Una medicina del alma
Una de las mayores aspiraciones de la ética ha sido enseñar al individuo a llevar una vida virtuosa; donde virtud se entiende -claro está- no en un sentido moral restrictivo o regulativo. Como recuerda Nussbaum, la virtud en un individuo éticamente constituido es la capacidad de sobrellevar los sufrimientos o de evitar incurrir en faltas que los agraven o que hagan sufrir a los demás. El grado máximo de compromiso al que puede aspirar un filósofo cuando emprende la -llamémosla así- "tarea" de una vida virtuosa, es la acción. Pero comprometerse activamente con los demás, luchar contra los sufrimientos propios y ajenos, por desgracia ha sido interpretado muchas veces como compromiso político o como apostolado religioso. Y en el peor de los casos, como militancia. De ahí que muchos filósofos dedicados a la ética -que no es lo mismo que filósofos éticos, por cierto- lleven un tiempo buscando un modelo diferente de compromiso sin caer, por otro lado, en la mera reflexión teórica, que en ocasiones resuelve (aunque sólo a medias) la materia discursiva del problema ético, pero las más de las veces no sirve para ayudar a los demás y menos aún para escoger una forma de vida ejemplar que podamos reconocer como genuinamente virtuosa.
LA TERAPIA DEL DESEO: TEORÍA Y PRÁCTICA EN LA ÉTICA HELENÍSTICA
Martha C. Nussbaum
Traducción de Miguel Candel
Paidós. Barcelona, 2003
700 páginas. 45 euros
En la historia de la filosofía hubo un largo periodo en que la ética estuvo dedicada a investigar el impreciso contorno de la virtud y a paliar o evitar el sufrimiento humano sin incurrir en militancia o fanatismo. Fue durante el llamado helenismo, la época de predominio de las escuelas de epicúreos, estoicos, escépticos, cínicos y cirenaicos que, junto con la filosofía de la Edad Media, es la que menos atención recibe en los programas de nuestras facultades, pese a que -como observa Nussbaum en la introducción a este voluminoso estudio- el pensamiento helenístico es el que más claramente influyó en la formación de los grandes fundadores de la filosofía moderna. El libro de Nussbaum, que llega en impecable traducción, es pues bienvenido ya que satisface la necesidad de una nueva exégesis de estos filósofos antiguos que han sido un tanto injustamente desplazados por el carisma de los grandes clásicos y relegados a la condición de escritores de máximas morales.
En su malograda Historia de la sexualidad, Foucault ya intentó un abordaje al riquísimo pensamiento helenístico aunque encuadró aquellas "filosofías prácticas" en lo que llamó techniques de soi (a menudo mal traducido como "tecnologías del yo") y las examinó con un enfoque totalmente ajeno a la ética. Más adelante un foucaultiano, Peter Brown, demostró en un extraordinario libro (El cuerpo y la sociedad, Muchnik, Barcelona, 1993) la estricta continuidad que podía establecerse entre el ascetismo de epicúreos y estoicos durante el tardo imperio romano y el primer cristianismo, lo cual venía a corregir de hecho la tesis de su maestro, que siempre sostuvo la irreductibilidad entre el mundo antiguo y el cristiano.
El trabajo de Nussbaum, co-
mo el de sus antecesores, se inscribe en una tradición de rescate de esta literatura filosófica, pero su enfoque no es la perspectiva algo sesgada y parcial de la sexualidad y el poder sino la específica referencia al sentido práctico y médico que los filósofos helenísticos daban al pensamiento que examina el deseo, las pasiones y los problemas del alma con la ayuda de la razón. Más que una doctrina del ser, piensa Nussbaum, las escuelas helenísticas entendían la filosofía como una educación individual para la vida virtuosa. En última instancia, como un sistema de reglas racionales para administrar las pasiones y las emociones y, por este medio, como una auténtica medicina del alma. Nussbaum saca partido de la evidente analogía entre aquel lejano contexto cosmopolita y nuestra ecúmene posmoderna cuando sugiere, en la propuesta más audaz del libro, que están dadas las condiciones para asimilar y dar nuevas connotaciones a la ética helenística y encontrar en ese legado filosófico una inmensa contribución a la solución de los males espirituales que aquejan a los individuos en nuestro tiempo. Una alternativa, en suma, a la psicoterapia.
Por su forma y organización, el libro se atiene demasiado al ejercicio académico, y por momentos es casi una tesis doctoral. Bajo la explícita invocación del médico Aristóteles -por contraste con el aristocratismo platónico-, Nussbaum examina con detalle y precisión la obra de Epicuro, de Epicteto y su escuela, prescinde de los escépticos pirrónicos, analiza los ejercicios estoicos, y se detiene largamente en la Medea de Séneca y en el planteamiento de la inmortalidad y el erotismo en Lucrecio. Del primero subraya la paradoja entre el amor a los demás y la ataraxia, a tenor de la cólera y la violencia. Del segundo, advierte que el erotismo lucreciano viene a suscribir en el fondo un ideal ascético, en consonancia con las tesis de Brown. Los especialistas encontrarán en esta obra multitud de observaciones sutiles y renovadoras. Y los profanos, además, percibirán en las lecturas y comentarios de Nussbaum un inequívoco sesgo feminista: respetable punto de vista de la autora pero que -sinceramente- no creo que sea lícito adscribir a la filosofía helenística.
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