El folletín aplicado a la política
Desde entonces, cada mes de septiembre y con la obstinación que le caracteriza, el lehendakari desvela un nuevo episodio de su plan-folletín, siguiendo un guión flexible en los plazos, pero rígido en sus objetivos. Hace un año, por estas fechas, abrió el capítulo del pacto de libre asociación y ayer precisó gran parte de sus contenidos y nos convocó a septiembre de 2004, para cuando se anuncia la siguiente entrega, que puede ser la penúltima, o no.
En términos de estricta estrategia política -si pudiera hacerse abstracción de las graves cuestiones que están en juego-, los resultados obtenidos por Ibarretxe y su partido son inmejorables. Aunque sea a costa de los principios que proclama. Sabe el lehendakari que el plan que propone difícilmente encaja en la categoría de "pacto" por la unilateralidad de su enunciado; no trae la paz, ya que lo rechazan quienes la perturban, y tampoco garantiza la convivencia, porque a casi la mitad de los vascos y al Estado, al que se ofrece libre adhesión, sólo se les deja la opción de asentir a lo decidido previamente por la otra mitad. Sabe también Ibarretxe que, pese al entusiasmo profesional que derrocha, su propuesta no ha logrado en un año ilusionar a nadie que no lo estuviera previamente, ni puede ya aspirar a superar el consenso que recabó el Estatuto de Gernika.
Pero el mecanismo funciona. La intriga sobre los límites de la historia y los golpes de efecto que jalonan su exposición permiten encubrir las carencias de la trama propuesta y distraer la atención de otras cuestiones incómodas, como la poco vistosa gestión de un Ejecutivo tripartito atenazado por su minoría parlamentaria. Y la prolongación del folletín sigue resultado extraordinariamente útil a las aspiraciones hegemónicas del nacionalismo gobernante. Gracias a él Ibarretxe puede seguir marcando el ritmo del debate político en el País Vasco y en España y recoger a los desenganchados del nacionalismo radical. Y así hasta que la realidad se imponga sobre la ficción. O a la inversa.
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