¡Cuba libre!
Seis meses después de que Castro encarcelara a 75 opositores, las celdas cubanas aún custodian a los disidentes; entre ellos, 40 coordinadores del Proyecto Varela.
Hoy se cumple medio año desde que el régimen de Fidel Castro encarcelara a 75 representantes de la oposición. En las celdas se encuentran más de cuarenta coordinadores del Proyecto Varela, más de veinte periodistas y, además, representantes de distintos movimientos prodemocráticos. Todos ellos han sido castigados en procesos escenificados en condenas que van de 6 a 28 años de prisión sólo por haber tenido la osadía de expresar una opinión que discrepa de la oficial.
A pesar de ello, la voz de los cubanos librepensadores sigue creciendo, voz que se convierte precisamente en lo que Fidel Castro y su Gobierno con mucha razón temen. Miles de cubanos han demostrado su valentía firmando el Proyecto Varela a pesar de la omnipresente policía secreta y de la propaganda oficial. El Proyecto Varela, que se apoya en la Constitución de Cuba, llama a convocar un referéndum sobre la libertad de expresión y de asociación, pide la puesta en libertad de los presos políticos, la libertad de libre empresa y la convocatoria de elecciones libres. No obstante, y en el mejor de los casos, el régimen ignora el Proyecto Varela y otras iniciativas y, en el peor de los casos, persigue ese tipo de iniciativas.
La última ola de confrontaciones, unida a diversos ataques antieuropeos por parte de la representación política de Cuba, no puede considerarse sino como una manifestación de debilidad y desesperación. El régimen se está quedando sin aliento de la misma manera en que se quedaban sin aliento los gobernantes de la nomenclatura de los países de detrás del telón de acero a finales de la década de los ochenta. La oposición interna va cobrando fuerzas y no se ha caído de rodillas ante la redada policial del pasado mes de marzo. Los tiempos cambian, la Revolución y sus líderes envejecen y el régimen siente cierto nerviosismo. Fidel Castro es muy consciente de que un buen día la Revolución morirá con él.
Nadie sabe con precisión lo que sucederá después. Sin embargo, cuanto más claro quede en Bruselas, Washington, México, entre los exiliados y entre los ciudadanos cubanos que la libertad, la democracia y la prosperidad de Cuba dependen del apoyo que se entregue a la disidencia cubana, tanto mayores serán las posibilidades de la futura transición pacífica de la sociedad cubana a la democracia.
El mundo democrático tiene la obligación de apoyar a los representantes de la oposición cubana independientemente del tiempo en que los estalinistas cubanos se mantengan en el poder. La oposición cubana debe sentir el mismo apoyo que sentían los representantes de la disidencia política en la Europa dividida hasta hace poco. Las reacciones de condena y las medidas diplomáticas concretas procedentes de Europa, Iberoamérica y Estados Unidos de América podrían ser una manera idónea de presión contra el régimen represivo de La Habana.
No puede afirmarse que el embargo norteamericano contra Cuba haya dado el fruto apetecido. Tampoco lo ha dado la política europea, que hasta la fecha se ha manifestado más próxima respecto al régimen de Cuba. Es preciso dejar de lado las discrepancias trasatlánticas relativas al bloqueo de Cuba y centrarse en el apoyo directo a los disidentes cubanos y a los presos de conciencia y sus familiares. Europa debería manifestar claramente que Fidel Castro es un dictador y que una dictadura no puede ser interlocutor de países democráticos mientras no emprenda el proceso de distensión política.
Al mismo tiempo, los países europeos deberían crear el Fondo Democrático Cubano en apoyo a la emergente sociedad civil cubana. Dicho fondo estaría listo para ser empleado inmediatamente en caso de cambios políticos en la isla.
La reciente experiencia europea de transición pacífica de la dictadura a la democracia, ya se trate del ejemplo inicial de España o posteriormente de los países de Europa Central, ha servido de inspiración a la oposición cubana. Precisamente por eso, Europa, remitiéndose a sus propias experiencias, no debería vacilar en este momento. Europa queda obligada por su propia historia.
Václav Havel, Lech Walesa y Árpád Göncz son ex presidentes de la República Checa, Polonia y Hungría, respectivamente.
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