Kabakov transfigura a Messiaen
En los tiempos de regresión musical -o cultural, o creativa- que nos invaden sin piedad, un espectáculo como San Francisco de Asís, estrenado anteayer en la Jahrhunderthalle de Bochum, es casi un milagro. Gérad Mortier planteó la ópera de Messiaen como uno de los ejes centrales de su proyecto de la Trienal del Ruhr. Para su realización pensó en el pintor ruso Ilya Kabakov y el director musical Sylvain Cambreling. Ha sido un acierto.
En su década salzburguesa, Mortier había programado San Francisco en su primer año (1992), entre televisores y luces de neón, con la dirección compartida de Peter Sellars, en escena, y Esa-Pekka Salonen, en el foso. En el otoño de 2004 inaugurará su periodo parisino también con San Francisco en una nueva versión escénica de Stanislas Nordey. Cabe hablar casi de ópera-fetiche.
Lo del Ruhr era, es, en cualquier caso, una historia diferente a las demás. La sensación de espectáculo único e irrepetible surge ya desde la concepción del espacio. Kabakov (1933) ha diseñado como fondo de escenario una cúpula de 22 toneladas en forma de pirámide truncada invertida, de 14 x 14 metros, con 12 caras. Está inclinada unos 60 grados y se abre hacia el público. Es como una gran vidriera de hierro, geometría y color que se va iluminando de varias maneras conforme la representación transcurre. Ésta empieza de día (a las cinco de la tarde) y acaba pasadas las once de la noche. La orquesta está delante de la cúpula, y el coro, detrás. Cerca del público hay una especie de pasarela metálica para los cantantes. Una inmensa jaula en un lateral alberga media docena de palomas que aletean y zurean. El resto de la gran nave industrial está iluminado por velas eléctricas, a unos ocho metros de altura, rodeando el patio de butacas. El ambiente de recogimiento que se crea en este diálogo entre catedrales -la industrial y la propiamente espiritual- es hechizante. La música celeste de Messiaen surge, así, transfigurada.
A la transfiguración contribuye de una manera determinante la dirección esperada, concentrada y luminosa de Sylvain Cambreling al frente de una potente y compacta Orquesta de la Radio Alemana del Suroeste (SVR). La tensión musical no decae un solo instante. La música envuelve continuamente, y en ello colaboran magníficamente los Coros de la Radio Alemana WDR y los Coros de la Radio Danesa. Extraordinaria lectura musical y no menos extraordinaria ejecución.
En esta importante proyección musical y teatral tuvieron un lugar de honor los cantantes, no tanto por su virtuosismo, sino más bien por su concepción de los personajes: austera, sobria, profunda, de una gran limpieza en el canto y la dicción. Incluso lograron una estilización del gesto teatral cercana a la sencillez de las estampas iconográficas medievales. Giotto y Cimabue se lanzaban así hacia el siglo XXI. El cantante Philippe Fourcade fue un sensible San Francisco; Heidi Gran Murphy, una convincente soprano en el papel del Ángel; Charles Workman, un concienzudo Hermano Massée, y el veterano Kenneth Riegel construyó con profesionalidad el rol del leproso.
Triunfar en un título operístico de repertorio no es difícil si las cosas se hacen medianamente bien. Hacerlo con una ópera estrenada en 1983, de larga duración y sin concesiones, tiene un mérito especial. En el proceso de acomodación de los teatros y festivales, la propuesta de San Francisco, con Kabakov y Cambreling, es una referencia, un faro de esperanza.
Babelia
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