Sanguinarios
Al recordar la desgracia de Nueva York, Bush lamentaba los límites para imponer la pena de muerte contra los "terroristas". Uno de ellos, añado, consiste en que no se sabe quiénes son terroristas y si hay alguno entre los 13.000 embastillados en Estados Unidos; y fuera, incluyendo a España. El mismo día, el Jerusalem Post explicaba que lo mejor era matar a Arafat, visto que hay dificultades para mandarlo al exilio; como el mundo va a condenar a Israel por cualquier operación contra Arafat, la más resolutiva es matarle. De tantos muertos de los que es responsable su Ejército, incluyendo los suicidas palestinos, no importa uno más. Es la idea de los Prohombres: sin Arafat, Palestina se entregaría; sin Sadam no habría resistencia en Irak; sin Bin Laden no habría caído Nueva York; sin Ibarretxe no habría terrorismo vasco. Es la misma obsesión occidental de la pirámide con un gran jefe en lo agudo, que no es más que continuación de la peor Edad Media: "Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señore". Hablaban del Cid: pero un republicano de 1903, Joaquín Costa, decía que había que cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid: ellos le querían matar por su genial idea. Eran los tiempos del Desastre vivificador de España, de la lucha contra el medievalismo que nos había llevado hasta ahí: descontando que los neomedievales hacían sus fortunas, sus títulos, de esa decadencia histórica en la que los campos se despoblaban otra vez, morían los soldados y los grandes señores se oponían a la industrialización diciendo que era una tentación del demonio, y era que ofendía a su España agrícola.
Cierto que recordar al Cid por mandar chicos al Irak invadido es un poco ridículo, e incluso ya les han quitado la cruz de Santiago del uniforme para no ofender, pero sus jefes llaman Operación Alhucemas a una de sus incursiones: en Alhucemas desembarcaron los últimos imperiales, los sobrantes del Desastre, para ir matando moros y para conquistar toda África; hace menos de cien años, en 1925, todavía era Edad Media en España. Parece que no, pero hay un refresco ahora de las viejas ideas, y de la misma manera que han aumentado de tamaño las banderas rojigualdas en mástiles públicos -¡guay del que se queje!- crecen las ideas reglamentarias. No, la pena de muerte no se implantará aquí: ya se va Aznar, y Europa la prohíbe. Pero siempre hay otros medios.
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