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Columna
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Tiembla Valencia

La gente no habla de otra cosa. Que si yo no lo noté, que si se me movió la lámpara, que si bajé corriendo a la calle... Como si en la Comunidad Valenciana no hubiera habido nunca terremotos. Además, esta vez, pasar, lo que se dice pasar, no ha pasado nada. Todo ha quedado en un susto, en unos temblorcillos anunciadores de un desastre que, al final (toquemos madera), no se produjo. Curiosamente, los verdaderos temblores se vienen produciendo hace días, meses, años, y aquí nadie parece darse por enterado. Somos como los antiguos romanos, que se pasaban la vida intentando adivinar el futuro a base de interpretar el vuelo de las aves o las entrañas de los animales sacrificados, sin reparar en que los signos de la catástrofe los tenían delante de las narices en forma de bárbaros que se les colaban por todos los rincones del imperio.

¿Que de qué estoy hablando? De varios temblores que periódicamente acometen a la sociedad valenciana sin que nadie se inmute. Por ejemplo, el accidente que ha costado la vida a dos trabajadores en una obra de La Vila Joiosa (y que se suma a otra víctima en el mismo sitio la semana anterior) no es una casualidad. La Comunidad Valenciana parece tener el índice más alto de siniestralidad laboral de España. Si todos los obreros muertos en accidente en un solo mes hubiesen perdido la vida en alguna mina del norte de España, el revuelo habría sido mayúsculo. Ya lo estamos viendo. Crónicas desgarradas, petición de responsabilidades, medidas de choque. Aquí, como es un goteo (eso sí, persistente) y, además, ya se sabe que somos meninfotistas, aquí no pasa nada de nada.

¿Que de qué estoy hablando? De que el anterior no es el único récord que ostentamos. También estamos a la cabeza de las estadísticas españolas por lo que se refiere a mujeres asesinadas por su compañero sentimental. Este verano que, afortunadamente, parece estar dando las boqueadas, ha sido duro, muy duro. Pero lo peor no fue el calor. Lo peor fue la sensación de que seguimos siendo una sociedad atrasada, una sociedad que parece moderna, pero que, culturalmente, aún no ha salido del siglo XIX. ¿Cómo se entiende, si no, que una comunidad en la que, supuestamente, las costumbres son mucho más liberales que en el anticuado centro mesetario, los cónyuges, novios o amigos fuertes se crean con derechos absolutos sobre las mujeres que libremente accedieron a convivir con ellos? Comparen, comparen. En EE UU este tipo de historias sórdidas ocurren en Missouri o en Alabama, mucho menos en California; en Francia se producen antes en el Macizo Central que en la Costa Azul. Y así un poco por todas partes.

Pero en Valencia no. Aquí somos diferentes. Destacamos... en lo malo.

¿Que de qué estoy hablando? De que cualquier fin de semana se salda con varios jóvenes muertos en las carreteras valencianas a altas horas de la madrugada. Ya sabemos que el problema es de toda España y que España es el país de la UE con el peor balance de accidentes automovilísticos por cada cien habitantes. Pero esto no quita para que, una vez más, los valencianos vayamos en cabeza. Se ve que aquí nos drogamos más que nadie (y eso no lo detectan los controles de alcoholemia), los niñatos disponen de coches más potentes que en ningún otro sitio y somos punteros por lo que respecta a la proliferación de antros de supuesto ocio. Paradójicamente, también somos el país de la UE con mayor índice de paro y una volatilidad laboral más acusada. Se ve que lo uno lleva a lo otro.

¿Que de qué estoy hablando? De que basta darse una vuelta por ciertos barrios de nuestras grandes ciudades, o recorrer unos pocos kilómetros por cualquier carretera de la Comunidad, para descubrir un mercado vergonzoso de carne humana, tanto al aire libre como encerrada detrás de unas rejas. En esto, también, nos llevamos la palma en España o casi. El tema de la prostitución es complejo, pero el de la esclavitud a la que miles de desgraciadas (y de desgraciados) sin papeles son sometidos en nuestro territorio resulta sencillísimo. Es otra de nuestras grandes vergüenzas consentidas por el personal.

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Sí, en Valencia hay frecuentes temblores, periódicos estremecimientos que nos hablan de una sociedad enferma. Yo no sé dónde está el epicentro, si en el conformismo de unas instituciones que prefieren mirar para otro lado, si en la autocomplacencia de una forma de vida cada vez más egoísta, si en la crisis de unos valores que, amortizadas las grandes ideas, se han refugiado en el individualismo y en el sálvese quien pueda, o si en todos estos factores al mismo tiempo. Lo que sí sé es que estos signos premonitorios están cada vez más arriba en la famosa escala sismológica. Y que llegará un día en el que el mundo caerá sobre nuestras cabezas.

¡Apañados estamos!

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