¡Viva Judas!
En algunas ocasiones, a Juan Urbano también le gustaría tener una camiseta por la que morir y a la cual traicionar, igual que los futbolistas. "¿Pero tú te has fijado", le decía ayer a un amigo, mientras los dos paseaban, bajo la lluvia, por cerca del Santiago Bernabéu, "con qué maestría usan la demagogia del honor y la santidad de los colores algunos de esos muchachos? ¡Si es que los oyes en las ruedas de prensa y parecen ministros del PP, con sus apelaciones a la causa, la lealtad y el pundonor! La única diferencia es que los políticos, de momento, no llevan por fuera a sus patrocinadores, pero cualquier día lo hacen y ahí estará en el Congreso un diputado con gorra Adidas, otro con traje Nike y una escarapela de Coca-Cola o ACS sobre el corazón, y un tercero con el anagrama de Telefónica sobre el pecho y el triángulo verde de El Corte Inglés en las mangas. Igual así era mejor y estaba todo más claro. A fin de cuentas, en este mundo el espónsor es el espejo del alma. Ya te digo".
Las palabras y los gestos de los futbolistas siempre le habían llamado la atención, tan desconfiadas y ahorrativas las primeras y tan aparatosos los segundos. A veces, uno de ellos besaba el domingo el escudo de su equipo y el lunes se ponía a negociar con otros; o su representante pedía el doble de dinero en cuanto era capaz de meter dos goles. Qué raro. Domingo: todo se lo debo a este club, bendito sea, estén ustedes seguros de mi honradez, mi sacrificio y mi fidelidad. Lunes: o me suben el sueldo, o me marcho a la competencia.
Juan Urbano pensó cuánto le recordaban esos vaivenes a los de la política, donde también parecía cada vez más claro que las banderas, los himnos y los eslóganes se pueden vender, cambiar o ser alquilados al mejor postor. ¿Acaso no habían hecho eso los desvergonzados tránsfugas de la Comunidad de Madrid, quitarse la camiseta del PSOE y ponerse la del PP? ¿No acababan de hacerlo, según todos los indicios, algunos miembros de CC OO, propiciando con sus votos la permanencia del presunto presuntísimo Ricardo Romero de Tejada en el consejo de administración de Caja Madrid?
Para Juan Urbano, lo peor de todo era el ejemplo que daban esos asuntos. Sí, eso era lo peor y hasta lo más peor, como dicen los niños: las conclusiones que sacaría mucha gente, visto lo visto: que nada tiene valor, sino sólo un precio y que quien vende su dignidad es un miserable, pero quien la vende cara es un lince para los negocios. Porque, en el fondo, parece que cada Judas fuese un ganador y cada vileza una demostración de poder.
¿No creen muchas personas, de alguna manera, que los que le han robado a la izquierda la presidencia de la Comunidad de Madrid le han hundido el barco al PSOE y los que le han salvado la cabeza a Romero de Tejada, mordiendo la mano de sus aliados, lo que han hecho es darle una buena lección a sus colegas de la UGT? Yo soy el vencedor de este combate, dicen los ruines, mientras descorchan una botella de champán francés y ven brillar el cuchillo en la espalda de su camarada. Así está el patio. Algunos, además, les aplauden, lo mismo que los hinchas de fútbol jalean las patadas que sus defensas le dan a los delanteros del equipo rival. Ya saben, lo que importa es el resultado.
Juan Urbano pensó en eso del resultado y en cómo algunos políticos iban a ponerse la camiseta de su partido por encima de la cabeza y a dar vueltas por sus sedes electorales la noche del 26 de octubre, si ganaban. Luego, saldrían a los balcones, haciendo el signo de la victoria con los dedos, y con una sonrisa tan grande que se podría aparcar un autobús encima de ella. Qué bárbaro, pensar que lo único que importa es dónde estás subido, y no de qué forma llegaste allí.
Es como si Judas le dijera a alguien: "Acabo de vender a Jesucristo por treinta monedas". Y el otro le contestara: "Enhorabuena, has hecho un buen negocio. Si decides ahorcarte, te ofrezco veinte monedas por las fotos de tu suicidio". Así de horrible, ni más ni menos.
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