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Columna
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Tras Cancún, ¿cómo acelerar el comercio?

Joaquín Estefanía

"El fanatismo obliga a redoblar esfuerzos ante el fracaso". El secretario de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), Rubens Ricupero, ha utilizado esta sentencia del filósofo George Santayana para presentar las conclusiones del Informe sobre el comercio y el desarrollo 2003, que describen un panorama nada halagüeño del comercio mundial. Hasta el punto de que, según esta agencia de la ONU, "la expansión del comercio y la liberalización comercial dependen de la rápida recuperación de la economía mundial y no al revés".

La lógica dada la vuelta: los intercambios de bienes y mercancías deberán ser arrastrados por una recuperación mundial basada en los flujos financieros y en la producción interior. No lo contrario. Ello supone una globalización más descompensada de la que se estaba desarrollando hasta ahora: libertad total de los movimientos de capitales; libertad creciente, aunque con limitaciones, de mercancías y servicios (como se demostró en la última reunión de la OMC, en Cancún); y movimientos de trabajadores, sometidos a legislaciones cada vez menos permisivas por motivos económicos, políticos y culturales. El informe de la UCNTAD muestra que el comercio internacional no se ha recuperado.

El 11 de septiembre de 2001 tuvieron lugar los atentados terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York y contra el Pentágono, en Washington (de este segundo atentado sigue sin conocerse detalle alguno). En aquel momento EE UU estaba ya en recesión, aunque todavía no era visible para el conjunto de los ciudadanos. Las dos circunstancias -un enfriamiento que se contagió al resto del planeta- y las consecuencias bélicas y psicológicas de los atentados, redujeron los flujos de la globalización: disminuyeron las inversiones extranjeras y el comercio internacional. En 2001, este último experimentó una contracción y en 2002 sólo creció un modesto 2%. Se esperaba para este año un despegue que, según la UNCTAD, no se ha producido. Es más, el pesimismo de las Naciones Unidas contrasta con las previsiones del FMI (incremento del 4% en el ejercicio actual, y 6% en 2004) y del Banco Mundial (7% y 8%, respectivamente).

La agencia de las Naciones Unidas indica que los factores que impulsaron el comercio mundial en la década de los noventa (la década de la nueva economía, en la que EE UU, como locomotora mundial, experimentó la etapa de crecimiento más larga y profunda de la historia contemporánea), no se repetirán: la liberalización rápida de las importaciones de los países en desarrollo (que han exigido en la cumbre de la OMC un tratamiento igual para sus exportaciones a las naciones ricas); la propagación de las redes internacionales de producción (globalización acelerada), y el auge de las corrientes financieras (dinero caliente para los países emergentes).

En el Panorama general del Informe, Ricupero se muestra crítico con las líneas centrales de la política económica que se está aplicando. En los años ochenta, dice, surgió una nueva forma de enfocar la política económica que pretendía liberar a las empresas de la intervención del Estado, y así quedarían sometidas a la acción invisible de las fuerzas mundiales del mercado; con ello se esperaba poner término al caos macroeconómico, a los ciclos de desarrollo intermitente y a los debilitantes niveles de la deuda externa, y así abrir el camino a una era de crecimiento sostenido y de reducción de la pobreza. Aunque la inflación ha cedido y las fuerzas del mercado disfrutan de una libertad de acción cada vez mayor, "se presiona más y más a los países en desarrollo para que observen una discipina fiscal mayor, desregulen más los mercados y apliquen una liberalización aún más rápida, a pesar de que las perspectivas de crecimiento se han vuelto menos halagüeñas en muchos países y de que la pobreza ha aumentado".

Con denuncias así, resulta poco extraño que quieran acabar también con la ONU. No les gusta lo que dice.

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