La alternativa para los israelíes
La semana pasada se cumplió el 25º aniversario de los Acuerdos de Camp David, que explicaban las relaciones básicas entre Israel y sus vecinos y que desembocaron en pocos meses en el inviolado tratado de paz entre Israel y Egipto. Entre los participantes en el reciente acontecimiento estaban nueve de los 11 miembros del equipo de negociación de Estados Unidos y los principales asesores del primer ministro israelí Menájem Beguin y del presidente egipcio Anuar el Sadat. Fue interesante revisar las cuestiones a las que nos enfrentamos entonces, después de cuatro grandes guerras en los 25 años anteriores, y evaluar cómo han evolucionado los problemas actuales. Todos nosotros hemos conservado un profundo interés en el proceso de paz y la esperanza en un posible éxito. Parte de esa esperanza se deriva de la calma y de la relativa amistad que han prevalecido tras el éxito de las negociaciones en Camp David, las de Noruega entre israelíes y palestinos en 1993, y de las elecciones palestinas de 1996, en las que se formó un Parlamento y Yasir Arafat fue elegido presidente. Fueron tiempos, aunque efímeros, en los que prevalecieron el liderazgo moderado y un criterio acertado, y en los que los ciudadanos vivían y trabajaban en paz juntos.
En todos los casos se entrometieron posteriormente las acciones radicales y violentas, ilustradas por los asesinatos de Sadat y del primer ministro israelí Isaac Rabin y por los ataques suicidas con bomba y otros actos de violencia sin escrúpulos que continúan hoy día. Se da una sorprendente continuidad de cuestiones básicas inalterables, expresadas de forma perfectamente clara y sucinta en la Resolución del Consejo de Seguridad 242 de Naciones Unidas, que fue aprobada unánimemente después de la guerra de 1967. De hecho, exige una retirada por parte de Israel de los territorios ocupados, a cambio de una paz asegurada y del reconocimiento de todos los gobiernos árabes y de otras organizaciones. Se ha reconocido que los asentamientos israelíes en los territorios ocupados constituyeron una violación de la ley internacional y la principal incitación a la violencia entre los palestinos. Nuestros argumentos más vehementes en Camp David giraron en torno a su existencia y posible expansión. Las partes acordaron que todos los asentamientos que estuvieran en la región del Sinaí de Egipto fueran desmantelados, y hubo una enérgica discusión acerca de su expansión en Cisjordania y Gaza, donde entonces había unos 4.000 colonos. Durante el primer Gobierno de Bush, el secretario de Estado James Baker dijo: "No creo que haya mayor obstáculo para la paz que la actividad colonizadora, que no sólo no disminuye, sino que avanza a marchas forzadas", y el presidente amenazó con negar la ayuda financiera estadounidense con el fin de desalentar la expansión de los asentamientos.
Pero a lo largo de las dos últimas administraciones en Washington y con los masivos incentivos financieros y políticos por parte del Gobierno israelí, el número de nuevos colonos se ha disparado, y hay muchos asentamientos protegidos por fuerzas militares y conectados con otros mediante autopistas seguras. Y se está levantando a toda prisa un muro impenetrable, con frecuencia a través de territorios palestinos. Los antiguos alumnos de Camp David debatimos la Hoja de Ruta para la paz publicada en abril de 2003 por Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia y Naciones Unidas, y estuvimos de acuerdo en que contiene casi exactamente las mismas propuestas expresadas en anteriores proclamaciones y acuerdos de paz, incluyendo el desmantelamiento de los asentamientos. El Gabinete israelí rechazó varias de sus disposiciones clave, los palestinos no han sido capaces de encontrar un socio negociador aceptable para Israel y Estados Unidos ni de controlar la violencia, y los otros tres promotores han sido excluidos de representar cualquier papel en un proceso relativamente dormido.
Existe un cambio importante y fundamental en la motivación de Estados Unidos como mediador. En Camp David los estadounidenses sabíamos que los intereses estratégicos de nuestra nación estaban directamente implicados en el proceso de paz. Las alianzas de la guerra fría habían dado como resultado un enfrentamiento nuclear directo entre las superpotencias, mientras Israel y Egipto luchaban durante la guerra de 1973, con otras naciones alineadas preparadas para tomar partido. Tierra Santa era el polvorín para la III Guerra Mundial y la paz resultaba vital para nuestra seguridad. En la actualidad, excepto por el hecho de que la cuestión palestina se ha convertido en una de las principales causas de terrorismo internacional, nuestros intereses estratégicos están mucho menos comprometidos en la violencia entre israelíes y palestinos. Parece que no hay ninguna prisa por resolver la disputa relativamente localizada, con violentas medidas enérgicas por parte de los militares israelíes y abominables actos terroristas perpetrados por palestinos que alegan no tener esperanzas de libertad y justicia.
Seguros de que nuestra ayuda es firme, los líderes israelíes empezaron con el tiempo a hacer valer su independencia, y la verdadera influencia estadounidense ha alcanzado su punto más bajo en 50 años. Ante determinados rechazos, ¿por qué tendría que involucrarse profundamente ningún presidente estadounidense en un papel de mediador equilibrado? Independientemente de qué líderes elijan los palestinos, lo entusiasta que pueda ser el interés estadounidense o lo grandes que puedan llegar a ser el odio y el derramamiento de sangre, existe una alternativa básica, y sólo los israelíes puede elegir: ¿queremos una paz permanente con todos nuestros vecinos, o queremos conservar nuestros asentamientos en los territorios ocupados de los palestinos? La peor traición de Estados Unidos a Israel sería apoyar la segunda opción.
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