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Tribuna:LA POSGUERRA DE IRAK
Tribuna
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Somos muchos los responsables de esta desastrosa guerra de Irak

Para mí siempre ha sido evidente que lo que calculó el Gobierno es que a ningún primer ministro le había ido mal después de conseguir una victoria militar. La guerra en Irak iba a ser corta, la victoria sería absoluta, y el país se mostraría agradecido con su líder bélico. De ahí la vergonzosa sesión fotográfica en Basora de Tony Blair rodeado de niños liberados cantando canciones infantiles. Sin embargo, el país se obstina en mostrarse desagradecido. Nunca llegó a creer que hubiera razones para entrar en guerra antes de que ésta empezara, y desde que terminó no ha visto nada que demuestre que su escepticismo estaba fuera de lugar. El sondeo de opinión de esta semana muestra que la mayoría de los que piensan que la guerra contra Irak estaba injustificada ha vuelto a los niveles anteriores a la guerra. Esto no debería sorprender a nadie ajeno al Gobierno de Blair, ya que ninguna de sus justificaciones para la guerra resistió el contacto con la realidad en Irak. Como por ejemplo, las sensacionalistas afirmaciones de que había armas de destrucción masiva, listas para ser lanzadas inmediatamente y plantear "una amenaza actual y grave para los intereses nacionales británicos".

No hay prueba de que las atrocidades terroristas hayan disminuido en el mundo; al contrario
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El Grupo de Investigación en Irak no parece encontrar ese armamento. Y lo que es más, tampoco ha encontrado agentes químicos, ni agentes biológicos, ni laboratorios de armas, ni sistemas de lanzamiento. Incluso yo pensaba que Sadam tendría más que eso. En mi discurso de dimisión predije que era probable que Sadam tuviera municiones químicas de combate, aunque no las reconociera como auténticas armas de destrucción masiva que constituyeran una amenaza actual y grave. Por lo visto, sobrevaloré la capacidad armamentística de Sadam. La alacena está totalmente vacía.

Se nos advierte de que, de momento, la información sobre este informe no es más que una filtración, y que hemos de tener paciencia y esperar a la versión autorizada. Con Hans Blix no se hizo gala de mucha paciencia, ya que los partidarios de la invasión se deshicieron de él cuando llevaba menos tiempo sobre el terreno en Irak que el que ha tenido el Grupo de Investigación. Pero en cualquier caso, hay una falta de honradez básica en fingir que el Grupo de Investigación en Irak esté buscando armas. La verdad es que el equipo de inspección entró en la zona con el ejército estadounidense y se le conocía como el 75º Batallón de Explotación, un término clásico de la jerga militar. En junio ya habían buscado en todos los polvorines de Irak y, desconcertados, habían abandonado la búsqueda de armas químicas o biológicas. Como dijo uno de sus oficiales, utilizando una apropiada expresión estadounidense, "vinimos preparados para enfrentarnos al país de los osos, pero no hemos encontrado ningún oso".

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El despliegue del Grupo de Investigación en Irak no supuso el inicio de la búsqueda de armas de destrucción masiva, sino el abandono de la misma. Su trabajo nunca ha sido encontrar armas verdaderas, sino descubrir pruebas de que Sadam tenía intención de adquirirlas. Pero eso siempre lo hemos sabido. Precisamente para frustrar esas intenciones, la ONU desarrolló una estrategia de contención, y todo lo que hemos aprendido desde que entramos en Irak ha confirmado el éxito de esa estrategia. También se alegó, sobre todo el presidente Bush, que el ataque a Irak se justificaba como una batalla más en la guerra contra el terrorismo. Donald Rumsfeld solía afirmar que había "pruebas contundentes" de la existencia de un vínculo entre Irak y Al Qaeda. Pero esta justificación también se ha desintegrado. La semana pasada, el presidente Bush se vio obligado a admitir que no había pruebas, ni contundentes ni de otro tipo, que relacionaran a Sadam con el 11-S. Ni siquiera el más acérrimo defensor de la guerra se atrevería a afirmar que la guerra ha hecho disminuir el terrorismo. De hecho, los atentados con bomba y las emboscadas con minas antipersona son ahora tan habituales en el propio Irak que el presidente Bush ha designado a este país como el nuevo frente central en la lucha contra el terrorismo, aunque se trata del mismo país que previamente había ensalzado como el escenario de la victoria contra el terrorismo.

Podemos contar con que los neoconservadores estadounidenses pondrán cara de circunstancias y defenderán los fallos de su estrategia. Algunos de ellos afirman ahora que el aumento de los actos terroristas en Irak demuestra lo inteligente que fue su decisión de invadir. Su razonamiento, si es que se puede llamar así, es que la presencia estadounidense en Irak es el señuelo que distrae a los terroristas de otros lugares. Si eso es lo que se está diciendo en casa, no es sorprendente que las unidades estadounidenses destinadas en Irak estén desarrollando actitudes rebeldes. En cualquier caso, no hay ninguna prueba de que las atrocidades terroristas en el mundo hayan disminuido desde la caída de Bagdad; al contrario, la invasión ha dado lugar a un aumento de la hostilidad hacia Occidente precisamente en los países cuyo apoyo más necesitamos en la lucha contra el terrorismo. Una reciente encuesta de opinión pública internacional llegó a la conclusión de que "Estados Unidos ha perdido su base de apoyo en la mayor parte del mundo musulmán".

Cuanto más difícil resulta el encontrar armas de destrucción masiva en Irak, y más alarmantemente fácil el encontrar supuestos terroristas allí, más se agarran los defensores de la guerra a la justificación de que han librado al mundo de un brutal dictador. Pero ése no era el argumento que empleaban antes de la guerra, por la excelente razón de que, de acuerdo con el derecho internacional, es ilegal invadir un país para cambiar su Gobierno. Y ésa es precisamente la razón por la que la opinión del fiscal general respecto a la base legal de la guerra se basa estrictamente en el argumento de desmantelar esas armas de destrucción masiva que no podemos encontrar. La intervención por motivos humanitarios sería legal, e incluso obligada, si contara con el apoyo multilateral del Consejo de Seguridad, pero la autoridad de la ONU también ha quedado muy dañada por la guerra en Irak. Como Kofi Annan afirmó esta semana: "Podría sentar precedentes que tendrían como consecuencia la proliferación del uso de la fuerza unilateral e ilegal".

Dado que la guerra ha resultado profundamente perjudicial tanto para la diplomacia internacional como para la política interna, cada vez se tiende más a culpar de todo a Tony Blair. La prensa ya ha comenzado a afirmar que ése será el tema principal del congreso laborista iniciado ayer. Es cierto que la iniciativa de la participación británica procedió de Downing Street y que fue impulsada por la determinación de Blair por mantener la especial relación con Bush. Pero dejar que Tony Blair cargue con toda la culpa es evadir la cuestión. Otros tuvieron la posibilidad de salvarle de sí mismo. Fue meticuloso a la hora de dejar que el Gabinete debatiera el tema de Irak, pero nunca se enfrentó a la oposición de un número considerable de ministros. Accedió, sentando un precedente histórico, a que el Parlamento votara sobre la guerra antes de enviar a las tropas, y el Parlamento votó en su apoyo. La oposición no se opuso, sino que instó incesantemente al primer ministro a que fuera a la guerra. Todos tenemos que aceptar la responsabilidad de la guerra, yo incluido. Tras haber observado durante dos meses las dramáticas revelaciones de Hutton, me he enfadado cada vez más conmigo mismo por no haber sido más persuasivo en las distintas reuniones a la hora de convencer a Tony Blair del daño que se haría a sí mismo y a su partido con una guerra unilateral. Nuestro sistema constitucional tiene que aprender una importante lección de toda esta debacle. Necesitamos volver urgentemente a un gobierno más colegiado, con el Gabinete y el Parlamento ofreciendo un verdadero control y equilibrio a las preocupaciones del primer ministro, algo que no hicieron durante la crisis de Irak.

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