Caballo ganador
Muchos dudamos de que el Prestige y la guerra hubieran puesto al PSOE por delante en intención de voto, pese a efímeros sondeos. No es fácil distinguir las cuestiones que marcan huella de las que apenas dejan rastro, a lo sumo, un recuerdo poco más que anecdótico. Al menos, en el plazo de una legislatura o del primer aniversario de un matrimonio. Dicen que el tiempo todo lo cura, pero eso es universalizar lo particular. El tiempo puede cerrar heridas, pero también puede abrirlas malignamente, pues sólo en el tiempo se completa y estalla el entramado de las decepciones minúsculas, de los agravios sin nombre, de las desafecciones sin carga aparente. Dejo para los profesionales del estudio de la opinión pública los efectos de las manifestaciones a largo, medio y corto plazo contra la guerra de Irak. Como espectadores más o menos interesados, ¿podemos afirmar que tales manifestaciones no le causaron al Gobierno ni un rasguño? ¿Decir incluso que le favorecieron? A largo plazo, ¿coadyuvaron a la formación de una imagen adversa en el imaginario popular? Sólo podemos aventurar que a corto y medio plazo una potente maquinaria propagandística, eficientemente utilizada, es capaz de hacer ver blanco lo que es negro. A veces incluso basta un gesto oportuno; recordemos cómo ganó Schröder las últimas elecciones alemanas, cuando nadie daba un euro por él. (Introduzco un elemento de duda en cuanto a la naturaleza de las manifestaciones en el mundo de hoy: si hay mucha espontaneidad en las mismas, o bien estamos ante una cuestión hondamente sentida o se trata de la avidez seudofolklórica de una sociedad vacía de estímulos genuinos).
Si los alemanes dicen que el crecimiento económico de España se edifica en buena medida con los fondos de la UE y que Alemania aporta un 25% de los tales, don Rodrigo Rato difunde sin delación que ese dinero revierte en las arcas germanas en forma de adquisición de locomotoras. Suena a economía de café y don Rodrigo lo sabe, no le estamos acusando de no conocer su asignatura. Pero sabe todavía mejor que el electorado no siente la urgencia de escuchar y que lo que se filtra va a misa. ¿Quién se hace eco de los economistas de la oposición si de ellos no se conocen ni los nombres? El Partido Popular ha aprendido muy bien qué es lo que puede decir, o sea, casi todo lo que le conviene, sea cierto o incierto, razonable o inverosímil, justo o injusto. Es, sencillamente, una estupenda manera de cosechar votos. Los socialistas han perdido la batalla de Madrid después de innumerables refriegas. A nuestro modesto entender, y en vista de cómo funciona el negocio inmobiliario en toda España, todo podría haberse enfocado del modo siguiente: Caballeros, el problema de la vivienda está sin resolver. Con todo, existe la cuestión de grado. ¿Cuántas viviendas de protección oficial se construían en Madrid (y en el resto del Estado) antes del acceso del Partido Popular al poder y cuántas se construyen ahora? En efecto, de eso se trata. Jugando la baza del posibilismo, de momento habrá que tolerar el enriquecimiento abusivo de unos señores con tal de que los bolsillos más flácidos tengan acceso a un techo siquiera sea guardando cola unos años; no viviendo como quien dice de por vida con la soga al cuello de la hipoteca. Claro que el señor Rato habría instruido a la grey para que respondiese con argumentos que así hubieran cuadrado como por los cerros de Úbeda, pero que voceados hasta la afonía por sus televisiones y demás medios adictos habrían convencido sin apenas análisis. Pues ésa es la madre del cordero. El verdadero poder, hoy, es que te oigan sin necesidad de escucharte. En realidad, basta con decir no si el otro dice sí o a la inversa, para que amarres el voto del senado de los oyentes. Importa un bledo lo que digan las encuestas. Aznar tiene una valoración baja e inspira poca confianza en los encuestados. Pero sin carisma ni simpatía sale en la televisión y barre. Hay algo de "mágico" en el poder, aunque esta magia no necesite de explicaciones sobrenaturales. Es la solidez, la convicción del mero poder. No es cosa desdeñable. Para que el poder ejerza tal grado de fascinación, hay que haberse recorrido un camino nada fácil, a pesar de la premisa de partida: el setenta, el ochenta por ciento del electorado está comido y vestido, tiene coche y dispone de un amplio repertorio de televisión obscena. No es manca ventaja, pero a partir de ahí no hay que permitir que falle un solo resorte coadjuvante, para lo cual, hay que conocerse los resortes. En este conocimiento y en su ejecución, el Partido Popular es infinitamente superior al PSOE, haz de pardillos a los que atrapa el podenco mientras dirimen la cuestión del sexo de los ángeles. Valga un ejemplo: el Partido Popular paga a los profesores de religión que pone y quita la Iglesia; pero permite y hasta parece que fomenta la pornografía a manos llenas y ya ni Rouco protesta. Contentos y descontentos en sabia proporción numérica ante las urnas. Hay que quitarse el sombrero.
La televisión es todavía el resorte decisivo; no porque una imagen valga más que mil palabras, pues, con frecuencia, una palabra vale más que mil imágenes. Lo que ocurre es que la tal palabra no se oye en televisión cuando el poder va al copo. El artilugio reproduce lo que desea la cúpula y destierra otras opiniones, así como el análisis y el debate. Acaso en este punto radica, a largo plazo, su fuerza y su flaqueza, pues exceptuando a los individuos con mucha biología y escasa sociedad, el resto termina cansándose de que los buenos y sus réplicas sean siempre los mismos. El narcótico más potente tiene un periodo de caducidad.
Narcótico o hipnosis, para el caso es lo mismo. Generalmente, de efecto lento, así como las dulces sacudidas y la nana repetida de la madre al niño que no quiere dormir. Se acaba por no importar lo que se dice, no se escucha apenas lo que se oye, la pantalla es la prolongación orgánica del televidente susceptible de anestesia, el que pone y quita mayorías. Rato puede decir, debe decir que si el gasto social ha disminuido en España es porque habiendo más trabajo lo necesita menos gente. El dislate abarca el infinito, pero a voluntad rendida, más rendición. Con todo, narcóticos más potentes y duraderos preparan el asalto final. El futuro asoma el morro y "galgos la siguen, Dulcinea no aparece".
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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