga, entre la colosal fachada de la catedral y el moderno edificio del Ayuntamiento, un delicado proyecto encajado con audacia en el entorno histórico por un maestro de la arquitectura, Rafael Moneo.

Dentro del laberíntico centro se encuentra el único gigante de piedra: la catedral. Nacida en el siglo XIV sobre los restos de una mezquita, cuenta con una inmensa fachada rococó levantina del XVIII, que provoca al visitante la sensación de estar frente al altar más grande del mundo. También su torre neoclásica de 92 metros sirve como punto de referencia del centro de la ciudad. Y a dos minutos de la catedral, el Casino, un precioso edificio del XIX escondido en la calle de la Trapería, por la que pasea y bebe limón granizado la ciudad.

Mar La Manga y sus deportes acuáticos

Desde lejos, La Manga, una barra de arena de 22 kilómetros, recuerda a Cancún. Los hoteles dividen el Mediterráneo del mar Menor. Al acercarse uno, advierte que la mayoría de ellos rondan los 10 pisos y que muchos requieren renovar su vestimenta, quizá simplemente con una mano de pintura. De lo más placentero de La Manga es andar descalzo en sus playas o darse un chapuzón en el agua del sosegado mar Menor, que incluso en estas fechas mantiene una temperatura de unos agradables 20 grados. Sus 170 kilómetros cuadrados de superficie de agua salada, con viento y sin olas, son idóneos para deportes como el piragüismo, esquí acuático, motonáutica, vela y windsurf. Existen unas 20 bases de alquiler de equipo y cursos para practicar estos deportes. El buceo se ve favorecido por los barcos hundidos cerca de Cabo de Palos y por la cálida temperatura del agua. De lo más fascinante es sumergirse a admirar el Sirio, un buque italiano hundido en 1906, que se encuentra entre unos 25 y 47 metros de profundidad. En el naufragio murieron 442 emigrantes que partían rumbo a América. En el centro de documentación de Cabo de Palos explican ésta y otras historias de naufragios. En Cabo de Palos se debe degustar la especialidad de la zona: el caldero. Un arroz caldoso, hecho a fuego lento en jugo de pescado y acompañado de alioli.

Otra actividad a tener en cuenta es la visita a la isla Grosa o la del Farrallón, o bien aventurarse solo en una piragua en el mar Menor, y, después de tres kilómetros de esfuerzo, alcanzar la isla del Barón.

Interior Una ruta en el valle de Ricote

Entre colinas áridas se desliza el río Segura, y a su alrededor surge la vida en forma de limoneros, naranjos y unas elegantes palmeras. Son las primeras impresiones del valle de Ricote, una estupenda ruta de un día al norte de Murcia. Se recomienda iniciar el recorrido de norte a sur, en el pueblo de Abarán. Allí, el atractivo son las cuatro norias, cuyo sistema de acarreo de agua ha sido empleado desde tiempos de los moriscos. Es recomendable conocer la Noria Grande, a un costado del pueblo, que, con más de dos siglos en sus palas de madera y 11,93 metros de diámetro, es una de las mayores de Europa. Al continuar bordeando el río, se admira a lo lejos la sierra de Ricote, cuyos pinos, firmes y verdes, resisten la sequía que vive la región. En las márgenes del río Segura, melocotoneros, albaricoques y naranjos aportan su color al escenario.

Al llegar al desfiladero del Solvente, conviene descansar junto a las huertas mientras los pulmones se oxigenan con el aroma del azahar. Cerca de allí se encuentra el pueblo de Ricote, con un restaurante llamado El Sordo. Y al final del recorrido, un emplazamiento idóneo para relajar los músculos: los balnearios de Archena, de origen romano, un complejo turístico de tres hoteles y tratamientos con aguas termales, masajes, piscinas y saunas. Rodeados de gente que busca ser confortada por el agua de la fatiga física y mental, es éste un lugar también para curarse de enfermedades de la piel y de la respiración.