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Alí Lmrabet, preso de opinión en la prisión de Salé

Bernabé López García

Querido Alí: me hubiera gustado que esta carta hubiese sido un artículo para tu revista Demain, impedida como tú de estar en la calle, una reflexión sobre los resultados electorales de las municipales del 12 de septiembre. Se tiene que quedar en una carta, aunque procure hacerla lo más abierta posible. Te imagino al tanto de lo que ha ocurrido estos días en el relevo de los ayuntamientos, a través de las tantas ventanas de información que te llegan por la muchedumbre variopinta de compañeros que te ves obligado a tener. Creo que entre ellos está lo más granado de la judicatura de Tetuán, oficiales de policía y controladores de la seguridad nacional, que no hace mucho seguían tus pasos cuando te encontrabas en tu ciudad, la capital del norte, y que hoy comparten el rancho contigo. Incluso hay también algún narco que hubiera tenido ambiciones electorales si no le hubieran pillado en la redada de este verano.

No soy, lo sabes bien, de los que piensan que todo sigue igual en Marruecos. Hay avances y retrocesos (esto último, ¿te lo voy a contar a ti?), pero no hay duda de que el país se mueve, para lo bueno y lo malo. Creo muy positivo que el hombre de la calle pueda ver en prisión a corruptos, desaprensivos y prevaricadores, aunque siga escéptico ante el temor de que mientras persista la causa, pronto aparecerá una nueva generación de mafiosos que habrán de sustituirlos. Es lo que sostenía en un reciente artículo Hussin Majdoubi, al que por poco te encuentras haciéndote compañía en Salé por tirar de la manta de esta red de traficantes. Uno de los debates de fondo que falta en Marruecos es qué hacer con el kif, cómo compensar los tres mil millones de dólares anuales que produce a la economía marroquí, tanto como las remesas de sus dos millones de emigrantes. Tal vez no sea un problema que Marruecos deba afrontar por sí mismo en solitario. Quizá los consumidores europeos no deberían mirar para otra parte y tendrían que plantearse bien luchar por su legalización u optar por la abstinencia. De lo que no cabe duda es de que hoy, en Marruecos, el cannabis va a seguir existiendo y es una gangrena que puede minar todos los resortes del Estado. Así lo planteaba un lector de L'Economiste un día antes de las elecciones, preguntándose si Marruecos no corre el riesgo de convertirse en la Colombia de África si Parlamento y palacio (con minúscula, aunque sus piedras sean "sagradas", como el fiscal "mostró" en ese otro juicio que tuviste y que sigue pendiente sobre tu espalda; no vaya nadie a pensar que se está uno refiriendo a la ministra de aquí) no abandonan su pasividad. La página web de ese periódico tiene abierto un foro sobre el tema, lo que es buen síntoma.

Todo está relacionado. El resultado de las elecciones no es tan ajeno a temas tan de fondo como éste. Las autoridades han "invitado" este año a una buena lista de influyentes ligados al narcotráfico para que no se presenten a las elecciones, creyendo evitar así la compra de votos y el contagio de la cosa pública. No está mal como medida, pero hay algo que me resulta insólito, y es que estos mangantes no hayan aprovechado la coyuntura para decir a las autoridades: "En democracia, si se tiene algo contra nosotros, llévesenos a los tribunales". De esta forma, da la impresión de que el sacrificio político es el pago a la vista gorda sobre sus fechorías presentes y futuras. No se ha avanzado en eso mucho desde la famosa campaña de saneamiento de Basri hace siete años.

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Y ¿no explica también la abstención masiva de la población en estas elecciones, sobre todo de la juventud, la falta de ejemplaridad en el castigo a estas tramas, o de los tantos casos de corrupción que no terminan nunca de instruirse y juzgarse como el del CIH, la Caja de la Seguridad Social, la RAM u otros? El 54% de participación supone 21 puntos menos que hace cinco años, una verdadera censura al Gobierno de la alternancia, a Yussufi, a los socialistas, al Istiqlal, a la falta de un verdadero proyecto de cambio. Incluso en las grandes ciudades, que en otro tiempo fueron vivero nacionalista contra la colonización, bastión obrero y de las fuerzas populares en contra del autoritarismo de Hassan II en los sesenta y setenta, la participación apenas llegó al 37%. Y en Tánger, a poco más del 20%. Hoy, esas ciudades desorbitadas en sus barrios periféricos se han convertido en la cantera islamista por la crisis social y el absentismo de los partidos que han desertado de los barrios de miseria.

¿Es extraño que en una ciudad como Tetuán, en la que se ha producido el escándalo del cannabis este verano, con la detención de seis magistrados, diez altos responsables de la seguridad provincial, cinco miembros de relieve de las Fuerzas Armadas y de la Gendarmería, y ocho personajes más vinculados a los servicios secretos, a la aduana, empresarios privados e incluso un alcalde, sea el Partido de la Justicia y el Desarrollo, en alianza con otro pequeño partido de carácter religioso, el que se convierta en el más votado? La caída al 13% de socialistas e istiqlalianos que controlaban un 34% de los concejales de la ciudad en 1997 es un castigo por su falta de credibilidad.

Lo preocupante es que la idea de que "la clase política se ha convertido en factor de bloqueo" del cambio no proviene ya de la calle, del hombre medio, del joven desencantado, sino que está arraigada en buena parte de las élites que paradójicamente siguen inhibiéndose y dejando el terreno político en manos de desaprensivos y ambiciosos. Así lo dice la prensa económica, los empresarios honestos, algunos de los cuales han sido tentados por estas municipales terminando enfrentados a este búnker que sólo defiende sus cuotas de privilegio. Estarás al tanto del transfuguismo imperante, de las pugnas internas dentro de cada partido, en cada pequeño municipio, de la danza de los partidos por encabezar sus listas con nombres de empresarios a los que luego, como en el caso de Tánger, sus partidos no apoyan.

Marruecos es un país viejo, con una clase política vieja. Es, además, un patio de vecinos en donde todos se conocen en su peor faceta. A la gente le cuesta confiar en las mismas personas que han consentido que todo siga igual hasta hoy. Las calles, sin pavimentar; los barrios periféricos, sin agua o sin luz; el transporte público, caótico. Cómo no, además, si en los últimos 20 años las grandes ciudades han estado "descuartizadas" en multitud de micromunicipios convertidos en taifas sin coordinación. Casablanca contaba con 21 ayuntamientos, Fez y Marraquech estaban partidas en cinco, y así las otras: Mequínez, Kenitra, Tetuán, Salé, Tánger... Todo por la obsesión de control policiaco de la población que fue durante años el método Basri para acabar con las revueltas urbanas cíclicas. Por suerte, y eso hay que reconocerlo, en estas elecciones se recuperaba el sentido de unidad de la ciudad con la posibilidad de una gestión coherente y responsable. Lástima que los políticos no hayan estado a la altura y que la fortísima dispersión del voto vaya a convertir a los ayuntamientos en instituciones ingobernables. Las coaliciones de gobierno que se están formando cuentan con amasijos heterogéneos de hasta seis y ocho partidos con poco que ver entre sí.

Algunos me han dicho estos días que era mal momento para llevar a cabo la reforma de la ciudad. Se referían al riesgo evidente del triunfo islamista en los grandes centros urbanos. Los mismos no se atrevían a pronunciarse sobre la nueva forma de trucar las elecciones, que no ha consistido en manipular los datos tras el voto, sino en evitar que ganen los que iban a ganar sugiriéndoles, como hizo Interior con el PJD tras los atentados del 16 de mayo, que limitaran sus candidaturas. Evidentemente que si no se presentaban no podían ganar. De ahí que decidieran estar representados a medias en Casablanca, Rabat, Marraquech o Fez. La ley electoral lo permitía en las grandes ciudades divididas en barrios, pero ello era imposible en ciudades como Tetuán, Safi, Kenitra o Mequínez, en donde cada partido presentaba una lista única. Naturalmente que en las que se han presentado, como era de esperar, han sido los islamistas los más votados. Hay algo que reconocer en el haber del PJD: que está haciendo salir de la apatía política a la gente. ¿Por qué los demás no saben estar a su altura?

Hay quienes piensan que el islamismo en Marruecos -o un sector importante del mismo al menos- podría evolucionar hacia una suerte de "democracia islámica" conservadora. Me incluyo entre los que así piensan. Pero no se impulsa ese proceso jugando al avestruz, ocultando la cara no amable de la realidad. Tras el terremoto político de los atentados de Casablanca se ha optado por tapiar esa cara de Marruecos, para que no se vea, como se hace con los barrios de chabolas para ocultarlos tras un muro de los ojos del curioso. Hace falta, por el contrario, marcar los límites del juego democrático, acabar con las ambigüedades del lenguaje, y para ello es obligatorio un pacto constituyente (¿por qué suena tan fuerte esa palabra desde hace medio siglo en Marruecos?) que establezca las bases de la concordia nacional, del respeto mutuo, de la verdadera alternancia. ¿Pero, me dirás, querido Alí, quién le pone el collar al gato?

Bernabé López García es catedrático de Historia del Islam Contemporáneo en la UAM.

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