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Columna
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Preservar

El negocio turístico se ha convertido en uno de los más recios pilares de la economía de la Comunidad Valenciana con claros efectos colaterales sobre el consumo, la actividad constructora, la industria del mueble, la fabricación de textiles para el hogar, la iluminación y el ímpetu inmobiliario. El turismo que nos visita, al tiempo que llena nuestros hoteles, los apartamentos, restaurantes y las tiendas, también colapsa, contamina, contribuye a alimentar las tendencias inflacionistas y además deteriora las infraestructuras. Son costes que hay que asumir si se quiere mantener e incrementar el flujo de personas que frecuentan nuestras tierras.

Probablemente habrá expertos que evalúan lo que nos cuesta ese abundantísimo ir y venir de viajeros que cruzan la Comunidad Valenciana de norte a sur, fundamentalmente por la autopista del Mediterráneo. Consumen gasolina, respiran nuestro oxígeno y pasan, como una exhalación, sin dar ni pedir nada, hacia sus destinos africanos y europeos. Ahí tenemos una buena razón para argumentar nuestra contribución al progreso de Europa y a la vez podría servir para reclamar ayudas de la Unión Europea.

La Comunidad Valenciana todavía tiene que diseñar esa política turística, que algunos esperamos y deseamos, para consolidar el futuro de esta tierra de acuerdo con sus características peculiares que suponen valor añadido así como atractivos que no han de morir destinados a ese otro público turístico que se inclina por la autenticidad.

Esa política turística que con el tiempo puede sustituir y complementar a la de los proyectos singulares está por diseñar, quizá porque no se ha concebido y no supone efectos espectaculares en el reino de los mayoristas turísticos ni en la fiebre del ladrillo.

Y como muestra de que son compatibles el sentido común, la sensibilidad y la promoción turística, hace varios años que cinco poblaciones de la Marina -Benissa, Xàbia, Moraira, Jesús Pobre y Denia-, bajo la iniciativa del Grup Reüll, han puesto en marcha una serie de intervenciones plásticas en sus perímetros municipales. Con este proyecto se trata de poner de manifiesto que todo no son bous al carrer, amarres para embarcaciones, charangas estrepitosas y fuegos artificiales. Hay otra forma de enfocar y enriquecer el atractivo turístico de una zona como pueden ser festivales de jazz o esta participación abierta y colegiada de jóvenes creadores que aportan sus pinturas, esculturas y técnicas mixtas. Con su original concepción del entorno rural y urbano establecen una nueva faceta atractiva para nuestros visitantes y para la población habitual que desea una dignificación de sus ámbitos de vida. Si fuera posible incluso pretenderían legar a las generaciones venideras un nuevo enfoque del enriquecimiento del marco residencial más imaginativo, más duradero y sobre todo más respetuoso con el medio ambiente.

Estas iniciativas son las que enriquecen la perspectiva turística y la renuevan, mucho más allá que las controvertidas cifras acerca del número de quienes nos visitaron y los que han de venir a vernos. Reducir el concepto de turismo a cifras y cuentas de resultados, sólo sirve para autoengañarnos cuando se acaba prefiriendo acciones efectistas a las visiones duraderas.

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